"Creo que va a ganar Hillary Clinton y eso es bueno no sólo para Estados Unidos. Para Chile y para el mundo. Lo creo. Va a quedar grabado". 24 horas antes de las elecciones en Estados Unidos, el ex Presidente Sebastián Piñera se aventuraba en una entrevista televisiva con un resultado que, más que una proyección, aparecía como un deseo. El interés de la clase política chilena por seguir de cerca los resultados de la jornada electoral norteamericana se resumía en una imagen: el propio Piñera reunió a varios de sus ex ministros y ex colaboradores en su casa para analizar minuto a minuto la sentencia del pueblo norteamericano.
La inclinación de Piñera por la candidata demócrata es una muestra brutal de los profundos lazos de cercanía de la clase política chilena con la familia Clinton y de lo que se estaba instalando con desazón entre los políticos chilenos: la incógnita absoluta que significaba el triunfo -consagrado anoche- de Donald Trump.
"Es pura incógnita, pura incertidumbre". La frase es del presidente de la UDI, Hernán Larraín, quien viajó a Estados Unidos a observar el proceso electoral. En medio de una recepción diplomática en la sede de la OEA en Washington, Larraín confesaba anoche a La Tercera que si bien debiera identificarse ideológicamente con el Partido Republicano "no votaría por Donald Trump bajo ninguna circunstancia".
"Trump desfigura las políticas de nuestro sector, incorpora ingredientes nacionalistas con criterios de exclusión, ajeno a desarrolllos culturales. No me siento cercano ni interpretado", insistió el senador gremialista antes de sellar: "Obligado a votar, votaría por Clinton antes que Trump".
Las palabras de Piñera y Larraín reflejan una realidad: aunque los Clinton tienen un tradición de lazos con figuras de la centroizquierda chilena -Bill Clinton se declara amigo de Ricardo Lagos y Hillary forjó lazos primero con Marta Larraechea, mujer del ex presidente Eduardo Frei, para luego sellar un cercana relación con la Presidenta Michelle Bachelet-, la centroderecha chilena también miraba hacia el azul de los demócratas.
Esta realidad es clave para lo que se viene en Chile: en poco más de un año más el próximo presidente de Chile tendrá que lidiar con un mandatario cuya política exterior será completamente incierta. El propio Lagos lo reconoció esta semana en un seminario sobre Derechos Humanos.
"Si se habla de construir un muro... la única respuesta es que todos los presidentes de América Latina y el Caribe se reúnan a los pies de ese muro del lado mexicano para decir: América Latina y el Caribe rechazan estos intentos de atropello a la dignidad. No de nosotros los latinoamericanos, de ellos los estadounidenses que son capaces de pretender ese tipo de conductas a través de sus responsables que eligen democráticamente".
"Sería una tragedia que gane Trump", comentaba por otro lado el agente ante La Haya, José Miguel Insulza, otro incumbente en la carrera presidencial y quien conoce de cerca la política norteamericana luego de su experiencia como secretario general de la OEA.
La incertidumbre se instaló a cada lado del arco político chileno. Sin nexos políticos, menos empresariales, pues sus negocios se han concentrado en Estados Unidos más que en el resto del mundo, el empresario electo anoche presidente seguía siendo una caricatura difícil de digerir.
Anoche se instaló una preocupación transversal que también permeó al gobierno. "Habrá una diferencia importante respecto de quien sea elegido. Hay diferencias en materia de inmigración, en materia comercial, en cuestiones de seguridad e incluso de seguridad nuclear. De modo que el resultado no será indiferente para la política internacional", dijo anoche el canciller Heraldo Muñoz.