Los futbolistas de Cobresal se abrazan sobre el pasto del Estadio El Cobre. Han logrado dar la vuelta a un partido que se les había puesto demasiado incómodo. Ha de concluir todavía el partido entre Católica y Deportes Iquique para que Cobresal sea coronado oficialmente campeón del Clausura, pero eso parece lo de menos. Toca festejar porque el equipo ha vencido, porque ha logrado sobreponerse de nuevo a las adversidades, porque el cuadro minero no se cayó, como anunciaban algunos, sino que volvió a levantarse del suelo. De un suelo sobre el que ahora yacen los protagonistas, saboreando las mieles del éxito que tantas veces amenazó con frustrarse.
"El mérito es doble por todo este sufrimiento, porque peleamos contra todos, porque peleamos también contra los más grandes y les ganamos", explica Federico Martorell, mientras escucha cómo su nombre suena por megafonía y la gente, desde el fondo, lo corea.
"Somos un club sacrificado, en el que ningún jugador es más importante que el otro, un club chico que ha peleado para ganar cada partido y para poder regalarle a toda la gente del norte esta alegría tan grande", completa Christian Ledesma, quien con ostensibles signos de dolor trata de dar alcance a su compañeros, que se disponen a comenzar ya con la ansiada vuelta olímpica. Trasladado en hombros por sus compañeros, el delantero logra finalmente sumarse a la comitiva de avanzada.
Menos accidentado que el de Ledesma es el orgulloso deambular sobre el césped del arquero Nico Peric, uno de los futbolistas más emblemáticos y queridos del plantel. El guardameta juega con los niños, saluda a propios y extraños, y bromea con sus compañeros de camarín. Todos quieren saber cómo vive el Loco el triunfo del humilde equipo minero. "Hay mucha emoción, mucho cariño, recibido y devuelto, y mucha satisfacción. La sensación de que el objetivo está cumplido y de que ya podemos irnos tranquilos a casa", explica, con su característica confianza, el portero.
Peric, pieza angular del sistema de Dalcio Giovagnoli bajo los palos, ya sabe lo que es salir campeón, por lo que se desenvuelve con soltura en el ambiente: "En Argentinos Juniors me tocó festejar desgarrado y con un equipo que era muy superior. Pero aquí fue muy distinto, por la dimensión del equipo y por todo lo que tuvimos que hacer frente durante estos meses".
El arquero de Cobresal, quien conversa tranquilamente con sus allegados mientras buena parte del plantel se pelea por tomar en brazos la copa de campeones, aprovecha para dejar un recado a la gente de Universidad Católica: "Bueno, el fútbol tiene estas cosas, que a unos les toca ganar y a otros no. Católica decía que nosotros sentíamos la presión, pero se demostró que ellos también la sentían, porque no es fácil pelear por tratar de dar alcance al puntero. No les alcanzó a ellos y nosotros hoy tenemos la dicha de poder celebrar".
La clave del campeonato logrado es, sin embargo, en palabras del guardameta de la escuadra cobresalina, el resultado del esfuerzo colectivo. "La fuerza y el temple minero tienen la culpa. No queda otra que seguir refrendando ese lema", manifiesta, en relación a la consigna que siempre han defendido desde el seno del club salvadoreño.
"Este éxito es también para mis hijos y mi novia, mi viejo, mis hermanos, mi vieja que está en el cielo y mi tío José Raúl, que está en San Clemente y que siempre me llama antes de los partidos y cuando no puedo responderle me dice que me he endiosado", termina Peric, con ese punto de ironía tan característico del que suele alardear el arquero.
La repentina huida de Nicolás Peric deja al descubierto una figura que, con los brazos cubriendo su rostro, yace sentada en el suelo, aparentemente ajena a los festejos de sus compañeros. Se trata de Carlos Escobar. El futbolista necesita su espacio para asimilar la dimensión de lo logrado. "Es el premio más importante para un jugador, y más aún cuando la sintonía es tan buena dentro del camarín. Le agarras un cariño tremendo a los jugadores y a todo porque somos una gran familia. Ganar un campeonato aquí en El Salvador es algo mágico", confiesa, con la voz temblorosa y los ojos cubiertos de lágrimas.
Con la copa agarrada por las asas, corre el capitán del equipo, Johan Fuentes. "Sólo puedo decir que esto demuestra que fuimos los mejores y que este equipo ha logrado ganar el título con un sacrificio y humildad memorables", grita, antes de perderse entre la marea de hinchas.
Los hinchas se resisten a abandonar El Cobre pese a que ha comenzado a anochecer. Es el día más importante en la historia de El Salvador, el día en que un puñado de grandes futbolistas bajaron a la mina en busca de cobre, y encontraron oro.