Hace meses, quizás años, que Paulo Garcés esperaba una tarde así. 90 minutos donde no fuera el objeto de las críticas ni las burlas. Un partido completo con él como el mejor, el personaje de las crónicas. Y ante la UC, en San Carlos de Apoquindo, el Halcón tuvo su desquite. Tapó bocas y conquistó una cuota importante de respeto en presencia de sus mayores críticos. Aunque poco faltó para celebrar.
Es que Garcés comenzó como su equipo: metido en el campo. Su mirada siempre fue seria. Estaba concentrado. Así lo demostró en un achique brillante a José Pedro Fuenzalida. En una estirada que le permitió sacar una pelota que se metía en el ángulo. Y con una contención digna de los flashes. Fiel a su estilo, el Halcón fue vehemente en cada una de sus salidas. Tanto que en una de ellas, casi se lastima el hombro, una lesión que lo tuvo varias semanas fuera. Pero no le importó. Se reincorporó a los minutos. Siguió jugando.
Quizás el único punto bajo del arquero fue en el empate parcial de Maripán. La figura de Enzo Kalinski y su intento por desviar la trayectoria del balón, lo confundió y logró que su reacción fuese muy lenta para evitar el tanto. Pese al descuento, el portero siguió atento. No escuchó los insultos de la barra cruzada que estaba justo detrás. Como pocas veces, estuvo sereno.
Algo que, sin duda, faltó en el resto de sus compañeros. Curiosamente en los más maduros. Sobre todo en Esteban Paredes, quien falló un penal que hubiese sido letal, y Julio Barroso, autor de la pena máxima en contra de Diego Buonanotte. En la definición de Nicolás Castillo, poco pudo hacer Garcés, quien no adivinó el disparo cruzado del ariete y se jugó por el lado contrario.
Seguro que en el camarín del Cacique habrá una dosis alta de autocrítica por dejar ir el resultado. Salvo por la actuación de su arquero suplente, Paulo Garcés, el renegado por hinchas y rivales, quien logró hacerse respetar en su ambiente más hostil.