Esta no será una buena noche, pensó Ole Hortemo, jefe de la Policía de Kristiansand, provincia de Vest-Agder, en el extremo sur de Noruega. Entre refunfuños, miró la hora antes de responder los furiosos ringuidos de su teléfono móvil: las 3.24 de la mañana. Desde el otro lado de la línea, y mientras el policía se restregaba los ojos, uno de sus subalternos le comunicó sobre un confuso incidente que terminó con una joven apuñalada en un departamento de la calle Báltica, una linda zona residencial ubicada a menos de cinco minutos del centro de la ciudad. Según consignó el oficial de turno, parecía tratarse de una inmigrante. Su novio, que no estaba en la escena, estaba siendo buscado por una patrulla.

Lo primero que vino a la cabeza de Hortemo fue el regreso de esas malditas pandillas neonazis que pensaba desarticuladas después del brote de violencia de hace un año. En aquella ocasión, recordó Hortemo, mientras calentaba algo de café negro, el secreto consistió en haber puesto el foco de su escuadra en torno a la delincuencia juvenil, consiguiendo los nombres y direcciones de un violento grupo de 80 integrantes. La mitad de sus miembros eran menores de edad, arrastrados por las viejas pandillas de los años noventa, a través de redes sociales como Facebook y Nettby. ¿Se trataría otra vez de los Hell's Angels (Los ángeles del infierno)? Nada tenía sentido, concluyó, frotando furiosamente su cabellera, con su recientemente estrenado corte de pelo de choapino.

Casi tres horas antes, y pese a ser pasada la medianoche del sábado, otra llamada, esta vez para nada inesperada, se dejó oír en un bar del Kvadraturen, el centro de la ciudad, bautizado así por su forma exacta y perfectamente cuadricular, una suerte de plano de damero incrustado en la irregular arquitectura escandinava.

Kristina Gjermunds -estudiante y modelo de 19 años-, respondió incluso con alegría a su amiga Constanza Hernández, una atractiva y morena joven de su misma edad, hija de padres chilenos, y con quien eran compañeras de curso en la Sørlandets Hudpleieskole (Escuela del cuidado de la piel) de Kristiansand.

Connie estaba en una fiesta en el departamento de Daniel, su novio de 21 años, de origen brasileño y adoptado por noruegos, con quien llevaba una relación de casi dos años "muy llena de altibajos", según explica a La Tercera una de sus amigas. Con resolución y confianza, aunque con un dejo de tristeza, Connie le contó a Kristina que los tiempos aciagos ya habían quedado atrás en su vida, que era el minuto para recomenzar de cero. Luego, la chica puso énfasis en lo motivada que estaba con su carrera de cosmetología. Pese a que Connie no lo mencionó en la conversación, Kristina entendió que esa noche su amiga rompería con Daniel, efermizamente celoso después de que la chica se presentara a Froken Norge (Miss Noruega) 2009.

Antes de cortar, Connie le recordó a Kristina que ese domingo se juntarían a estudiar para un examen que tendrían el día lunes. Kristina asintió, le dijo que la quería y que, pasara lo que pasara, siempre estaría a su lado.

Eran las 00.28 horas del domingo 9 de enero. La temperatura, extrañamente cálida para una época en la cual se han registrado fríos históricos, bordeaba los 4 grados bajo cero.

Dos horas más tarde, Connie hizo dos llamadas sin respuesta y envió un SMS solicitando ayuda. Kristina y otra amiga se las devolvieron poco después, pero su teléfono estaba apagado. A esa hora, los demás participantes de la fiesta en la casa de Daniel ya habían partido al Kvuadraturen, a seguir la juerga en un bar de moda.

SANGRE SOBRE LA NIEVE
El primero en llegar al departamento 113 de la calle Báltica 45 fue el hermano de Daniel, quien horrorizado vio a Connie agonizando en un charco de sangre sobre el piso. El joven llamó inmediatamente a la ambulancia y a la Politi, la policía local. Por orden de Hortemo, el pequeño escuadrón que se encontraba de turno fue comandado por el detective Lund, quien tomó nota de lo que vio esa noche: el cuerpo de Connie -ya fallecida- seguía sobre el piso, al tiempo que los expertos forenses trabajaban sobre las numerosas y profundas estocadas que causaron su deceso. Pocos minutos más tarde, concluirían que cada una de las heridas -infligidas por un arma cortopunzante, acaso un cuchillo- habían sido mortales por sí mismas. En otras palabras, al asesinato se agregaba un ensañamiento enfermizo.

Una hora más tarde, el desesperado Daniel manejaba dando vueltas sin dirección, hasta llegar a una carretera de la zona industrial de Kavanagh, cerca del puente Varodd, donde fue avistado por la policía. Se bajó del vehículo y corrió unos cien metros antes de ser acorralado. Sólo después de que los agentes desenfundaron sus armas, el joven se acostó sobre la nieve, tal como se lo ordenaron.

De pronto, e inexplicablemente, sacó una navaja y comenzó a autoinferirse heridas, provocándose cortes profundos en uno de sus hombros. Tras ello, fue apresado y derivado al hospital de la ciudad en una radiopatrulla. A sus espaldas, la nieve ensangrentada interrumpió de golpe el lacónico e impertubablemente albo cuadro que componía el paisaje

Ese mismo día, a orillas de una antigua fábrica de tabaco abandonada en Asbjørnsen Kavanagh, y sin necesidad de perros policiales, la policía encontró un segundo cuchillo que -de acuerdo con los primeros informes- sería el arma con el cual el asesino atacó a Constanza.

El abogado Sveinung Søndervik Johnsen fue quien tomó la defensa del joven. Sus primeras declaraciones causaron escozor entre la población de Kristiansand: Daniel no recordaba absolutamente nada de lo que había ocurrido la madrugada del domingo.

"Está muy abatido, mental y físicamente, por todo lo sucedido", dijo Johnsen. Según el abogado, Daniel corroboró al día siguiente que no conseguía recordar nada, pero -y aunque le era incomprensible- sí dijo entender que no pudo ser otro que él el asesino de Constanza.

La policía, inicialmente dudosa sobre la veracidad de esta información, lo interrogó repetidamente durante dos largas tandas de casi cuatro horas y concluyó que su amnesia era efectiva, según informó el inspector de la Unidad Especial de Asuntos Policiales, Nils Anders Grønås. Esa tarde fue trasladado desde la sección de cirugía al siquiátrico del Sørlandet Hospital.

En la comunidad chilena de Kristiansand, compuesta por más de 650 personas, sin embargo, advirtieron cierta ingenuidad por parte de la policía local. Esto, según ellos, no era otra cosa que una argucia de la defensa para poder alegar un episodio de demencia temporal, que suele rebajar las penas de hasta 21 años en este tipo de casos. Asimismo, las heridas autoinfligidas, una costumbre tan latinoamericana, causó extrañeza en la policía local y les llevó a cuestionar la sanidad mental del acusado.

Los principales medios noruegos cubrieron con fruición la noticia. El asesinato de una reina de belleza siempre era algo atractivo. Pero tras tres días de amplia cobertura a nivel nacional, y remedando acaso la frágil memoria de Daniel, la noticia desapareció por completo de las páginas y noticiarios de TV.

Uno de los que no se tragó la historia de la amnesia fue Ole Hortemo, famoso por sus furibundas disputas con otros policías dentro de la propia estación y por su férrea mano para cumplir a rajatabla la ley seca en Kristiansand después de las 2 de la mañana. El miércoles por la tarde prometió formalmente a su escuadrón llegar hasta el final en la resolución del crimen.

REJAS CON CANDADO
Casi 40 años atrás, el 11 de septiembre de 1973, la embajada de Noruega en Santiago de Chile fue una de las pocas que cerró sus puertas a las hordas de disidentes políticos que buscaban salvar la vida tras sus rejas. Tras el cambio de gobierno en Noruega, en el mes de octubre de ese mismo año, el nuevo primer ministro Trygve Bratteli -quien pasó por varios campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial- ordenó cambiar la imagen de
Noruega frente al mundo.

Para ello designó como embajador en Chile a Frode Nilsen, quien socorrió a numerosos chilenos perseguidos por la dictadura. Entre ellos, al ex senador Mario Palestro, quien permaneció ocho meses en la embajada, antes de partir al lejano y desconocido puerto de Bergen, en Noruega. Después de dos años, durante los cuales también pasó por Kristiansand, y sin jamás comprender una sola palabra del duro idioma del país nórdico, Palestro se trasladó a Venezuela.

Nilsen propició entonces la primera gran oleada de ciudadanos chilenos a Noruega, desde donde varios derivaron a esa perdida ciudad en el extremo sur del país de los fiordos: Kristiansand, sindicada como "la más soleada" del país. Con los años se produciría una segunda gran inmigración, esta vez por motivos económicos, de gente oriunda de Valparaíso y sus alrededores. Hasta el día de hoy, según cuenta el presidente del Latinamerikagruppen, el chileno Patricio Silva, es posible encontrar familias y barrios completos de ciudades como Quintero y los distintos cerros de Valparaíso, que bregan por sobrevivir a la distancia que, tarde o temprano, termina por doblegarlos en su estertor. Cuando les preguntan por su origen, sin embargo, todos dicen ser de Viña del Mar, dejando entrever un romántico dejo aspiracional.

A mediados de los años noventa, Kristiansand vivió su apogeo de connacionales, superando la barrera del millar y repartidos -hasta el día de hoy- en los más diversos oficios: soldaduría, mantención de barcos, conducción de buses, profesorado y la siempre bienvenida mano de obra en las plataformas petroleras. Los sueldos, hoy por hoy, llegan a un promedio de 25 mil coronas noruegas mensuales, unos dos millones de pesos que, si bien no son una gran fortuna, sí permiten un cómodo vivir. La fe tampoco fue dejada de lado: gran parte de los chilenos ha optado por religiones evangélicas y protestantes.

No es un tema cómodo para los connacionales, pero por Kristiansand suelen pasar populosas mafias de monreros, cogoteros y lanzas que gustan de "trabajar" en países del norte de Europa. Así, en los últimos años se han visto por primera vez crímenes "importados" desde esta parte del mundo, como el cartereo en locales comerciales o los violentos alunizajes con vehículos contra joyerías.

Pero también hay gente decente que, por cierto, es la gran mayoría. Los padres de Connie, Sergio Hernández y su mujer Pamela Cepeda, llegaron a Kristiansand desde Valparaíso, en la segunda mitad de la década de los ochenta. Allá nacieron Constanza y sus dos hijos menores, un varón y una niña.

Mientras Sergio se empleó en una fábrica, Pamela trabajó como auxiliar en la Kvadraturen Skolesenter, una suerte de liceo técnico multidisciplinario de enseñanza media, con especializaciones en las más variadas profesiones, tales como enfermería, industria, producción o mecánica automotriz. Esa sería la escuela de Connie, quien desde chica se perfiló como una de las más guapas de su generación, llamando la atención desde pequeña por sus marcados rasgos morenos, sumamente exóticos en Escandinavia. A Constanza siempre le gustó el mundo de la belleza, por lo que optó por seguir la carrera de cosmetología.

También trabajaba atendiendo un stand de cosméticos en uno de los supermercados de la ciudad, labor que realizó la tarde de su muerte.

De la misma forma, Connie participó activamente en la comunidad latinoamericana de Kristiansand, dando cuenta de una personalidad positiva y optimista.

"Es muy difícil hablar mal de ella", reconocen en su escuela. Confiada en sus atributos, postuló a varios concursos de belleza. Pese a que no fue elegida en su primer incursión en el Froken Norge, estaba completamente segura de que este año sí podía optar al cetro de la mujer perfecta.

El viernes se realizó una misa por Connie en la Iglesia Católica de Kristiansand, a la cual asistió toda la comunidad latinoamericana.

Ya ese día, en Kavanagh, cerca del puente Varodd, el frío -que alcanzó menos de 20 grados bajo cero-, y también la nieve, ya habían cubierto la sangre de Daniel, el celoso novio sin memoria.