Es imposible perderse buscando la Villa Santa María, en Cerro Navia. Un letrero de fierro rápidamente ubica al que es nuevo por esos sectores. El barrio: un lugar de diminutos pasajes, con bien cuidadas viviendas, que parece un oasis al lado del trajín de micros y comerciantes que se deja atrás en Carrascal.
En esas calles solía pasear en bicicleta Ximena (17). Los vecinos, según cuenta, la acusaban a la mamá cuando superaba la velocidad que todos consideraban prudente. Hoy casi no sale. Terminó hace un mes el colegio y rindió la PSU. Prefiere ver teleseries japonesas y armar casas de Lego.
A un costado de la cama está su mochila, donde guarda libros, cuadernos y un gran estuche. En él, el implemento que la ha acompañado desde sus cuatro años. Una lupa con lente 7x, la misma que usó cuando tenía seis años y su mamá le dijo: "Tienes que aprender a leer".
Con la ayuda de la lupa aprendió a leer. Con la lupa aprendió a escribir y con ella escribe en sus cuadernos, todos los días, en clases. En el estuche, junto al aparato, también va un pequeño telescopio, de no más de 10 centímetros. Al conjunto se agregó hace un par de años un lector electrónico.
Así, mientras la mayoría de los escolares mira su celular, hace dibujitos o cuchichea con el del lado, mientras copia lo que el profesor escribe en la pizarra, Ximena apenas tiene tiempo para distraerse. Debe realizar una compleja rutina de, al menos, cuatro pasos: con el telescopio mira lo escrito en la pizarra, después lo deja sobre el pupitre para tomar la lupa y con la ayuda de ésta, escribir lo que acaba de leer del pizarrón, en el cuaderno, que está apoyado sobre un atril que ocupa toda la mesa. Así no se encorva al escribir. Si usan libros, recurre al lector electrónico, que un familiar le trajo de EE.UU.
Ximena sufre desde su nacimiento retinopatía del prematuro: en el ojo derecho no tiene visión y en el izquierdo, sólo un 20%. Su madre, Jimena, no recibió mayores explicaciones del hospital cuando le entregaron a la pequeña y le dijeron que la llevara al oftalmólogo. Ella, de entonces 37 años y madre de otro hijo de tres, tampoco creyó que sería tan grave, hasta cuando escuchó el diagnóstico del oftalmólogo: si no le hacían un tratamiento, la visión que le quedaba en el ojo izquierdo podría también perderse. Así lo hicieron. ¿Cura? La había en EE.UU. y consistía en una cirugía, pero no recuperaría más del 5% de visión. "Primero había que llevarla por un ojito y después por el otro. Tendríamos que haber vendido la casa para que mejorara un 5%. Era muy poco para quedarnos sin nada", dice la madre.
Desde entonces, Ximena ha estado seis veces en el pabellón: una vez sufrió un golpe y se le desarrolló un glaucoma. Otra vez, tuvo cataratas y hubo que colocarle un lente intraocular. Ni ello, ni nada llevaron a Ximena a retrasarse. Terminó con promedio 6 en su colegio, el Elvira Hurtado de Matte, perteneciente a la red educacional SIP; no repitió ni un año y en la PSU, sin preuniversitario y preparando la prueba sólo con una lupa y lo que le enseñaron en el colegio, sacó 714 puntos en Historia y 622 en lenguaje.
La dedicación diaria de la madre, quien desde que nació se volcó a estimularla cada día para despertar sus sentidos, y la profesora jefa que tuvo en enseñanza básica, en la escuela Olga Navarro, fueron claves en su desarrollo. "La profesora era maravillosa, la impulsó. La ponía de ejemplo al curso, la premiaba y la alentaba, y Ximena empezó a querer mejores notas", cuenta la mamá. Por entonces, había dejado de ir a la escuela para niños ciegos, en donde nunca encajó.
De ahí a la enseñanza media, en el Liceo Elvira Hurtado, y al buen puntaje en la PSU, hubo poco. "Cuando llegué a la enseñanza media, maduré. Era un colegio grande y me movía sola por él. Cuando llegaba a casa, nadie me decía que estudiara", cuenta la adolescente.
Su madre, presente en la entrevista, ha seguido de cerca cada paso de su hija. Es ella quien la recogía todos los días del colegio, adonde la iba a dejar su padre, y es ella quien la postuló a la universidad.
Quedó en espera en Sicología, en la UDP. Como no avanzó la lista, su madre analizaba si matricularla en un preuniversitario, pese a que ella les teme a las matemáticas y no quiere volver a estudiarlas. La esperanza de la familia: que si ya sacó sobre 600 puntos, la próxima vez preparando más la prueba, pueda mejorar. Para su madre, quien vive y se desvive por su hija, es algo posible. "Yo sé que ella es capaz de todo. Si quiere hacerlo, sé que es capaz", dice, y acota: "Quisimos dar esta entrevista para que otros niños en su condición sepan que sí se puede", dice la madre, Jimena con jota. Su hija Ximena con equis la mira tímida y se ríe.