Los últimos 36 años de su vida los ha dedicado a estudiar el cerebro. Desde los genes, pasando por los neurotransmisores y neuronas, hasta los núcleos y vías nerviosas. Son las estructuras por donde viajan las sensaciones, emociones, razones y locuras de la mente humana.
Muchos de esos vericuetos han sido objeto de investigación por parte de Jim Fallon (62), neurocientista de la Universidad de California. El último período se ha abocado a estudiar lo que pasa en el cerebro de un asesino en serie, una ciencia joven que busca desentrañar los misterios de las mentes sicópatas. Para ello, el investigador ya ha analizado el cerebro de 70 criminales a pedido de clínicas siquiátricas y abogados defensores.
Sin embargo, una conversación con su madre, durante un almuerzo familiar, cambió completamente el escenario de Fallon, hace poco tiempo. Ella le reveló un viejo secreto del clan Fallon: la línea paterna de la familia tenía varios destacados asesinos. Entre ellos, Thomas Cornell, quien fue ahorcado en 1673 por asesinar a su madre, en uno de los primeros matricidios que registra las colonias americanas. Pero quizás el más notorio fue el de su prima Lizzie Borden, de Fall River, Massachusetts. Ella en 1892 fue acusada -y controversialmente absuelta- de asesinar a su padre y su madrastra con un hacha.
Esta sorprendente revelación llevó a Fallon a dar un giro radical. El se encontraba estudiando a sí mismo y a otros siete parientes para determinar si tenían riesgo de sufrir Alzheimer, pero decidió utilizar las resonancias magnéticas y exámenes de ADN que les había tomado para ver si alguno de ellos (tres hermanos, su esposa, sus tres hijos y él mismo) tenían el perfil de sicópata que durante los últimos años había investigado. El estudio genético le revelaría si alguno poseía los genes asociados con la agresividad y la violencia, y los escáneres mostrarían si existía en la actividad cerebral el mismo patrón de comportamiento que él había identificado en los asesinos en serie: una especial actividad en las zonas relacionadas con la emoción, la inhibición de la impulsividad y la agresividad.
"Con seguridad vamos a tener malas noticias en la familia, pero no sabemos a quién afectará", dijo muy sonriente este investigador en septiembre pasado, cuando aún no se conocían los datos finales.
Mezcla explosiva
El debate de si alguien nace criminal o se hace, es antiguo y muy controversial. Si bien muchas personas pueden ser impulsivas, agresivas y violentas, sólo una fracción muy pequeña de ellas se transforma en asesino sicópata al estilo de Hannibal Lecter. Estos últimos son los capaces de cometer crímenes atroces con total sangre fría, sin mostrar ningún arrepentimiento ni tampoco conciencia de lo que es bueno y malo.
Las investigaciones del doctor Fallon, así como la de otros especialistas, han revelado que estos criminales aparecen cuando se combinan tres factores: varios genes "violentos", problemas en ciertas áreas del cerebro y estar expuesto en la infancia a situaciones muy traumáticas o tener lazos afectivos muy pobres con sus padres. Es decir, una mezcla de naturaleza y cultura.
En los estudios de ADN ya han sido identificados cerca de 20 marcadores genéticos relacionados con la violencia. Sin embargo, el descubrimiento más relevante ha sido el Maoa, o el "gen guerrero", que poseen todos los asesinos en serie estudiados. Este gen produce una enzima que impide que la serotonina actúe, haciendo imposible que el individuo empatice con las personas. Quienes poseen el "gen guerrero" son más fríos y pueden ser más despiadados.
La sorpresa
"Soy el más semejante de mi familia a un asesino en serie, lo que es muy perturbador", le dijo a fines de noviembre pasado un sorprendido Fallon a un periodista del Wall Street Journal. Le habían entregado los resultados de los exámenes y era precisamente él, el experto en mentes sicópatas, el único de su familia que tenía en su cerebro y en sus genes las marcas de los asesinos.
"Lo que más me impresionó fue constatar que tenía cinco genes que corresponden a los asesinos en serie y mi corteza prefrontal funciona como la de un sicópata", dijo Fallon. El investigador tiene, también, el Maoa, el "gen guerrero".
En su familia nunca habían existido dudas de que la esposa de Fallon y sus tres hijos saldrían eximidos de la prueba, ya que sus personalidades corresponden a personas completamente apacibles y bondadosas. Pero sobre su hermano mayor, John, de 67 años, y Pete, de 58, había más conjeturas. El primero durante su juventud se involucró en varias peleas violentas y el segundo, ama los deportes de alto riesgo. Pero ni sus imágenes cerebrales ni sus ADN revelaron una personalidad violenta.
"Mi cerebro funciona bien, aunque parece que tengo un bajo nivel de involucramiento emocional", advierte Fallon. Algo semejante, también, a lo que sucede con muchos asesinos despiadados.
En opinión de Fallon, existe un factor crucial por el que no terminó siendo un asesino. "Tuve una infancia encantadora. Aunque si hubiese sido maltratado, quién sabe qué hubiera pasado conmigo", concluye.
Muchos de esos vericuetos han sido objeto de investigación por parte de Jim Fallon (62), neurocientista de la Universidad de California. El último período se ha abocado a estudiar lo que pasa en el cerebro de un asesino en serie, una ciencia joven que busca desentrañar los misterios de las mentes sicópatas. Para ello, el investigador ya ha analizado el cerebro de 70 criminales a pedido de clínicas siquiátricas y abogados defensores.
Sin embargo, una conversación con su madre, durante un almuerzo familiar, cambió completamente el escenario de Fallon, hace poco tiempo. Ella le reveló un viejo secreto del clan Fallon: la línea paterna de la familia tenía varios destacados asesinos. Entre ellos, Thomas Cornell, quien fue ahorcado en 1673 por asesinar a su madre, en uno de los primeros matricidios que registra las colonias americanas. Pero quizás el más notorio fue el de su prima Lizzie Borden, de Fall River, Massachusetts. Ella en 1892 fue acusada -y controversialmente absuelta- de asesinar a su padre y su madrastra con un hacha.
Esta sorprendente revelación llevó a Fallon a dar un giro radical. El se encontraba estudiando a sí mismo y a otros siete parientes para determinar si tenían riesgo de sufrir Alzheimer, pero decidió utilizar las resonancias magnéticas y exámenes de ADN que les había tomado para ver si alguno de ellos (tres hermanos, su esposa, sus tres hijos y él mismo) tenían el perfil de sicópata que durante los últimos años había investigado. El estudio genético le revelaría si alguno poseía los genes asociados con la agresividad y la violencia, y los escáneres mostrarían si existía en la actividad cerebral el mismo patrón de comportamiento que él había identificado en los asesinos en serie: una especial actividad en las zonas relacionadas con la emoción, la inhibición de la impulsividad y la agresividad.
"Con seguridad vamos a tener malas noticias en la familia, pero no sabemos a quién afectará", dijo muy sonriente este investigador en septiembre pasado, cuando aún no se conocían los datos finales.
Mezcla explosiva
El debate de si alguien nace criminal o se hace, es antiguo y muy controversial. Si bien muchas personas pueden ser impulsivas, agresivas y violentas, sólo una fracción muy pequeña de ellas se transforma en asesino sicópata al estilo de Hannibal Lecter. Estos últimos son los capaces de cometer crímenes atroces con total sangre fría, sin mostrar ningún arrepentimiento ni tampoco conciencia de lo que es bueno y malo.
Las investigaciones del doctor Fallon, así como la de otros especialistas, han revelado que estos criminales aparecen cuando se combinan tres factores: varios genes "violentos", problemas en ciertas áreas del cerebro y estar expuesto en la infancia a situaciones muy traumáticas o tener lazos afectivos muy pobres con sus padres. Es decir, una mezcla de naturaleza y cultura.
En los estudios de ADN ya han sido identificados cerca de 20 marcadores genéticos relacionados con la violencia. Sin embargo, el descubrimiento más relevante ha sido el Maoa, o el "gen guerrero", que poseen todos los asesinos en serie estudiados. Este gen produce una enzima que impide que la serotonina actúe, haciendo imposible que el individuo empatice con las personas. Quienes poseen el "gen guerrero" son más fríos y pueden ser más despiadados.
La sorpresa
"Soy el más semejante de mi familia a un asesino en serie, lo que es muy perturbador", le dijo a fines de noviembre pasado un sorprendido Fallon a un periodista del Wall Street Journal. Le habían entregado los resultados de los exámenes y era precisamente él, el experto en mentes sicópatas, el único de su familia que tenía en su cerebro y en sus genes las marcas de los asesinos.
"Lo que más me impresionó fue constatar que tenía cinco genes que corresponden a los asesinos en serie y mi corteza prefrontal funciona como la de un sicópata", dijo Fallon. El investigador tiene, también, el Maoa, el "gen guerrero".
En su familia nunca habían existido dudas de que la esposa de Fallon y sus tres hijos saldrían eximidos de la prueba, ya que sus personalidades corresponden a personas completamente apacibles y bondadosas. Pero sobre su hermano mayor, John, de 67 años, y Pete, de 58, había más conjeturas. El primero durante su juventud se involucró en varias peleas violentas y el segundo, ama los deportes de alto riesgo. Pero ni sus imágenes cerebrales ni sus ADN revelaron una personalidad violenta.
"Mi cerebro funciona bien, aunque parece que tengo un bajo nivel de involucramiento emocional", advierte Fallon. Algo semejante, también, a lo que sucede con muchos asesinos despiadados.
En opinión de Fallon, existe un factor crucial por el que no terminó siendo un asesino. "Tuve una infancia encantadora. Aunque si hubiese sido maltratado, quién sabe qué hubiera pasado conmigo", concluye.