Para decirlo de una vez y a riesgo de ofender a los políticamente correctos: hablar de desigualdad hoy está de moda. Es urgente y necesario, sí, pero también es parte de una corriente que se da en varias partes del mundo, Chile incluido, y que tiene a muchos influyentes haciendo declaraciones sobre el tema. Lo hizo, por ejemplo, el Papa Francisco cuando el 28 de abril tuiteó "la desigualdad es la raíz de los males sociales". Antes, en enero, la raíz de los males sociales había sido el principal asunto que se abordó en el Foro Económico de Davos, en el que se reúnen los empresarios y políticos poderosos para hablar de los problemas de los demás.

Lo mismo la Ocde. La organización de cooperación internacional que reúne a 34 países, entre ellos algunos de los más ricos y desarrollados, más Chile, llamó a sus miembros a reducir los niveles de desigualdad. En este país, mientras tanto, reducir la brecha entre los más ricos y los más pobres es un eje del gobierno de Michelle Bachelet y lo que está detrás de la reforma tributaria.

Probablemente, el mejor ejemplo del interés que hay en la desigual distribución del ingreso (y como consecuencia habitualmente el capital cultural, educacional y las oportunidades) se llama Thomas Piketty. El economista francés, que hace 10 días cumplió 43 años, ha sido celebrado y rebatido en los principales medios del mundo. Lo han comparado con Marx, sobre todo, y también lo han puesto al nivel de John Maynard Keynes o Adam Smith, en términos de la influencia que podría llegar a tener. "El economista rockstar que influencia a Obama", lo llamó The Times. "La fiebre de Piketty: más grande que Marx", dijo el Economist. El Washington Post respondió, por su parte, al interés periodístico por el recién descubierto personaje con una nota titulada "Cómo escribir tu propio artículo de Piketty en 10 pasos".

¿Qué hizo el joven francés para merecer tanta atención? Hablar de desigualdad. O más bien, escribir un libro de casi 700 páginas -El Capital en el siglo XXI- en el que analiza datos de 20 países desde el siglo XVIII en busca de los patrones del crecimiento económico y la riqueza. A partir de eso concluye que existe una minoría cada vez más rica y que la desigualdad se ha acrecentado en los últimos años en el mundo desarrollado. El libro se ha convertido en un bestseller y está en el segundo lugar de títulos más vendidos, según el ranking de The New York Times, lo que de acuerdo con The Economist, "tiene mucho que ver con elegir el tema correcto en el momento indicado".

UN LENTO DEBATE

En Chile, en las últimas dos décadas, nunca había habido tanto interés por discutir sobre desigualdad. Actualmente, Chile es uno de los países más desiguales del mundo y el más inequitativo de la Ocde, pero eso no es una novedad, sino que una tendencia de larga data. Según Alfredo Joignant, profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales, Chile siempre ha sido una nación inequitativa. "Este país se creó en torno a unas pocas grandes familias, lo que significa que la formación del Estado chileno siempre estuvo en manos de un puñado de miembros de la elite, que la siguen controlando según su propia visión del mundo".

En 1971, cerca del 10% de la población de Santiago vivía en un campamento y en 1980, el 11,5% de los niños menores de seis años todavía presentaba síntomas de desnutrición. En el Chile post Pinochet, a comienzos de los años 90, el 38,4% de los chilenos era pobre y el 12,8% era indigente, según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Por eso, por ejemplo, cuando el economista Dante Contreras llegó de vuelta de su doctorado en 1996, con ganas de instalar el debate en torno a la desigualdad, no tuvo mucha recepción. Durante sus años en la Ucla, el actual profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y director del Centro de Estudios del Conflicto y la Cohesión Social, hizo su tesis en el tema del bienestar en los hogares en países en desarrollo, lo que lo llevó a interesarse en la desigualdad en forma sistemática. Pero entonces, la pobreza era el tema más grave, exigía toda la dedicación del Estado y tenía concentrada a la academia. Una de las pocas instituciones que la estaba tratando de instalar era la Fundación para la Superación de la Pobreza, que se creó a mediados de los 90. Su actual director, Leonardo Moreno, recuerda: "Se hablaba poco de desigualdad en ese tiempo. Se nos decía que siempre iba a haber inequidad y que había que poner los esfuerzos en superar la pobreza. Por eso, cuando hablábamos de esto nos dijeron que estábamos equivocados".

Sin embargo, la situación económica chilena mejoró. Para el año 2000, la pobreza había disminuido a casi la mitad. Fue precisamente en ese momento cuando la conversación ya no sólo académica, sino también política, comenzó a moverse. En 1999, el entonces candidato presidencial Ricardo Lagos impuso el eslogan de campaña "Crecer con igualdad". Pero este fue criticado porque no se entendía bien y el candidato inesperadamente no logró ganarle a Joaquín Lavín en primera vuelta, lo que lo obligó a rediseñar su estrategia y, entre otras cosas, cambió el lema por un más genérico "Chile de todos".

En la academia, mientras, comienza a tomar fuerza el tema de la meritocracia y la movilidad social. Aparecieron estudios que mostraban que en Chile mueres como naces, es decir, que los sectores más altos o más bajos tienen una alta probabilidad de permanecer en el mismo lugar, independientemente de los esfuerzos que hagan y que el acceso a las oportunidades es desigual. Ahí fueron importantes los estudios de Javier Núñez, del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, quien mostró que, a igual formación y méritos académicos, los representantes de la clase alta tenían ingresos en un 35% superiores a los de otras clases sociales.

Una cosa llevó a la otra y la movilidad social le abrió el paso a la distribución del ingreso. En 2005, la revista Capital, por ejemplo, organizó el seminario "Desigualdad de oportunidades: La gran vergüenza de Chile", que llevó la discusión sobre la inequidad hasta CasaPiedra. Ahí expusieron los precandidatos presidenciales Michelle Bachelet, Joaquín Lavín y Soledad Alvear, más los economistas Dante Contreras, Patricio Meller y el sacerdote Fernando Montes, entre otros. Tiempo después, otro integrante de la Iglesia abrió uno de los debates más importantes tras la vuelta de la democracia en torno al tema: el obispo Alejandro Goic, quien en 2007 dijo que "el sueldo mínimo debería ser transformado en un sueldo ético" de por lo menos 250 mil pesos y que había que compartir "un poco más equitativamente la riqueza". Esto produjo un incendiado debate y llevó a la creación, ese mismo año, por parte de la Presidenta Bachelet, del Consejo Asesor Presidencial "Trabajo y Equidad", más conocido como Comisión Meller, que fue una de las primeras iniciativas institucionales que abordó la desigualdad.

Todo esto, comenta Dante Contreras, "empezó a demostrar que los ricos estaban disparados respecto del resto. En Chile, si tú sacas al 5% más rico, te das cuenta de que los demás tienen ingresos relativamente equitativos. Pero aun así, esa inequidad no sería problema si tuvieras alta movilidad social, porque eso significaría que podrías nacer pobre y terminar siendo rico. Pero eso no ocurre. Ese es el mix complejo de la sociedad chilena: tenemos elevada desigualdad de ingreso y baja movilidad social. Las dos válvulas están cerradas y eso va generando una olla a presión".

El año siguiente, el 2008, el sistema financiero se encargaría de darle un nuevo empujón, esta vez internacional, al tema.

LO DICEN LOS GRINGOS

El lunes 15 de septiembre de ese año, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, Lehman Brothers, se declaró en bancarrota, ahogado por las pérdidas en el sector hipotecario. Esto tuvo un efecto dominó sobre varias otras instituciones bancarias y desató una crisis con repercusiones globales. Cientos de miles de personas perdieron sus casas y sus trabajos, pero el descalabro también mostró que había un grupo con tanto poder y recursos como para hacer tambalear a todas las economías del planeta. "Ahí la decisión que tomaron los estados fue salvar a los bancos y trasladarles todo el costo a los ciudadanos", explica el director de la Escuela de Economía y Administración de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Oscar Landerretche.

Eso generó rabia. La cultura popular se hizo cargo de este tema a través de, por ejemplo, películas como Inside Job. Cobraron más interés los estudios académicos como los de Piketty, que mostraban que la desigualdad entre los más ricos y el resto de la población se estaba disparando. En la calle, movimientos como Occupy Wall Street, en Estados Unidos, y el de Los indignados, en España, comenzaron a dirigir sus dardos hacia ese 1% que concentraba la riqueza global y que parecía no pagar por sus acciones.

La crisis no atacó a Chile con la misma fuerza que a Europa y Estados Unidos, pero el debate que se produjo en los países desarrollados, como Estados Unidos e Inglaterra, tuvo réplicas en Chile. Esa es al menos la teoría de Oscar Landerretche: "Aquí el tema se instaló definitivamente por las tendencias internacionales. Aceptemos la realidad: somos un país provinciano. A pesar de que la desigualdad es un problema estructural en Chile, nosotros necesitamos que el huinca, el blanco, el yanqui, nos diga que está bien discutir la desigualdad". Landerretche agrega que desde entonces se ha vuelto difícil restarse del debate, cosa que él, por lo demás, celebra. "Está penetrando al Financial Times, al Economist, los seminarios del Fondo Monetario, a los académicos, los papers. Está en las redes internacionales, comunicacionales y científicas, entonces para restarse habría que ser como autista".

Axel Kaiser, director ejecutivo de la Fundación para el Progreso, coincide con que el desastre financiero instaló el tema. Pero él no lo celebra. "Siempre ha estado en la agenda pública, nunca ha desaparecido por completo, pero te diría que tomó demasiada fuerza con la crisis financiera. Ahí empieza una serie de críticas al capitalismo, la mayoría infundadas, porque la crisis tiene que ver más con la intervención de los gobiernos, de los bancos centrales, que con la especulación. Pero el establishment intelectual que busca chivos expiatorios empezó a tomar con más fuerza el tema de la desigualdad".

Según un economista y académico chileno que reside en Estados Unidos, allá esto es principalmente una discusión de intelectuales. Se habla en los diarios, lo ponen los columnistas y los periodistas, pero no ha calado fuerte en la población. La prueba de eso sería que pese a que este es un tema que tradicionalmente levanta el partido demócrata, los pronósticos actuales dicen que hay una alta probabilidad de que los republicanos se queden con la mayoría, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, en las próximas elecciones de noviembre, lo que demostraría que entre los votantes no tiene mucha fuerza.

En Chile, en cambio, el tema el año 2011 literalmente se tomó la calle y fue consigna del movimiento estudiantil. Según Alfredo Joignant, éste "evidenció situaciones de desigualdad, muy especialmente en el plano educacional, que son insostenibles". En ese año, todos se sumaron a la conversación, partiendo por el ex Presidente Sebastián Piñera. "Yo pienso que, en primer lugar, los chilenos y chilenas no toleran los grados excesivos de desigualdad que han cruzado nuestra sociedad desde hace tanto tiempo. Y se han rebelado contra una desigualdad excesiva, porque Chile es el país con mayor ingreso per cápita de América Latina, pero también es el país, junto a otro más, con mayor desigualdad relativa en América Latina", dijo en su discurso más elocuente sobre el tema, en julio de ese año.

El ex Presidente Ricardo Lagos explicó que cuando los países reducen la pobreza y llegan a un nivel de ingresos como el que estaba teniendo Chile, la desigualdad se vuelve prioridad. Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda y referente para la derecha económica, protestó por el tono de la discusión. "A todos nos gustaría que Chile fuera más igual, pero el progreso económico ha significado ser mucho más iguales en las cosas que importan. Los mejoramientos en mortalidad infantil, expectativas de vida, disponibilidad de agua potable, todos ellos favorecieron a los pobres porque los ricos ya lo tenían. El mayor acceso a educación: podrá tener que mejorar mucho todavía en calidad, pero es muy distinto a no tener nada. Y esos son elementos de igualdad", dijo en una entrevista, a fines de 2012, a La Tercera.

Meses después, en marzo de 2013, cuando Michelle Bachelet se bajó del avión desde Nueva York, lo primero que dijo al anunciar su candidatura presidencial fue que su gobierno estaría centrado en la lucha contra este problema: "Mi convicción profunda es que la enorme desigualdad en Chile es el motivo principal del enojo". Ningún candidato pudo restarse del debate sobre la desigualdad.

¿UN PROBLEMA DE PAIS RICO?

Otro elemento que aparece como un hito importante para introducir con fuerza el tema de la desigualdad en la agenda, es el ingreso de Chile a la Ocde a comienzos de 2010. El asunto fue celebrado, porque era la primera nación sudamericana que entraba a este selectivo club. Sin embargo, eso también obligó a empezar a compararse sistemáticamente con los grandes. Desde entonces, los "jaguares de Latinoamérica" han tenido que vérselas con los rankings que, entre otras cosas, demuestran que tenemos los peores índices de desigualdad de los 34 países que la integran.

Pero según Rodrigo Troncoso, investigador del Programa Social y director del Centro de Datos de Libertad y Desarrollo, si Chile hoy se enfrenta a esta discusión es precisamente por sus buenos niveles de desarrollo, ya que "la pobreza prácticamente se erradicó. Esto nos permitió generar nuevos desafíos que pueden considerar otros temas". O sea, dice, hoy somos lo suficientemente exitosos como para tener un debate más sofisticado, ya que el país ha "aumentado su acceso a bienes, agua potable, esperanza de vida, acceso a la salud y acceso a la educación. De eso pocas veces se habla".

"Siempre me ha resultado curiosa esta discusión, porque el proceso de resolver ese problema ya está en marcha", dice el director del Instituto de Economía de la Universidad Católica de Chile, Claudio Sapelli. Él ha hecho varios estudios en desigualdad, y de acuerdo con éstos, si bien los números generales se han mantenido relativamente parecidos, "ha habido una importante mejora en la distribución del ingreso en las generaciones más jóvenes". Este fenómeno, dice Sapelli, parte con los nacidos a fines de la década del 50. "Hoy los indicadores de cantidad y de calidad en educación en Chile han mejorado sustancialmente. Si uno lo mide por la prueba Pisa, que evalúa las habilidades de los adolescentes de 15 años, Chile es el mejor de América Latina", dice. Por eso, él considera que el énfasis de las políticas sociales debería seguir centrado en la pobreza, y antes en la movilidad social y la distribución de las oportunidades, que en la redistribución del ingreso y la riqueza.

El abogado Axel Kaiser va más allá. El cree que el debate por la redistribución de ingresos va a terminar por desacelerar las economías y hacer perder fuentes de trabajo a los más pobres. Según él, la demanda por mayor igualdad se explica por un tema ideológico: "Somos el país más exitoso de América Latina, tenemos el ingreso per cápita más alto, con menor pobreza, mayor movilidad social, los mejores índices de desarrollo humano. Hay mucha gente a la que no le gusta este modelo de libre mercado, que prefiere uno de control estatal y quiere que este sistema colapse. El caso de Chile es un símbolo y por eso lo quieren ver caer".

Pero incluso él, que no considera que la desigualdad es el principal problema que tiene que abordar el país, está hablando del tema. Como todos.