Ha sido una larga historia de amor y odio. Las ballenas siempre han cautivado a la humanidad y, de hecho, en el siglo primero antes de Cristo, un esqueleto de este cetáceo fue trasladado desde Palestina hasta Roma, sólo para ser admirado por el público. Con el tiempo, otros esqueletos sirvieron de exposición itinerante en diversos países.
Una ballena azul que quedó varada en la costa de Suecia en 1860, fue convertida en una especie de café, que por años se trasladó por las principales ciudades de Europa. Las personas daban un paseo ingresando por la boca de la ballena, tomaban té en su interior antes de salir, al estilo de Jonás, de vuelta a la luz del día.
Numerosas historias de marinos revelaban la ferocidad de las ballenas cuando se les intentaba cazar. Sólo recientemente, se ha entendido que estos mamíferos tienen una alta capacidad de socialización, cooperación y aprendizaje, similar a la especie humana. Por esta razón, cuando se sienten agredidos responden atacando a sus enemigos, ya que están defendiendo a la manada y, sobre todo, a sus crías.
Con la prohibición y la limitación de su cacería desde mediados del siglo pasado, en muchas zonas del mundo la relación de estos cetáceos con los pescadores ha cambiado radicalmente. En muchos lugares, hoy son un atractivo turístico, ya que la convivencia pacífica les ha enseñado a confiar en nosotros. Se acercan a los botes y dejan que las personas las toquen y las acaricien. Y para esto no es necesario atraerlas con comida u otros señuelos, su acercamiento es espontáneo.
A pesar de este nuevo panorama, las ballenas no han dejado de verse afectadas negativamente en la convivencia con los hombres. Sin considerar a los países que siguen dándoles muerte para consumir su carne, el tráfico marítimo y el derrame de químicos siguen afectando a estos animales.
Destaca el problema de los ejercicios navales que realizan algunos países, en que disparan, hacen explotar bombas submarinas y utilizan el llamado sonar. Hoy sabemos que estas tecnologías les causa derrame en sus oídos y en sus cerebros, lo que las desorienta y las lleva a varar en forma masiva en las costas, donde finalmente mueren.
En Estados Unidos, esta situación está en manos de la Corte Suprema, donde se enfrentan los grupos conservacionistas con la Marina. Esta última advierte que de prohibirse los ejercicios en forma definitiva, la seguridad nacional estaría en riesgo.