Nadie lo podía creer. Su amigo Irineo Nicora, un pintor suizo avecindado en Chile, le enviaba de tanto en tanto a su natal Locarno, en Suiza, pinturas y fotografías del centro de nuestro país, y en una de ellas vio un inmenso valle con vides en un costado. Mauro von Siebenthal era un exitoso abogado en Suiza, experto en derecho comercial y asesorías tributarias, que desde los 17 años amaba el vino.

Era también un enólogo autodidacta que frisaba los 40 años y quería que su "sogno nel cassetto" de tener una viña se materializara de una vez por todas. Pero no cualquiera. Quería hacer vinos "maravillosos" y partir de la nada. Primero pensó en Francia; muy cara. Después en Australia; muy lejos. Y luego en Chile y Argentina. En eso estaba cuando vio la foto de su amigo. Se vino raudo. Finalizaba 1997.

En el país recorrió el valle de Aconcagua hasta que se topó con un páramo. Nueve hectáreas de espino, media de choclos y unas escasas parras. "Me decidí en 15 minutos", cuenta. "Me decían '¿por qué compra esa cosa?', pero yo sabía que de allí se podía hacer un buen merlot, un cabernet franc sublime. Firmé la promesa de compra-venta en enero de 1998 y regresé a Suiza a buscar el dinero", rememora Von Siebenthal, quien convenció a cuatro amigos, tres de ellos abogados como él, de invertir en un lugar que ni siquiera conocían. El predio en cuestión costó US$ 10.000 la hectárea y de ahí sale hoy el vino más caro de Chile: Tatay de Cristóbal, de Viña Von Siebenthal. Cada una de las 1.492 botellas que existen se venden a $ 125.000. "Es el único vino de Chile que se valoriza sobre US$ 200 en el extranjero", comenta, orgulloso.

Pese a que este vino se lanzará recién en octubre, ya está todo vendido. "Los distribuidores pidieron de inmediato botellas, pero no teníamos para todos, así que repartimos, 40 para allá, otras 30 para acá...", cuenta. Ya prepara la versión 2009 de Tatay de Cristóbal, pero con una producción mayor, "en todo caso, de menos de tres mil botellas".

Ese vino fue calificado por el "gurú" del rubro, Robert Parker, con 97 puntos, el más alto obtenido por una casa chilena, puntuación que comparte con Carmín de Peumo, de Concha y Toro, y Viñedo Chadwick, de Viña Errázuriz. "Fue un reconocimiento muy importante, porque significa que el país puede hacer vinos sobresalientes a nivel mundial", explica.

Este no es el único premio de Viña Von Siebenthal. Toknar "es el petit verdot mejor evaluado del mundo", que recibió 95 puntos en el Wine Advocate. Su Montelig -mezcla de español y picunche, que significa "aire de la montaña"- obtuvo la Medalla de Oro en el Concurso Mundial de Vinos de Bruselas y se ha vendido en el más famoso restaurante del orbe, El Bulli, de Ferrán Adriá.

Hasta ahora, Von Siebenthal tenía "doble pega", porque para hacer su sueño realidad tuvo que mantener por estos 11 años su trabajo en Locarno, viajando a Chile cuatro o cinco veces al año, en épocas clave en el proceso productivo de la viña y realizando la venta desde Suiza. "A partir del 1° de octubre me radico en Chile, para dedicarme totalmente a la viña", anuncia. "Voy a pasar de presidente a gerente general", se ríe. Quien hoy administra la viña es nada menos que su amigo pintor Ireneo Nicora, que tras una década postergando su trabajo artístico, vuelve a los pinceles.

UNA VIÑA BOUTIQUE
Von Siebenthal se define como "viña boutique", donde la demanda por sus productos supera ampliamente la oferta de los mismos. "Por eso puedo cobrar el precio que cobro", confidencia Mauro von Siebenthal. En todo caso, el enólogo autodidacta señala que hacer "un vino maravilloso" es caro. El rendimiento por hectárea es bajo -un promedio de 7,5 toneladas de uva por hectárea-; todo se hace a mano, sin máquinas; las barricas son francesas y los corchos de Portugal. En insumos como las botellas se elige lo mejor, sin beneficiarse de las economías de escala. "Una botella corriente cuesta $ 100, pero la de Tatay, unos $ 1.000", detalla.

La viña produce al año 150.000 botellas a un precio promedio de US$ 10 valor FOB. Todo eso en dos paños que suman 25 hectáreas -en 1999 compró 15 hectáreas adicionales al doble del precio de las primeras-, todas en Panquehue. Von Siebenthal sólo produce vinos tintos -syrah, carménere, cabernet sauvignon, principalmente- y no aspira ni a diversificarse a blancos ni a ampliar demasiado la producción. Su expansión está ceñida a un requisito intransable: "Seguir haciendo vinos extraordinarios".