Es como la historia de Billy Elliot, pero al revés. Porque al chico irlandés, hijo de un sindicalista, su padre quería verlo convertido en boxeador. Y él terminó bailando ballet. A Rocío Yáñez (27), su padre piloto de Lan la imaginaba convertida en abogada, sicóloga, ingeniera. Nunca pensó que un día la iba a ver barriendo a otra chica que corría detrás del balón, cerca del círculo central de una cancha. Un día incluso le dijo al sicólogo: "Dígale que no está bien, que no puede dedicarse al fútbol, que es una niña". Entonces, las cartas estaban jugadas. Pocos días después, Rocío hacía las maletas y se iba a Estados Unidos a jugar a la liga de soccer femenino. Tenía 16 años y la felicidad para ella olía a pasto, a sudor, a pelota de cuero.
"Era mi sueño, desde el día en que Raimundo Tupper me dijo que el fútbol allá era otra cosa, que nadie te miraba raro porque eras mujer. Yo tenía ocho años y sólo quería irme a Estados Unidos", recuerda Rocío a orillas del campo de entrenamiento de San Antonio Unido (SAU), las manos cruzadas tras la espalda, el gesto concentrado. Luego saludará a sus jugadores en el círculo central: "Buenos días, chicos". Y ellos le contestarán: "Buenos días, profe". Y ya en la práctica le dirá a Johan que busque más a sus compañeros, avivará a Ampuero palmoteando sus manos y le dirá a Paul que lo está haciendo bien, que así se hace, para volver minutos más tarde a un silencio casi oriental. Ahora es la única directora técnica del fútbol chileno, la única mujer a cargo de un equipo donde hay sólo hombres. Si el fútbol es, en alguna medida, la patria del machismo, ¿cómo hizo ella para doblarle la mano al destino?
"A mí siempre me gustó jugar fútbol. En el barrio, los chicos me iban a buscar a la casa con la pelota bajo el brazo. Tocaban el timbre y no preguntaban por mi hermano, que me llevaba dos años de ventaja. Preguntaban por mí. Si yo no estaba, le decían a mi abuela que cuando volviera del colegio saliera a jugar con ellos", cuenta.
Gracias a la amistad de su abuela con la abuela de Raimundo Tupper, la Cotocó, conoció al ex delantero de la UC. El ya jugaba en el equipo de la banda y ella aún era una mocosa. Tupper intercedió para que Rocío pudiera integrar el plantel de niños hombres de la UC, donde llegó a ser capitana. "Yo me tomaba el pelo y pasaba por un chico más. Estuve ahí hasta los 12 años. Después me fui un año y medio a vivir con mi mamá a Curicó, pero no resultó. Cuando volví a Santiago, me enrolé en Palestino, que había formado un equipo de mujeres. Yo jugaba de quite y quería ser como el argentino Fernando Redondo".
El problema era que su papá no quería que fuera como Fernando Redondo. No le gustaba el fútbol ni para su hija ni para él. Como viajaba mucho, nunca se enteró. Rocío tampoco se atrevía a contarle. Pero cuando llegó a disputar la final del campeonato en Talca reforzando a Santiago Morning (Palestino se lo había permitido), una foto de su equipo, que apareció en La Cuarta, cambió el rumbo de las cosas: un amigo de su padre la vio, y llamó a su viejo, y su viejo se apareció por Talca para ver si era cierto lo que le contaban. El secreto de Rocío quedó al descubierto.
"Ganamos la final, fui elegida la jugadora revelación, pero no pude festejar. Mi papá me trajo a Santiago apenas terminó el partido. Después de eso, vinieron sicólogos y siquiatras. Me ofreció estudiar batería, me compró una moto y me pagó clases con 'Chaleco' López con tal de que dejara el fútbol. Mi papá pensaba que yo estaba loca con la idea de convertirme en futbolista, yo pensaba que ahí estaba mi vida", cuenta.
Ella no se equivocaba. Después de un sudamericano de fútbol femenino en Lima, un gringo, flanqueado por un intérprete, dijo que la quería fichar para su equipo en Estados Unidos. Un año después estaba jugando en el Missouri Baptist, ganaba 40 mil dólares por semestre y era la reina de los duelos.
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Primero llegó a Santa Bárbara, California. Asistió a un colegio como oyente, mientras jugaba en un club de Segunda División. Su equipo ascendió a Primera y ella resultó ser una de las figuras. Fue ahí cuando el Missouri Baptist la reclutó. "Era un club muy parecido a la Universidad Católica, pero bautista. Comentábamos la Biblia a diario y debíamos marcar una tarjeta cuando íbamos a misa. Todas las integrantes del equipo vivíamos en un edificio, junto al equipo de cheerleaders. En otro edificio vivían los hombres", recuerda Rocío.
El problema fue que el fútbol que Rocío había aprendido no se parecía al que practicaban las norteamericanas. "Jugaban muy mecánicamente. Cuando controlaba el balón, tenía un número acotado de opciones para jugarlo. En mi caso: o se la pasaba a Kelly o a Megan. Si yo quitaba el balón y veía que nuestra delantera estrella, Loren, estaba libre de marca, no se la podía entregar. Era Kelly o Megan".
Pero a la hora del "duelo", ella era vital. Al soccer llegaban muchas extranjeras para armar el juego: brasileñas y kenianas eran las favoritas en esa tarea. Pero Rocío era letal cuando iba sobre ellas. "Marcaba a las latinas que organizaban el juego. Y siempre me iba bien. Me acuerdo que en una ocasión quité el balón y me perfilé para entregárselo a Kelly o a Megan, pero venía otra rival y la eludí antes de dársela a Megan. El entrenador me sacó de inmediato. Según él, había un 20 por ciento de posibilidades de eludir con éxito a dos rivales de manera consecutiva. Debía haber lanzado el balón fuera. Por eso me sacó…". Porque allá riesgos como ese no son bien vistos.
No fue lo único que le costó entender. Rocío tenía compañeras que nunca habían oído hablar de Maradona. "Yo me tomaba la cabeza. Cómo era posible que jugaras fútbol y no conocieras a Maradona. Cuando le preguntabas quién era su ídolo, ellas decían: Beckham, ¡imagínate!".
Estuvo casi tres años, hasta que la soledad comenzó a ser muy intensa. "Hubo un momento en que sentí que me estaba perdiendo de cosas importantes. Por ejemplo, se murió mi abuela Lela y yo no pude estar. Cuando el torneo paraba, me quedaba prácticamente sola por un mes. Para la Navidad era lo mismo. Había días en que no hablaba con nadie. Además, los telefonazos desde Chile comenzaron a espaciarse. El día que nadie me llamó para mi cumpleaños supe que debía volver".
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¿Regresar a qué? Por lo pronto, a jugar fútbol. Con poco más de 19 años, se puso la camiseta del Ferro -salió campeona con ese club-, pero la brecha era muy grande después de haber jugado en Norteamérica. Entonces, decidió retomar los estudios por partida doble. Como había sido futbolista profesional en Estados Unidos, pudo entrar al Instituto Nacional del Fútbol (Inaf) para convertirse en directora técnica. Era la única mujer en medio de una tropa de jugadores y ex jugadores profesionales. No fue fácil. La miraban como bicho raro y cuando llegaba a un grupo, los peloteros cambiaban de tema o se quedaban callados. Pero le iba tan bien en las clases teóricas que no les quedó otra que integrarla. Tras cuatro años, salió con honores: la mejor de su generación, entre 200 alumnos, directores técnicos, entrenadores, árbitros y administradores deportivos.
A la par, estudió Periodismo. Al fin y al cabo fue sobrina de una ilustre periodista: Patricia Verdugo, la autora de Los zarpazos del puma. Prefirió el deporte a la política. De nuevo se graduó entre aplausos. Hizo la práctica en el diario Clarín, de Argentina. Se dio el lujo de escribir comentarios de los partidos del club que le asignaron: San Lorenzo de Almagro.
Pero la vida le tenía deparada otra sorpresa. Tras un viaje frustrado a Nueva Zelandia, en 2009, ganó una beca de alto rendimiento que la llevó a Barcelona. Durante ocho meses conoció el trabajo de las divisiones juveniles del FC Barcelona, con el mismísimo Pep Guardiola como "profesor".
"De las muchas cosas que aprendí de Pep, la más significativa tiene que ver con la necesidad de sentirse parte de algo, de entender el grupo como una familia. Mira lo que ocurrió con Alexis Sánchez, el afecto con el que lo recibieron. No tengo dudas de que a él le va a ir bien. Si permanece varios años, Pep puede hacer de él un jugador con un rendimiento mayor que el de Messi", dice.
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En 2010, Rocío hizo clases en el Inaf y trabajó como ayudante técnico de Trasandino (el club donde debutó Iván Zamorano), realizando un campañón. "Perdimos la posibilidad de ascender a la Primera 'B' en el último partido. Fue cuando oí que algunos decían que no habíamos subido porque había una mujer en el cuerpo técnico y los jugadores se desconcentraban. Me da un poco de rabia ese tipo de situaciones. Me acuerdo que había algunos reporteros que comentaban que era bueno tener una mujer en el cuerpo técnico para que preparara el café. Una vez en el estadio de Iberia no querían dejarme entrar a la cancha, porque las pololas de los jugadores no podían sentarse en la banca", explica.
Cuando Jaime González, gerente técnico del SAU, se fijó en ella, Rocío ya sabía de estas cosas. "Me tocó vivirlo cuando fui a México a jugar por Copa Libertadores. Un compañero echó a una fanática que se subió al bus para saludarnos. Según él, traía mala suerte". Y algo parecido le ocurrió a González cuando le propuso a la directiva del club su nuevo equipo de trabajo. "¿Una mujer a cargo de puros cabros? Jaime, tú sabes cómo son los hombres", le dijeron. Pero persistió: convenció al presidente del club, quien finalmente dio luz verde.
Llevan siete meses trabajando juntos como dupla técnica y, después de cuatro años, clasificaron al SAU a la liguilla del ascenso.
Desde febrero, Rocío vive en El Quisco. Y aunque no cocina ni un huevo, está a cargo de la última hija de su madre, Romina Lampasona, de 15 años. Es su apoderada en el colegio y le ayuda con las materias, en el poco tiempo que el fútbol le deja. ¿Rituales extrafutbolísticos?, sólo tres: el protector solar factor 50 que se echa todas las mañanas, el pasaje de la Biblia que lee al azar por las noches, y la batería que toca en la Wii para descargar la tensión después de los partidos.
El sábado pasado, más de mil personas llegaron al estadio Olegario Henríquez para ver al SAU. Al grito de "¡Es un carnaval, es un carnaval, San Antonio es inmortal!", y con una bandera que llevaba grabado el rostro del Chupete Suazo (oriundo del puerto), los locales empataron 2 a 2 contra Ovalle y siguen en carrera por ascender a la Primera "B".
Esta semana, Rocío fue nombrada como DT de la Selección Nacional Femenina Sub-17, pero sigue firme en la otra lucha: abrir la puerta para que más mujeres entren a ese territorio que, hasta hace poco, lucía el cartelito de "no se admiten mujeres".