He tenido en semanas recientes, con motivo de una serie de conferencias que he dado en Chile, ocasión de tratar en privado a numerosos actores del escenario público chileno, del Presidente y algunos de sus ministros; a políticos de oposición, empresarios, periodistas y personas de la sociedad civil en general.

Aunque un elemental respeto a la privacidad me impide divulgar nada de lo conversado, comparto con los lectores dos o tres generalidades que me llamaron la atención.

Lo primero es un gran realismo con respecto a La Haya. Todo el mundo, si bien está seguro de la solidez de la posición chilena, asume que algo se perderá. Para unos, sólo el triángulo exterior (ese trozo de mar situado fuera de las 200 millas chilenas que hoy son aguas internacionales y serían del Perú si la delimitación marítima estuviese fijada por una bisectriz).

Para otros, tal vez el punto inicial de la frontera terrestre, que ahora es el Hito 1, y Lima quiere que sea un punto en tierra húmeda ligeramente al suroeste de allí. Para algunos (muy pocos), incluso la frontera marítima en sí misma, la nuez del reclamo peruano. Nadie cree que, si se pierde algo, se lo perderá por razón del derecho, sino de un equilibrio político disfrazado de justicia internacional.

Lo segundo, además de realismo, es un chovinismo de bajísima intensidad. Percibí una prudencia interesante. Está muy extendida la visión de unas relaciones que no deben salirse del cauce en que están, pase lo que pase. Hay confianza entre un significativo sector de la elite chilena en que será posible mantener a raya los nacionalismos extremos.

Por último, noté una ligera preocupación por la posibilidad de que el Perú, en el caso probable de que algo obtenga gracias al dictamen de La Haya, extreme la jactancia, echando demasiada sal en la herida del vecino. Se teme más cómo Perú administre un eventual triunfo parcial que cómo administre una derrota.

No es el propósito de este texto analizar o responder a estas impresiones, sino dejar que ellas presidan la siguiente reflexión: ¿cuáles son los dilemas que enfrentan los presidentes Ollanta Humala y Sebastián Piñera de cara a La Haya?

Los dividiría en cinco: lo político, lo jurídico, lo histórico, lo económico y lo psicológico.

Sebastián Piñera

El primer presidente de la centroderecha chilena en democracia no sólo no inició todo el proceso que va de 2000, cuando Perú reclama por la carta náutica chilena, hasta 2008, cuando Lima interpone la demanda en los Países Bajos, sino que tampoco fue responsable de montar originalmente el equipo jurídico-político que se hizo cargo de la contramemoria y la réplica, y que ahora llevará la voz cantante en los alegatos orales.

Pero una derrota seria -si triunfa la tesis de la línea equidistante- lo colocará como primer pararrayos de la indignación ciudadana. Ello, en plena precampaña electoral, a meses del fin de su gobierno.

Su dilema es doble. De un lado, ¿cómo acusar a la Concertación, bajo la cual lo esencial del proceso anterior al litigio y la decisiva parte inicial del mismo se llevó a cabo, de responsabilidad sin provocar una respuesta política que lo debilite aún más en la situación vulnerable en que la historia lo ha puesto?

Del otro, ¿cómo evitar que los dos candidatos de la Alianza oficialista, Laurence Golborne y Andrés Allamand, tomen alguna distancia de él con respecto a esto para no convertirse, ellos también, en pararrayos de la insatisfacción nacional y, al mismo tiempo, permitirles que se protejan de ese riesgo?

Piñera ya ha emitido señales, convocando a los ex presidentes, todos ellos de la Concertación, y dialogando con los distintos partidos, así como con los aspirantes a sucederlo en la centroderecha, con la evidente intención de situar lo de La Haya por encima de la controversia electoral. Esta estrategia preventiva será sometida a prueba por el dictamen si es excesivamente negativo.

Ollanta Humala

El presidente peruano tampoco es responsable principal de nada de lo ocurrido antes del litigio y durante la primera etapa. En su caso, sin embargo, hay un antecedente más directo: como líder nacionalista, fue durante años el más duro crítico de Chile.

Aún se recuerda su marcha a la frontera en 2007, con ocasión del proyecto de ley en torno a Arica y Parinacota, que contenía un párrafo muy provocador sobre el inicio de la frontera norte de esa región. Al mismo tiempo, y precisamente por ello, ha podido hasta ahora mantener excelentes relaciones con Chile: nadie puede acusar a Humala de poco nacionalista.

A diferencia de Chile, país bastante institucionalizado con partidos sólidos y consensos de largo plazo, el Perú, a pesar de su economía impresionante, sigue atrasado en términos políticos e institucionales.

Eso hace difíciles las relaciones de Humala o cualquier presidente con las otras fuerzas, el establecimiento de grandes consensos entre partidos y de amplias concertaciones de largo plazo. Por tanto, el dilema de Humala, que al igual que Piñera mantuvo al equipo jurídico-político heredado, es quizá un poco más agudo que el de su par chileno.

Ello, incluso en caso de ganar, pues el triunfo se lo adjudicarán, en parte, los partidarios de Alejandro Toledo, quien inició el proceso formal con la Ley de Líneas de Base y el pedido de una negociación con Santiago so pena de ir a instancias judiciales, y en parte los de Alan García, cuyo gobierno presentó la demanda en La Haya.

De cara a unas elecciones, en 2016, en que ambos ex presidentes competirán, esto presagia un uso político intenso. Pero si el Perú obtiene poco y, por tanto, resulta derrotado, el clima se enrarecerá, pues tanto los ex presidentes como el propio Humala, que los presionó desde la oposición y mantuvo el equipo jurídico-político una vez en el poder, harán lo posible para salvar responsabilidad y, en caso de que la presión sea grande, desviarla hacia el contrincante.

El dilema, pues, para el mandatario es si conviene o no atribuir responsabilidades o resulta preferible situar el dictamen por encima de ello, arriesgándose a ser culpado de más de lo que le toca o a que le roben algunos méritos que le corresponden.

En este ámbito, ambos presidentes enfrentan el mismo dilema: ¿cómo aceptar una decisión jurídica cuyas implicaciones desbordan lo jurídico sin hacer nada?

En el caso chileno, el dilema es más delicado porque, como se sabe, en el mejor de los casos, Santiago verá ratificado el statu quo, mientras que es probable que el Perú gane algo.

El problema es que las percepciones políticas no pasan por un conocimiento jurídico. Si pasaran, serían menos serias, pues es obvio que ninguno de los gobiernos es culpable de la lentísima evolución del derecho internacional marítimo ni de que sólo en décadas recientes se hayan ido imponiendo tesis sobre asuntos que antes eran dictados por el mero hecho establecido o la costumbre.

Por ejemplo, hasta 1930 sólo se consideraba mar territorial una zona de tres millas y sólo en las dos décadas posteriores se empezó a hablar tanto de un mar territorial de 12 millas como de una zona marítima de 200 millas. Muchos países no tienen tratados formales de delimitación marítima y muchos otros tienen convenios que dan por sentada una frontera marítima sobre la cual no se ha hecho un tratado específico.

Algo de esto pasa con el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954, que habla con claridad del "paralelo que constituye el límite marítimo" entre las combinaciones posibles de los tres países firmantes, pero no dice que se trate de un tratado de delimitación marítima propiamente. O con la Declaración de Santiago de 1952, que sólo habla del paralelo en caso de haber islas de un país en la zona marítima de otro país, aunque tácitamente parece que los tres países aceptan los límites entonces imperantes.

El desafío de ambos presidentes en este caso, para salvar responsabilidad, es cómo explicar a países muy poco familiarizados con el derecho internacional marítimo el hecho de que, a diferencia de las fronteras terrestres, las del mar son de reciente fijación jurídica en el mundo.

Porque lo cierto es que, aunque quien salga peor parado recibirá acusaciones de haber hecho un mal trabajo jurídico, probablemente un mejor equipo no lograría un resultado distinto, pues el fallo tendrá mucho que ver con la moderna interpretación, es decir, con el reciente derecho marítimo, y no con la fuerza de los alegatos mismos.

Sebastián Piñera

En caso de salir relativamente bien parado, el actual gobierno quedará para la historia chilena como el artífice de un triunfo que, en verdad, se gestó antes y que a él le tocó presidir en la etapa final. Y viceversa: una derrota significativa lo condenará a un lugar histórico del que no es principal responsable.

Pero el dilema mayor aquí tiene que ver con otra cosa: ¿cómo convertir lo histórico en un proyecto de futuro? A Piñera, aun en el último año de gobierno, le tocará en cualquier caso una extraordinaria oportunidad: habiendo quedado atrás de forma definitiva toda cuestión limítrofe o reivindicativa con el Perú, se abrirá una etapa feliz (una vez pasado, en caso de derrota, el trago amargo).

Chile vive desde hace mucho tiempo bajo presión de sus vecinos y de su propia superioridad militar. Eso está en la base de una cierta mentalidad de aislamiento que se ha notado en algunas etapas y de "excepcionalidad" en el concierto latinoamericano, y se ha traducido, por ejemplo, en un enorme gasto en armamento.

La superación de las controversias con el Perú, país con el que ha establecido relaciones económicas potentes (hay casi US$ 12.000 millones chilenos invertidos en el Perú y unos US$ 7.000 millones peruanos en Chile) y con el que conforma la importantísima Alianza del Pacífico, sólo puede ser una buena cosa. El dilema de Piñera será, pues, si quedarse anclado en la controversia histórica o superarla rápidamente gracias al dictamen de La Haya.

Ollanta Humala

Aunque todo lo anterior vale para Humala, en su caso hay también algo singular: la reivindicación histórica. Si el Perú gana algo, y especialmente si gana la presea mayor, o sea la bisectriz, a Humala la historia le habrá permitido presidir el momento en el que los peruanos sintieron algo así como un desquite.

El dilema del mandatario será si aprovechar políticamente ese hecho histórico, lo que hará difícil la rápida transformación de un asunto del pasado en un proyecto de futuro, o sacrificará la tentación de obtener esos fáciles réditos y se pondrá rápidamente a construir ese futuro.

En otras palabras: ¿dará Humala la razón a quienes, en Chile, temen que el exceso de jactancia, en caso de un triunfo en La Haya, exacerbe la conmoción chilena y postergue el momento de la superación del pasado?

Esto, francamente, es lo que menos importa, aun cuando quienes hablan del proceso de La Haya lo invocan con frecuencia.

Es cierto que hay riqueza en las zonas de controversia, lo que beneficiará a Chile si el statu quo se mantiene y al Perú si logra los más de 28 mil km2 del triángulo exterior, los más de 38 mil km2 de mar si se impone la línea equidistante, y los otros 30 mil y pico km2 si, además de esto último, se fija el inicio de la frontera terrestre donde Lima quiere. Pero ese espacio marítimo no hará nunca la prosperidad de Chile o del Perú.

El Perú tiene muchos más recursos naturales que Chile y, sin embargo, Chile lleva ya muchos años produciendo, por habitante, el doble que el Perú. No tener el dominio que reclama no le ha impedido al Perú, por otra parte, ser una potencia pesquera y desde los años 60, con intermitencias relacionadas con períodos estatistas, constituirse en el primer exportador de harina de pescado.

Y, ¿algo tiene que ver el notable éxito chileno en acuicultura, que representa dos terceras partes de sus exportaciones pesqueras, en los últimos años con la extensión de su dominio marítimo? ¿Algo tiene que ver acaso la actual frontera marítima en disputa con el hecho de que la mayor parte de los salmones que exporta Chile se críen en La Araucanía?

El tamaño de un territorio -y esto vale para el dominio marítimo- no garantiza nada. Medio millón de luxemburgueses producen lo mismo que 15 millones de ecuatorianos en un área 100 veces más grande.

Sebastián Piñera

Chile no es un país acostumbrado a perder. Está cotidianamente orgulloso de cosas tan remotas como la resistencia mapuche contra el imperialismo español. Es un país peleador y ganador. Por eso, una derrota en La Haya supondrá un desafío psicológico especial.

Lo sería para cualquier otro país; para Chile, sería una flecha en el corazón de toda una forma de ser y de entender su lugar en el mundo.

No tiene nada que ver con su relación con el Perú: más bien, con su relación consigo mismo. Aquí el dilema de Piñera será si ayudar al Chile ganador a procesar una eventual derrota, de tal forma que salga de ella con renovado ímpetu de triunfo en otros campos, principalmente el del desarrollo, o si hacer de psicólogo que ayuda lentamente a un paciente a procesar en voz alta un mundo interior que no parece capaz de procesar por sí mismo.

Si Chile sale bien parado del proceso de La Haya, esa psicología triunfadora se fortalecerá incluso más.

En ese caso, el papel de Piñera deberá ser el de quien, junto con el resto de la elite chilena, evite que la jactancia y el ensoberbecimiento ahonden la histórica herida peruana y, más bien, dirija esa energía de triunfo hacia el objetivo de dar el salto final al desarrollo, del que el país está cerca.

Ollanta Humala

Al Perú, la derrota de la Guerra del Pacífico le supuso un trauma del que todavía no se recupera del todo.

Todavía recuerdo a mi profesor de geografía negándose a pronunciar en clase la palabra Chile. Esa derrota, junto con la decadencia de un país que fue centro de virreinato y entró en declive en tiempos republicanos, supuso una psicología en muchos sentidos derrotista. No he leído ningún estudio interesante sobre cómo esa y otras derrotas pudieron afectar la psicología peruana, al punto de ser un elemento importante en su precario desarrollo como república.

Todo eso parece haber empezado a cambiar en años recientes con el despegue económico y el ascenso de la nueva clase media, hija de una inmigración rural pobre. Pero no hemos superado del todo una cierta mentalidad pesimista.

En otros tiempos diría que hasta acomplejada, aunque eso va cambiando mucho. Una victoria clara en La Haya tendrá un efecto acelerador de este cambio de mentalidad. El dilema para Humala será si dar rienda suelta al ensoberbecimiento y sacarle rédito o canalizarlo hacia lo que importa, que es el triunfo del desarrollo.

¿Y una derrota o una victoria muy insuficiente? Ello podría tener un efecto letal sobre un país que se está sacudiendo cada vez más su viejo derrotismo. Sería interrumpir, aunque sea por un período determinado, el gran salto psicológico del Perú.

El dilema de Humala será si ahondar el derrotismo dando rienda suelta a un rencor contra Chile o ayudar a superarlo con un liderazgo que permita a los peruanos desviar la energía de la frustración por La Haya hacia el terreno dinámico de la marcha al desarrollo.