A Nicolás Lastra Pérez, de un año y 10 meses, lo encontraron flotando boca abajo entremedio del musgo de una piscina, sin signos vitales. Un llamado por teléfono, una polera naranja fosforescente y un encuentro fortuito le salvaron la vida. Esta es la historia de un milagro, como lo dice con orgullo su madre, Nicole Pérez, sosteniendo nuevamente a su hijo en brazos, sano y a salvo.

La madre del menor se encontraba cuidando a la hija de su prima en una residencia en Peñalolén, cuando permitió a Nicolás salir a jugar al jardín junto a la piscina, la cual estaba supuestamente con la reja de protección cerrada, debido a que no recibía mantención desde marzo de este año. Habían pasado sólo cinco minutos desde que el menor había salido, cuando recibió un llamado de su pareja, Jonathan Lastra, preguntándole cómo se encontraba su hijo. Ante la pregunta, Nicole fue a buscar al menor, el cual no encontró por ningún lado, lo que provocó un estado de desesperación en ella. Por casualidad, aquella mañana el pequeño tenía una polera color naranja fosforescente, la que permitió reconocerlo flotando entre el metro y medio de agua estancada que tenía la piscina. Al verlo inconsciente decidió tirarse para salvarlo, sacándolo sin signos vitales.

En ese momento exacto, Camila Herrera (19), estudiante de enfermería en primer año de la Universidad Diego Portales, pasaba junto a un grupo de amigas por el condominio donde se desencadenó el accidente, logrando escuchar los gritos en estado de shock de la madre de Nicolás. Herrera vio a un grupo de personas alrededor del menor, sin saber qué hacer ante la situación, por lo que decidió intervenir, sin importar su falta de experiencia y práctica. En la universidad, solamente en una asignatura le enseñaron a hacer reanimación cardiopulmonar de emergencia, practicando en contadas ocasiones y siempre en figuras de plástico. Ante su desesperación corrió para prestarle primeros auxilios al menor de tan sólo 22 meses de edad. "Yo ya veía al niño muerto, estaba morado e inconsciente", recuerda. Durante la reanimación, admite que perdió el sentido del tiempo y que su cuerpo tiritaba de pies a cabeza, haciendo más difícil la labor de dar respiración boca a boca. Era la primera vez que hacía este tipo de trabajo de reanimación con una persona y resultó ser todo un éxito.

El menor no sufrió daños neurológicos ni secuelas, producto de la falta de oxígeno. La reacción espontánea de una estudiante de primer año de enfermería, sin experiencia ni conocimientos sobre primeros auxilios, fue el punto de inflexión de un día cualquiera, en el que la joven se "tituló" de héroe sin esperarlo y el pequeño Nicolás fue protagonista de su primera hazaña.