Se quedaron con los crespos hechos. Con las maletas llenas de ropa, las cajas con instrumentos y más de cinco meses de ensayo en el cuerpo. La tarde del 28 de junio de 1973, el primer elenco local de Jesucristo Superestrella llegó hasta el Gran Palace para el esperado estreno en Chile del musical inspirado en la ópera rock, creada tres años antes por Tim Rice y Andrew Lloyd Weber.

Pero esos eran días difíciles, los funcionarios del teatro estaban en huelga y simplemente no los dejaron entrar. Y ahí se quedaron Mario Argandoña, el que encarnaría a Jesús, y Juan Carlos Duque, el que haría de Judas, mirándose las caras y sin saber qué hacer. Pero no habían alcanzado a llegar de vuelta a sus casas, cuando el productor Jorge López, que en ese entonces apenas se empinaba por los 20 años y estudiaba Arquitectura en la Católica, los llamó para contarles que ya tenía una nueva locación: nada menos que el Teatro Municipal de Santiago.

Así de accidentado fue el despegue en el país de una de las creaciones más clásicas de Semana Santa, la misma que partió como un musical y que revolucionó al mundo entero con la versión fílmica de Norman Jewison. López vio la película y convenció a su amigo, el escenógrafo Gerardo Moro, para que compraran los derechos y montaran la obra en Chile. Lo hicieron a pulso y consiguieron el auspicio de las embajadas de Estados Unidos y Alemania y de la Sociedad de Arte Escénico.

No había presupuesto para pensar en nombres consagrados, por eso buscaron en festivales escolares y se guiaron por recomendaciones de amigos. Así dieron con Mario Argandoña, el chileno que años después de radicaría en Alemania y que en 1987 firmó un éxito global con la canción Brown eyes; con Carmen Montt (María Magdalena), que tenía 16 años y estudiaba en el Villa María, y con Juan Carlos Duque, a quien convencieron después de ganar un festival escolar en el Colegio Alemán: "Fue una sorpresa tremenda, porque esa era la obra que en esa época todos queríamos hacer", comenta Duque.

Finalmente consiguieron a 47 actores y a 27 músicos, pero gran parte del trabajo tuvieron que hacerlo solos, como traducir y adaptar la obra y encargar los arreglos a un director profesional. "Esa fue una de las cosas más difíciles que me tocó hacer en la vida", recuerda Juan Salazar, orquestador chileno avecindado en EE.UU., sobre la compleja tarea de llevar a partituras la obra de Rice y Lloyd Weber. "Pasó que López y Moro no tuvieron dinero suficiente como para comprar las partituras, entonces tuve que hacerlo yo en mi casa y con un tocadiscos", señala.

El estreno en el Municipal fue a teatro lleno y con la presencia de Salvador Allende. Pero las funciones llegaron hasta la intervención militar de septiembre. El montaje tuvo buena crítica, aunque se aclaraba que este era un grupo de "aficionados". Tenían ofertas para ir a México y hacer una nueva temporada, pero la coyuntura política del país impidió que eso pasara. Este elenco nunca se juntó de nuevo, sin embargo, algunos todavía recuerdan que fueron los primeros.