"Los primeros días de marzo se supo que mi hijo tenía hepatitis. Lo hospitalizaron por tres días en el Hospital Base de Los Angeles y lo dieron de alta en ese estado, amarillo en todo su cuerpo, con manchas, sumamente mal. Lo tuve en la casa, pero luego fue intervenido en el hospital. Se dieron cuenta que había pasado de hepatitis A a una fulminante", dice Luis Poblete.
Diego fue enviado al Hospital Calvo Mackenna. Estaba claro que tenían que hacer un trasplante. Pero tuvo una descompensación, entró en coma. Fue un proceso rápido, porque lo dieron como prioridad número uno.
Lo que vino fue un calvario. Se activó a nivel nacional la urgencia de un hígado y dieron un plazo de 48 horas. Me dijeron después que sólo había seis horas para que llegara un hígado y no había. Había muchas muertes, pero tú no puedes obligar a la gente. La esperanza nunca la perdí.
Yo sabía que iba a haber un milagro y fue así: apareció un hígado de una familia que se puso la mano en el corazón, donó su órgano, la familia Chaparro, con quienes seguimos en contacto y a quienes agradezco mucho.
Después Diego entró en coma, perdió la noción y estuvo sedado tres meses y medio. Para mí fue un tiempo sumamente duro y largo, meses que estuvieron llenos de complicaciones para Diego.
Le dio hemorragia interna, después tuvo infecciones que lo tuvieron al borde de la muerte, después más infecciones y varias complicaciones en sus órganos. Se estabilizó y luego siguieron las complicaciones. Le hicieron un drenaje en el cerebro, tuvo líquido en el pulmón derecho, le sacaron dos litros en el lado izquierdo.
Tuvo úlceras, le sacaron coágulos del estómago, le sacaron toda la piel del abdomen con músculos, le sacaron la piel de la pierna derecha para cubrir sus órganos: tuvo todas las infecciones, ingresó más de 30 veces al pabellón, estuvo dializado y, ahora último, tuvo una infección a la sangre. Y resistió todo, incluso, cuando estaba agonizando seguía luchando, seguía batallando.
Yo estuve con él de las ocho y media de la mañana hasta las 10 , 11, 12 de la noche, hasta las dos de la mañana y mucho más. Estuve los seis meses al lado de mi hijo, no lo dejé ningún día solo.
Tengo tres hijos y hace nueve años que los estoy criando solo, hago el rol de papá y mamá. En Santiago estaba con mis padres, pero mis otros dos hijos estaban a cargo de mi hermano en Los Angeles. Los llamaba constantemente y los mandaba a buscar los fines de semana para que estuvieran conmigo.
Fue muy dura esta batalla, pero debo decir que la mamá siempre estuvo presente, nunca ha habido rencor. A ella le dije que estuviera presente cuando Diego cerrara los ojos. Yo no quería estar, porque ya había vivido seis meses de lucha, todos los días, todas las horas del día.
Cuando a Diego le pasaba algo, cuando se le presentaban complicaciones, yo trataba de agilizar todo el sistema con los médicos, para que lo trataran de atender lo más rápido, pero si yo estaba presente cuando mi hijo cerrara los ojos para el resto de su vida, iba a tratar de mover todo, pero sabía que no iba a sacar nada positivo. Por eso, preferí retirarme.
Estaba en mi casa acostado y despierto y el doctor me dio la noticia. Me decía: 'Luis, bajaron las pulsaciones'. 'Luis, pasa esto'. A las tres de la mañana con cinco minutos me dijo: 'Luis, Diego se fue'. Ahí partí rápido al hospital. Lo esperaba, pero lo bueno que me quedó es que batallamos los dos. El fue un guerrero, un ejemplo a nivel nacional, un niño que tuvo muchas complicaciones, que agarró todas las infecciones, que tuvo comprometidos todos sus órganos, lo mínimo que podía era rendirle un honor a un guerrero y me gané un ángel propio.
Lo último que me dijo, días antes, fue: 'Me siento orgulloso del papá que tengo, si yo pudiera abrazarte bien fuerte, lo haría, papito, pero no puedo, porque no tengo mucho movimiento en los músculos, ya llevo cinco meses en la cama'. Para mí Diego es un angelito que me va a seguir el resto de la vida, es un ángel que van a tener todos los niños, porque él dejó la vara muy alta".