Jane Chandler cría las grullas más raras del mundo, y para que estas aves de América del Norte en peligro de extinción tengan chance de sobrevivir en la naturaleza, nunca deben ver su rostro o escuchar su voz.
De lo contrario, estas grullas blancas, también llamadas trompeteras por el sonido de su llamado, se identificarán con los humanos y jamás podrán adaptarse a la vida salvaje y desarrollar el instinto de huir de los humanos y de otros depredadores, explica esta experta del Centro Federal de Investigación de Vida Silvestre de Patuxent, en Maryland (este), cerca de Washington.
Así que Chandler se disfraza de grulla cada vez que se acerca a los polluelos: se envuelve en una capa desde el cuello hasta los tobillos, con una gorra blanca y una especie de velo para cubrir su rostro.
También tiene en una mano un títere con la forma de la cabeza de una grulla adulta y usa el pico para recoger bolitas o uvas para alimentar a un grupo de once grullas jóvenes de casi seis meses.
Estas grullas jóvenes ya miden un metro de alto. Su cabeza y alas son marrón claro, un color que se desvanecerá cuando lleguen a la edad adulta: las plumas serán de un blanco brillante con las extremidades negras.
Estas aves (Grus americana), las más grandes del continente norteamericano con una altura de 1,50 metros, estuvieron a punto de desaparecer en Estados Unidos hace más de un siglo. Llegaron al borde de la extinción con la pérdida de su hábitat, cuando los pioneros drenaron los pantanos para obtener tierras de cultivo.
Medio siglo de esfuerzos
En los años 1940, sólo había una veintena de estas grandes aves en la naturaleza.
Ahora, después de medio siglo de esfuerzos y millones de dólares gastados cada año para reponer las poblaciones de grullas blancas, hay cerca de 600, la mitad de las cuales vive en estado salvaje y la otra mitad en cautiverio.
Los expertos estiman que para que se pudiera mantener de forma sostenida la especie se necesitarían al menos mil grullas blancas viviendo en la naturaleza en al menos dos poblaciones separadas.
Dos de los cuatro principales programas implementados desde los años 1960 para reintroducir a las grullas en un entorno salvaje han fracasado, y un tercio ha tenido tantas dificultades que los observadores se preguntan si es posible volver a insertar a estas aves en hábitats en los que ya desaparecieron.
Casi todos los intentos de repoblar a estos animales en estado salvaje en Wisconsin (norte) fracasaron. De los 132 nidos encontrados con huevos entre 2005 y 2013, sólo en 22 nacieron al menos un polluelo y sólo cinco de éstos sobrevivieron un año, según la ecologista Sarah Converse del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, del inglés).
A menudo, estas aves adultas dejan sus nidos, incluso antes de romperse el cascarón de sus huevos, un misterio que los científicos creen haber resuelto.
Según Converse, "las grullas abandonan el nido al parecer porque con frecuencia son picadas por moscas negras muy agresivas". Por eso, desde 2011, los investigadores sueltan a las grullas en zonas donde hay menos moscas de ese tipo.
Otra estrategia de repoblación consiste en entregar polluelos nacidos en cautiverio a grullas adultas en estado salvaje para que las jóvenes permanezcan un año con sus "tutores" antes de volar por su cuenta.
En 2013, cuatro grullas jóvenes fueron liberadas en grupos cerca de grullas adultas. Dos murieron rápidamente, una atrapada por un lobo o un coyote. Las otras dos sobrevivieron, se vincularon con otras grullas adultas y migraron con ellas hacia el sur.
A pesar de esta pérdida del 50% de las aves, "este proyecto es un gran éxito", consideró Glenn Olsen, un veterinario del USGS. En 2014 unas seis a nueve grullas jóvenes también probarán suerte en la naturaleza.