La familia del silbato

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Nicolás Pozo, el más joven de un clan unido por el arbitraje, mantiene viva la pasión por impartir justicia en una cancha. Juan y Pablo, padre y hermano, lo aconsejan en una labor que califican como un "mal necesario".




Mientras caminan al lugar en que tras 27 años repetirán la foto que acompañó una entrevista en la extinta revista futbolera Minuto 90, los Pozo conversan sobre el tema de moda en el arbitraje mundial: el videoarbitraje, más conocido como VAR, por sus siglas en inglés. A los hombres de la familia Pozo los une la pasión por el fútbol. Todos fueron futbolistas alguna vez, sin embargo, sólo Mauricio (46) desarrolló una carrera como jugador de punta a cabo. En tanto, Juan (70), Pablo (44) y Nicolás (26) decidieron convertirse en réferis tras no conseguir el éxito que esperaban.

Mauro se remonta a 1998. En cancha celebró el gol fantasma del Chiqui Chavarría ante Temuco, su compañero en Deportes Concepción, pensando que era legítimo. Pero no. El disparo del volante atravesó la red por el costado del arco y los penquistas ganaron por la cuenta mínima."Si hubiera estado la tecnología en esa época, se habría anulado sin dudar", dice el mayor de los hermanos Pozo.

El más joven de la familia extiende la tradición referil. A pesar de que encontraba que el arbitraje era para tipos locos que les gustaba ser insultados, hoy Nicolás desarrolla una incipiente carrera en franco ascenso. El martes pitó en el clásico universitario sub 17 con correcta evaluación de sus pares. Pablo le entregó un listado con sus apreciaciones.

Los Pozo fueron en masa a San Carlos de Apoquindo, incluídas las mujeres. Georgina, madre, y Pamela, la hermana, fueron y son pilares fundamentales en la carrera de los Pozo. Hinchas número uno de quienes no tienen barra. Georgina iba a ver a Pablo a los partidos que dirigía, e incluso le respondía a los hinchas que insultaban a su hijo. "Quedó la escoba una vez que Pablo fue designado como asistente en un partido en Valparaíso entre Wanderers y Concepción (donde jugaba Mauricio), y la gente local empezó a enterarse por la radio que el línea era hermano de un jugador del rival. Mi señora y mi hija no aguantaron que le sacaran la madre a Pablo y respondieron con los mismos garabatos. No sé cómo salimos de ese estadio", relata Juan, cuyo techo fue dirigir en Primera División.

Se dice que el arbitraje es una carrera muy ingrata, pero según los Pozo, aquella afirmación no tiene mucha validez. "Viví momentos más dulces que de agraz. Cuando ves tus errores por televisión te quieres morir, pero por otro lado, se viven situaciones muy favorables", cuenta Pablo, quien dirigió en Eliminatorias, Copa Libertadores, Juegos Olímpicos y Mundiales. "Eres el espectador con el mejor puesto. Pude ver jugadores de nivel altísimo. Estar ahí, en la papa misma, no es para nada ingrato. Además recorrí todo Chile y estuve en los cinco continentes, en buenos hoteles… todo pagado por la FIFA. Es una vida parecida a la del futbolista, pero sin la fama ni el cariño de la gente", dice. "Somos un mal necesario, jaja", agrega Pozo padre.

Pablo, presidente de la Comisión de Arbitraje hasta el año pasado, cree que el nivel físico y técnico de los árbitros ha mejorado, sin embargo, señala que al réferi chileno le falta saber cargar con la presión y asumir responsabilidades importantes: "Muchos no quieren dirigir un Superclásico por temor a ser mal calificados. Como son partidos que generalmente terminan en polémicas, piden ser asignados en un Cobresal-Palestino, encuentros que son más tranquilos, en cambio". Afirma que aún no hay ningún juez que sobresalga, pero destaca a Héctor Jona, Piero Mazza y Felipe González como quienes pueden llegar alto.

El arbitraje ha cambiado y no sólo por la tecnología. En otros tiempos, el fútbol regalaba situaciones insólitas que hoy no tendrían opción de suceder. Como el partido entre Magallanes y Arica, ocurrido en 1990, cuando Juan arbitró a su hijo Mauricio que jugaba en el elenco carabelero, lo que para el progenitor, fue el momento más importante de su carrera que ya llegaba a su fin. "Antes del partido, un jugador de Arica me dijo: 'Shhh, profe, no se vaya a cargar, ud sabe que su hijo es teatrero'. Estuve muy concentrado para no cometer errores que pudieran levantar sospecha. No podía manchar mi trayectoria", recuerda.

Pablo recuerda otro anécdota con su hermano implicado. Cobresal y Rangers -donde jugaba Mauro- peleaban el ascenso. Pozo dirigió a los nortinos contra Melipilla y cobró un penal clarísimo en contra de los mineros. "Días después, me preguntaron si no conocía al desgraciado que los había perjudicado para beneficiar a su hermano. Les dije que ese desgraciado era yo". Se murieron de vergüenza, pero terminamos a pura risa.

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