Cuando era chico, su mamá lo apodó "Trapero", por la facilidad con que pasaba a las lágrimas ante cualquier obstáculo. Si lo retaban, le pegaban o se sacaba una mala nota en el colegio, Carlo de Gavardo lloraba. Fue su carrera como piloto la que endureció su carácter, particularmente sus participaciones en el Rally Dakar. "Después no lloré más y me cuesta desahogarme, pero es que en esa carrera ves cosas tremendamente fuertes", confiesa, después de 14 participaciones.
La prueba a la que se refiere De Gavardo es el Dakar original, que hasta el año 2008 se corría por Africa Occidental y que él disputó por primera vez en 1996, para así convertirse en el tercer chileno en desafiar al Sahara, detrás de Enrique Pinochet (1988) y Pedro Palacios (1991). Este último fue precisamente quien lo motivó a olvidar su exitoso paso por el enduro (fue nueve veces campeón nacional) y pasar al cross country, con la promesa de ir juntos y ser los primeros motociclistas criollos en competir. A meses de la carrera, el huelquenino se quedó solo en el proyecto, por una lesión a la rodilla de Palacios.
Todavía quedaban muchas cosas por solucionar. Mientras su suegro, Max Cano, hacía los llamados telefónicos a Francia para asegurar la inscripción, el piloto y su novia, Pamela Cano, organizaban una colecta para financiar la travesía. Se denominó la "Carlotón", que juntó entre cinco y seis de los 25 millones de pesos necesarios. Con el apoyo del empresario Diego Izquierdo, de pinturas Ceresita y Roland Spaarwater, de KTM Chile, quien proveyó la moto, De Gavardo estaba listo, o al menos en teoría. "Ser bueno para la moto es apenas un 10%. El resto es supervivencia y controlar tus emociones. Lo que hice fue una expedición, no un evento deportivo", recuerda.
ENCARCELADO EN SENEGAL
Al recibir la invitación de su tío Giorgio de Gavardo para acompañarlo a Africa, a seguir la travesía de Carlo, el joven Jaime Prohens, de 21 años, pensó que formarían parte de la caravana del Dakar. No fue así. "Me vendieron la 'pescá'. Mi tío me llevó para que fuera su goma y no estar solo", cuenta Prohens, quien se perdió más de la mitad de la carrera de su primo haciendo su propio rally, pero en taxi. "Fuimos a pagar el noviciado. La sufrimos mucho, pero fue entretenido", reconoce Giorgio.
Después de una largada tranquila en Granada (España), su aventura se complicó en Marruecos. Por las noches visitaban a Carlo en el campamento, pero como no tenían carpas propias, durmieron varias veces a la intemperie, con apenas un saco de dormir entre ellos y el durísimo desierto. Al día siguiente, Prohens negociaba con viejos taxis Mercedes Benz para continuar la ruta.
Una vez en Tan Tan, al sur de Marruecos, decidieron arrendar un 4x4, para internarse en el desierto. Así fue como quedaron varados en pleno Sahara, luego de que Prohens llenó el estanque del vehículo petrolero con gasolina corriente. "Estaba todo en árabe, yo dije: 'Llénemelo nomás'", se defiende. Giorgio comenta que tuvieron que esperar horas a que pasara otro auto y los ayudara.
Las peripecias no terminaron ahí. Hacia la frontera con Mauritania, se encontraron con un italiano llamado Francesco, fanático del rally, mientras esperaban la llegada de Carlo a la meta. Giorgio le pidió un favor: si podía ir a buscar agua para todos. El europeo volvió con la camioneta abollada. Había atropellado accidentalmente a un piloto. La sorpresa de todos fue enorme cuando llegaron al bivouac y Carlo se tiró encima del italiano, exclamando: "Este huevón me atropelló". Como sus lesiones fueron menores, los ánimos se calmaron después de un rato. Al final del viaje, en Dakar (Senegal), Giorgio confió en poder ingresar al país sin tener visa, pero las autoridades lo detuvieron. "Me dejaron encerrado, pero Jaime me consiguió los papeles unos días después", indica.
Sin embargo, Prohens obtuvo los papeles al día siguiente, pero decidió dejar encarcelado a su tío por un par de días más, para disponer de la habitación de hotel. "Giorgio me tenía chato, y como vi que no estaba mal atendido, lo dejé ahí. Además, conocí a unas negritas, que me invitaron a una fiesta. Valió la pena", explica el copiapino. La verdad recién la contó en Madrid, cuando todo había acabado. "Lo felicité y me reí nomás", replica su tío.
HACIA EL LAGO ROSA
De Gavardo recorrió toda España junto a su mecánico, Samuel Barrientos, para recibir su KTM en el puerto de Vitoria, al norte del país. Venía dentro de un barco cargado de pescado. En Granada, lugar de la partida, descubrió lo que era un GPS y tuvo que abandonar buena parte de su equipo, pues llevaba 50 kilos de sobrepeso. Lo esperaban 7.579 kilómetros de territorio desconocido.
La aventura partió de la peor forma. En la segunda etapa entre Nador y Oujda, antes del desierto, De Gavardo ignoró una modificación en la hoja de ruta y atravesó un puente que ya no estaba allí. Terminó empapado en el río, con la moto encima de la cabeza, pero sin heridas importantes. "Unas lluvias se habían llevado el puente, pero no entendía nada de las instrucciones en francés. Salí volando", rememora. Al día siguiente, pinchó cinco veces. En el campamento, los mecánicos de KTM le enseñaron lo que era el mousse, una pasta que rellena el neumático y previene los pinchazos. A partir de entonces, le prestaron las llantas usadas del español Jordi Arcarons. "No sabía nada. Ni navegar ni leer la hoja de ruta", admite.
En el camino cruzó las locaciones donde se filmó La guerra de las galaxias y vio de todo, desde un helicóptero de la organización caído hasta compañeros de auto peleando a puñetazo limpio por una mala maniobra. También le tocó ayudar al francés Stéphane Peterhansel, campeón defensor del año anterior. Aunque le dijo que no se preocupara y siguiera su camino, el chileno le contestó que era su primer Dakar y no tenía nada que perder. Le pasó herramientas para limpiar su estanque de combustible y la moto respondió. De Gavardo perdió tiempo, pero se fue orgulloso.
Después de 15 días de supervivencia, sufriendo con las tormentas de arena y extrañando una ducha caliente, el huelquenino peleaba dentro de los 20 mejores. En la última etapa, entre Tambacounda y Dakar, todos los pilotos de habla hispana doblaron a la izquierda y se metieron a un río. El director de la prueba, Herbert Auriol, estaba ahí y encaró al chileno, preguntándole a gritos por qué no había tomado la derecha. De Gavardo no estaba para reclamos y lo agarró del cuello con ambas manos. "No entiendo francés", le dijo lentamente. Lo que vino fue curioso: el propio Auriol le ofreció disculpas.
Al llegar a la meta, ubicada en el lago Rosa, De Gavardo dice haber sentido verdadera paz interior. Terminó en el 17º puesto y se prometió no volver jamás al Dakar, pues la tarea estaba cumplida. "Sin exagerar, nos jugamos la vida. Fue una experiencia personal, como la película Mad Max. Sin desmerecer la carrera de acá, Africa hace que se te paren los pelos", afirma el "Cóndor de Huelquén". Ya en el avión de vuelta, conversaba con su padre cómo harían para regresar al año entrante. Todavía se desvive intentando volver.