Fue hace ya diez años, después de una fiesta, cuando con Macarena García decidimos hacer un libro sobre los años ochenta en Chile. Imitar esa tradición norteamericana de buscarle, a través de la crónica, el espíritu a una década. En esos años la obsesión por los ochenta recién comenzaba, pero estaba restringida a su dimensión más superficial: programas de radio, fiestas, trivia pop vacía de todo contexto. Quisimos hacer algo que incluyera todo eso y el ruido de fondo de un país viviendo en dictadura. El resultado fue La Era Ochentera, un libro que anunció lo que se transformó en algo cercano a la manía: evocar la década, aproximarse una y otra vez hasta alcanzar los bordes menos felices y más tenebrosos de esos años. Aquel libro también podría inscribirse en lo que el ensayista inglés Simon Raynolds llamó "retrocultura" o la obsesión de la cultura popular actual por el pasado.
Tal como los ochenta, los años noventa fueron para los chilenos un asunto que sobrepasó el imperio de una moda en particular o la suma del consumo pop del momento. Fue un período de búsqueda y construcción, un momento que muchos recuerdan como un nuevo comienzo en el que había que avanzar como se hace en un campo minado. Alberto Fuguet que debutó como escritor en 1990 con los cuentos de Sobredosis cree que si la nostalgia de los años ochenta estuvo teñida por la búsqueda de "lo cálido y familiar dentro del horror", el ejercicio en el caso de los noventa es diferente. "En ese momento estalló el país en el que ahora estamos y el que ahora muchos sienten que se desbandó. Creo que hay suficientes elementos sociales, políticos, artísticos y estéticos para fijarnos en esa década".
En el GAM se iniciará un nuevo ciclo que recordará el under de los noventa. El plato fuerte será la obra de danza La noche obstinada inspirada en las fiestas Spandex que se estrenará en julio; por su parte Canal 13 lanzó el martes el programa Yo amo los 90. La nostalgia comienza a mover su maquinaria nuevamente y si la pregunta antes fue cómo sobrevivimos a los ochenta, en esta oportunidad es más bien cómo nos cambió la década de la transición. Los noventa son el nuevo vintage que seguramente muchos querrán examinar.
UN ESPÍRITU
Hitos para el inicio hay muchos y no se ciñen exactamente al calendario. Los 90 arrancaron en 1988, al día siguiente del plebiscito, cuando un nuevo ánimo se instaló. La década partió también cuando el economista Arístides Torche anunció en un estudio que cinco millones de chilenos, o sea el 42%, vivía en la pobreza y cuando en la plaza de Puente Alto Andrés Pérez presentó por primera vez La Negra Ester. Hubo una frase que hasta hoy retumba, para muchos, como el punto de partida de la nueva era: "Justicia en la medida de lo posible", que fue lo que dijo Patricio Aylwin en el discurso en que anunció la creación de la Comisión Verdad y Reconciliación. En tanto, para otros la década arrancó con el concierto de Amnesty llamado "Un abrazo a la esperanza" de octubre de 1990. El mundo comenzaba a acercarse a Chile. La nueva generación de periodistas de espectáculos podría presenciar lo que sus antecesores no pudieron: conciertos masivos de grandes estrellas y vivir la incipiente noche santiaguina. "Los grandes estadios -o el gran estadio, en realidad- con músicos que jamás soñamos ver en vivo", comenta la periodista de espectáculos Jimena Villegas.
Pero cada paso estaba siempre condicionado por un jurado vigilante a la certificación de sanidad social: así ocurrió en 1992 cuando Iron Maiden no pudo tocar en Santiago porque fueron acusados por sectores religiosos de promover el satanismo. El mismo año dos películas españolas -Arrebato y Bilbao- fueron censuradas por un organismo de calificación que estuvo vigente durante toda la década y que prohibió la exhibición en Chile, entre otras, de Pepi Luci y Bom y otras chicas del montón, el primer largometraje de Pedro Almodóvar. La medida de lo posible era estrecha y severa. "Era como si la flamante democracia enfrentara cada día el pasado, con amenazas de boinazos y movimientos de tropas. Como les pasa a los adolescentes que pretenden ser adultos pero alguna autoridad les recuerda que no lo son. Fue una época de grandes esperanzas y enormes decepciones", reflexiona Jimena Villegas.
El matiz de la esperanza estaba en los números. Las cifras de una economía hirviendo que mes a mes anunciaban Cecilia Serrano y Bernardo de la Maza en 24 Horas, el noticiero que recobró la credibilidad de TVN. La economía llegó a crecer un 12 por ciento, la inflación cayó del 27 al 4 por ciento y el ingreso per cápita saltó de 2.625 dólares en 1990 a casi 5.000 en 1997. Las cifras macro eran un combustible para la satisfacción que se concretaba con la expansión del consumo hacia los sectores medios cuyo máximo símbolo fue el Mall Plaza Vespucio de la Florida y el desembarco de McDonalds en territorio nacional. La prosperidad de los teléfonos públicos que llegaban hasta Cachiyuyo y la del maestro Faúndez que reivindicaba al hombre nuevo, al hombre pyme con un celular CTC que anunciaba tecnología para las masas. En esa época la desigualdad no estaba en el discurso público, predominaba la idea del crecimiento que entre 1992 y 1997 alcanzó un promedio de 8 por ciento.
La década de los 90 es considerada la más exitosa del siglo XX en términos económicos. En esos años la empresa privada, la apertura comercial y el modelo exportador se consolidaron como el eje que articularía el sistema y la principal herramienta para reducir la pobreza que al final de la década era del 21,7 por ciento, la mitad de la cifra de 1988. El mejoramiento de las condiciones materiales de vida en muchos ámbitos y la danza de cifras positivas conformaron un hábitat novedoso que sólo fue cuestionado a partir de la crisis del 98, cuando además salen a la luz las tensiones que el modelo de crecimiento está produciendo en la coalición gobernante con el surgimiento de un debate entre los denominados "complacientes" y "flagelantes" que daría origen a la tesis de las dos almas en la coalición.
El sociólogo Eugenio Tironi, otro ícono noventero, afirmó que la sociedad chilena se había hecho "adicta al crecimiento". Andrés Wood -el director que debutó con Historias de fútbol en 1997- describe lo que sucedía desde otra perspectiva: "Los noventa son extraños. El júbilo dura poco. A mi parecer los resabios del quiebre moral de la dictadura brotan en su mayor magnitud en el concepto de 'la medida de lo posible'. El bien común pierde sentido y surge un nuevo orgullo y prepotencia con el sistema económico. Los jóvenes se definen con 'no estoy ni ahí' del Chino Ríos, una frase que revela la falta de épica". La muletilla curiosa y abstracta del "no estar ni ahí" tiene un correlato en el desplome de la participación de los jóvenes en política. Si en 1988 el tramo de ciudadanos entre 18 y 24 años inscritos en los registros electorales alcanzaba el 20 por ciento del total, en las parlamentarias de 1993 descendió al 13 por ciento. El 2001 los inscritos en el mismo tramo de edad llegaba sólo al 3,4 por ciento.
Alberto Fuguet resume recurriendo a la metáfora del adolescente que se asoma al mundo y comparando esos diez años con la canción más célebre de Nirvana: "El país pasó su pubertad y se llenó de acné. Si tuviéramos que darle un nombre, sin duda es la era teen (Smells like teen spririt). Todas las características adolescente le caben: curiosa, inquieta, dudosa, depresiva, bipolar, exaltante, sobregirada, confiada".
SEÑALES DE VIDA
En los ochenta la vida nocturna fue un cuerpo amputado por los toques de queda que se levantaban y establecían según la agitación política y los estados de sitio. Con la democracia volvió la noche, sobre todo a Santiago. Marcelo Cicali, el hombre que el 10 de agosto de 1990 inauguró junto a un grupo de amigos un bar llamado Liguria hace memoria: "La noche cambió ferozmente -dice Cicali- fue el fin de las peñas y la aparición de las fiestas Spandex, pero para mí fue una década de mierda, de coca, trasnoche y plástico". Los 90 fueron el despegue de Ñuñoa, que la Zona de Contacto, bautizó como Ñuñork, el surgimiento de un barrio universitario en República y de la plaza Brasil como zona bohemia y el inicio del desenfreno de calle Suecia.
En los noventa los sellos discográficos aún no querían enterarse del cataclismo que se les aproximaba y llevaban a grabar a las nuevas bandas a Londres, apostando a una prosperidad que no tocaría techo y a un mercado más allá de la cordillera. "El primer disco que se me viene a la cabeza es Corazones, de Los Prisioneros y luego Fome de Los Tres", apunta Marcelo Cicali cuando le pregunto sobre la música con la que identifica la época. Son los años del pop de La Ley, de Lucybell y de Mírame sólo una vez, el one-hit-wonder de Christianes, pero por sobre todo es la época de la explosión del hip hop chileno con La Pozze Latina y Tiro de Gracia.
Los tiempos habituales en que se tardaban en llegar los discos, películas y libros comenzaron a acortarse en una carrera hacia la inmediatez actual. El grunge sumó seguidores en Chile tan rápido como en Europa. El mundo parecía ya no estar tan lejos. Alberto Fuguet cree que esto trajo múltiples consecuencias: "La gente quería reconocerse en bandas, en libros, en telenovelas. La noche empezó a ser un nuevo sitio que colonizar. Empezó "el abajismo". Los video-clubs transformaron cada casa en una cineteca. El suburbio adquirió espesor y la elite perdía poder cultural, social y ético, lo mismo que la iglesia. Se tiende a creer que, entre tanta luces de mall los noventa fueron puro consumismo; mi impresión es que fue un serio estallido de querer vivir la vida de un amplio sector, que ya sea por política, por segregación o por falta de acceso económico, no habían podido vivirla". Había ansias, pero también límites y guardianes de esos límites.
En Chile no hubo el destape a la española que los sectores conservadores temían. No hubo ley de divorcio, ni despenalización del aborto, la ley que distinguía entre hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio fue derogada sólo en 1998 y la que criminalizaba la homosexualidad no fue modificada sino hasta 1999. El sexo y el cuerpo, sobre todo el de una mujer desnuda, podía transformarse en un asunto político. Eso ocurrió en febrero de 1992 cuando la actriz Patricia Rivadeneira desfiló en una performance en el Museo de Bellas Artes sólo cubierta por una bandera chilena. El escándalo fue mayúsculo. La Iglesia Católica advertía a través de documentos pastorales la "Crisis Moral" mientras los partidos políticos y medios de comunicación comenzaron a utilizar con entusiasmo la expresión "temas valóricos", acuñada para referirse a todo aquello que tuviera que ver con sexo y reproducción. Se estableció una aduana que sucesivamente haría sonar las alarmas: Frente a las Jocas o Jornadas de Educación Sexual en las escuelas públicas-, frente a las campañas de prevención del sida y frente a películas como La última tentación de Cristo.
Para Alberto Fuguet existió un destape, pero privado y no público. "Mi impresión es que el destape llegó pero de manera más privada".
Fuguet sostiene que si la década tuviera una banda sonora, la canción Creep de Radiohead debería ocupar un lugar destacado porque celebra una nueva individualidad. "En los noventa la gente se atreve a dejar de pensar en nosotros y se apuesta y se enfrenta al yo", especula el autor de Mala Onda.
Junto a la necesidad de orden interno, de disciplina doméstica existía la necesidad de hacerse reconocidos fuera de Chile. El primer gesto para hacer algo al respecto fue la participación de Chile en la Exposición Universal de Sevilla en 1992, el último fue la creación del concepto "marea Roja" en 1998, cuando cientos de chilenos se endeudaron para acudir al Mundial de Francia. Fue la expresión más colectiva del auge que comenzó a desvanecerse el mismo año con la crisis asiática.
La expo Sevilla fue el primer rugido del Jaguar de Latinoamérica. El diseñador Juan Guillermo Tejeda fue el director artístico del envío chileno, aquel que incluyó un iceberg: "Sevilla fue para mí la recuperación del honor que habíamos perdido mi familia, mi generación y yo mismo con la dictadura: el exilio, mi madre detenida y torturada por Contreras y Romo, el durísimo regreso a Chile". Tejeda postuló mostrar los aspectos cotidianos del país -las cajas de fósforos Andes, las marraquetas, las fuentes de soda- y a eso agregarle una épica que finalmente fue el iceberg.
"Nuestro pabellón -recuerda el diseñador- estuvo entre los 12 más visitados y comentados".
Tejeda cuenta que al Presidente Patricio Aylwin le incomodaba el despliegue en torno a la participación chilena en la Expo: "Le cargaba el pabellón, en su inauguración grabó un mensaje de televisión donde dijo 'somos un país modesto'". Nosotros queríamos, por el contrario, sacar músculo, vernos guapos, recuperar la dignidad, sentirnos orgullosos de nosotros mismos".
SONANDO FUERTE
Según el escritor norteamericano Thomas Frank, la primera marca que dejó de ver a la juventud como un mero segmento demográfico y lo transformó en un nicho de mercado utilizando la contracultura como herramienta fue Pepsi en los sesenta. En su libro La conquista de lo cool, Frank indaga en la manera en que el capitalismo, las grandes empresas, transformaron sus valores y se adaptaron a los movimientos sociales surgidos en los años del hippismo. Allí arrancó una corriente empresarial que capturaba lo cool de la contracultura en una pieza del engranaje de mercado. Pepsi fue la bebida de la nueva generación en los noventa. Eso también hizo MTV que en 1993 inauguró su versión para Latinoamérica y la misma estrategia intentó hacer Canal 2 Rock and Pop a nivel local partir de 1995. Este canal le dio una salida a todos aquellos puntos de vista sepultados en el ámbito público por la oficialidad. Una de las escenas más memorables fue el pic nic de los conductores del programa Gato Por Liebre en Punta Peuco, junto a la cárcel que el gobierno hizo a la medida de los militares condenados por violaciones a los derechos humanos.
Gato por Liebre era la copia sin derecho de franquicia de CQC. Rafael Gumucio explica: "La idea era copiar descaradamente Caiga quien caiga. Muy luego las personalidades de los que lo hacíamos se impusieron sobre la idea central. Nuestro programa era menos canchero que el argentino, pero más imaginativo, raro y creo yo, más insolente". Luego de Gato por Liebre el canal creó Plan Z, como un programa de verano que, según Gumucio, servía para amortizar costos. El nombre del programa era una ironía de Pedro Peirano y Álvaro Díaz, los mismos que a la década siguiente crearon 31 minutos. "Fue una época maravillosa -cuenta Gumucio- en que todo era imposible y por eso excitante. No ganábamos nada de plata, editábamos y escribíamos todo. Recibimos ocho sanciones del Consejo Nacional de Televisión y un par de censuras (muy suaves) dentro del canal".
¿Cómo recuerdas que era Chile en ese momento?
Era una democracia protegida, próspera y contradictoria, llena de fronteras secretas y poderes fácticos. Fue una época extraña en que creíamos seriamente que éramos escépticos y realista y protagonizábamos una revolución, la neoliberal.
Si la fecha de inicio de los noventa no es exactamente la cronológica, el punto en el que se terminaron tampoco tiene por qué serlo. El fin es múltiple. La década tuvo su punto final el 16 día de octubre de 1998 cuando Pinochet fue detenido en Londres, obligando al gobierno y al país a asumir esa parte arrinconada de la historia que la política de los consensos había obligado a pasar por alto. Pero también los noventa terminaron la tarde en que el candidato Lavín obligó por primera vez a la Concertación a una segunda vuelta que Ricardo Lagos ganó con apenas lo justo. La década también se clausuró el 1 de diciembre de 1999, el día en el que el Canal 2 cerró definitivamente sus transmisiones y también cuando empezaron a circular los primeros números del The Clinic. Los años del entusiasmo terminaban con una crisis económica y un socialista asumiendo en La Moneda. Era la despedida de nuestro agitado siglo XX en formato consumo, con la esperanza puesta en los tratados de libre comercio en ultramar y en las anchas y concesionadas carreteras abriéndose al paso del chileno libre.