Una mueca, un gesto, una sonrisa, una broma. El peinado, las cejas, el arito, la ropa, mirada hacia la izquierda o mirada hacia la derecha. Un cabezazo, un pase, el simple hecho de caminar. Todo, absolutamente todo, lo que hace Cristiano Ronaldo en la práctica de Portugal genera el mismo sonido ambiente: el click coordinado de decenas de cámaras fotográficas que sólo llegan a la Academia del Rubin Kazan para tomar una imagen del astro del Real Madrid.

Es como estar en presencia de una procesión de fanáticos devotos. Es ver a los feligreses de una iglesia rindiendo obediencia a su deidad. Y Cristiano sabe que él es esa divinidad, que sólo concede 15 minutos a sus súbditos para que lo aprecien. Se le nota dueño de la situación, acostumbrado a ser el foco de atención. Intenta actuar normal, pero le es imposible disimular su indesmentible protagonismo.

Es el mundo aparte de CR7. El que se creó a su antojo. Más de 200 profesionales acreditados haciendo fila para captarlo. Decenas de niños con ilusiones ingenuas de poder acercarse a su ídolo. Y en la cancha, el artillero no se separa de su mejor amigo en la selección de Portugal: el defensa Pepe, que hoy se pierde el duelo contra Chile por acumulación de tarjetas amarillas.

Se arman dos grupos para jugar al tontito (rondo). El mismo ejercicio que realiza la Roja en la pequeña ventana del entrenamiento que les abre a los medios. La diferencia es que Portugal se divide en dos grupos y Cristiano se lleva a los amigos al suyo. A Pepe se le suma Quaresma, compañero del Bicho en las series menores del Sporting de Lisboa.

El ariete participa del ejercicio, pero no le gusta perder (nunca le gusta perder). Se supone que el que pierde la pelota debe meterse en el círculo para quitarla. Ronaldo al comienzo se niega, lo hace con desgano. Después, aunque se nota que le cuesta, sí cumple con la costumbre. Una secuencia sencilla, básica, pero que grafica el conflicto que vive el atacante con la camiseta de su país: entre la estrella que está por encima de todos y la estrella que baja a la tierra para mezclarse con el resto.

Lo cierto es que costó bajar al dios de su nube. Ni Paulo Bento (entrenado de Portugal en Brasil 2014) ni Carlos Queiroz (Sudáfrica 2010) lograron convencer a Ronaldo de ser uno más en la plantilla. En la anterior Copa del Mundo, de hecho, el ariete gozó de privilegios únicos respecto a sus compañeros: habitación de hotel sólo para él, con lujos distintos, que incluían un jacuzzi para su uso particular.

Pese a las regalías, el divo terminó sacando a los dos anteriores técnicos. Hoy lo dirige Fernando Santos, cuyo gran mérito, indica el periodista Nuno Amaral del diario Jornal de Noticias, es haber "terminado con ese sistema de regalías". Claro, su medida después se vio reforzada con la obtención de la Eurocopa 2016, en Francia.

La pregunta, obviamente, es si Santos logró controlar a la bestia o si Cristiano le permite hacerlo. Porque más allá de lo que se diga y lo que se haga, la selección de Portugal tiene un solo dueño, lleva el 7 en la espalda y hoy se enfrentará a Chile en la semifinal de la Copa Confederaciones, en Kazán.