La división entre chiitas y sunitas, las dos principales ramas del mundo musulmán, parece irreconciliable en un Irak sumido en una virtual guerra civil. El diario egipcio Al-Mesyroon asegura que, en una de sus últimas acciones, los rebeldes sunitas del Estado Islámico de Irak y Siria (Isis) habrían capturado y ejecutado al juez Raouf Abdul Rahman, el mismo que sentenció a la horca en 2006 al ex líder iraquí Saddam Hussein. "Revolucionarios iraquíes lo arrestaron y lo sentenciaron a muerte en venganza por la muerte del mártir", escribió el parlamentario jordano Khalil Attieh, en alusión al ajusticiado gobernante sunita.

Históricamente, la hostilidad entre los musulmanes sunitas (alrededor del 80% del mundo del islam) y los chiitas (casi un 20%) se ha cristalizado en guerras periódicas desde la muerte de Mahoma, en el año 632. En el caso específico de Irak, la minoría sunita dominó el país desde su creación, tras la Primera Guerra Mundial. Cuando Hussein asumió el poder, en 1979, la comunidad sunita de la que él hacía parte, concentró todo el poder, lo que por supuesto implicó la marginalización absoluta para los chiitas y la agudización de la violencia sectaria en el país.

Pero eso duró hasta la invasión liderada por Estados Unidos en 2003. Tras la intervención de Washington, el chiismo recobró protagonismo. Investido primer ministro de Irak desde 2006, Nouri al Maliki formó un gobierno de mayoría chiita, lejos de su promesa de consolidarse como un líder de unidad. Así lo asegura la cadena BBC, que recuerda que Al Maliki ha sido acusado de "concentrar el poder con sus aliados chiitas y marginalizar a los sunitas". Es más, apunta la revista The Economist, el premier iraquí no sólo arrestó a prominentes sunitas por cargos de terrorismo poco sólidos, sino que también falló en dar apoyo -pese a los pedidos de la Casa Blanca-  a la Sahwa ("Despertar"), una fuerza tribal sunita de 100 mil efectivos que entre 2007 y 2008 ayudó a contener la amenaza de terroristas, entre ellos a los progenitores del Isis.

Así, el descontento entre los sunitas ha aumentado en los últimos años. Este grupo se siente excluido de las esferas del poder y un objetivo de las fuerzas de seguridad. A ello se suma, afirma The Economist, el hecho de que los sunitas -históricamente dominantes, pero minoritarios en Irak- "nunca han reconocido su estatus reducido, e incluso su inferioridad numérica desde la caída de Saddam Hussein".

La paciencia de los sunitas terminó de acabarse tras la decisión de Al Maliki de desalojar el 30 de diciembre un campamento de manifestantes que protestaba desde hacía un año a las afueras de Ramadi, capital provincial de Al Anbar, de mayoría sunita y que fue un bastión de la insurrección tras la invasión liderada por EE.UU. en 2003. El incidente no sólo provocó la molestia de 44 diputados sunitas, que presentaron su dimisión ese mismo día, sino que  desencadenó un estallido de violencia en las principales ciudades de la provincia.

Los militantes del Isis aprovecharon la situación para tomar el control de la ciudad de Faluja (60 km al oeste de Bagdad), así como de sectores de Ramadi. A partir de ahí, los insurgentes continuaron su avance, hasta ahora imparable. El pasado 10 de junio se hicieron con el control de Mosul, la segunda ciudad de Irak, y luego tomaron la ciudad de Tikrit, cuna de Saddam Hussein, sólo 150 km al norte de Bagdad.

Mientras comienza a extenderse el temor en Irak de que Al Maliki no tenga la capacidad militar ni política para contener esta incursión, Bagdad ha acusado a Arabia Saudita, país con un 90% de su población sunita y cuyo gobierno es aliado de Washington en Medio Oriente, de interferir en el conflicto respaldando a los jihadistas del Isis. Frente a las acusaciones de Irak, el Ejecutivo saudita contestó que "los últimos acontecimientos no hubieran sucedido sin las políticas sectarias y excluyentes que se han practicado en Irak en los últimos años".

Por su parte, Irán, un histórico rival de EE.UU. en la región, comparte la visión chiita de Irak, por lo que ha declarado su apoyo al país tras el avance jihadista del Isis. Teherán ha asegurado que de finiquitar de manera positiva las conversaciones nucleares con Occidente, estaría dispuesto incluso a estabilizar la región junto a EE.UU. El Presidente iraní, Hassan Rouhani, declaró que su país hará todo lo posible por proteger los santuarios sagrados chiitas en Irak. Sin embargo, Irán ha evitado enviar tropas al país vecino, aunque algunos medios de prensa aseguran que soldados iraníes sí han cruzado la frontera. Washington, en tanto, prometió el envío de 300 consejeros militares para ayudar al Ejército iraquí a hacer frente al Isis.

Mientras, el influyente ayatolá chiita Alí al Sistani, junto con instar a expulsar rápidamente a los insurgentes sunitas, también llamó a "la formación de un gobierno eficaz" que "evite los errores del pasado", en una crítica implícita al ejecutivo de Al Maliki, un chiita que tiene problemas para formar un nuevo Ejecutivo.

El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, llegó ayer a Irak en una vista sorpresa, en la cual trató el tema. "La clave era obtener de cada uno de los líderes una mayor claridad sobre el camino a seguir para formar gobierno",  dijo. "De hecho, el primer ministro Al Maliki ha mostrado su compromiso a hacerlo antes del 1 de julio", aclaró.

Los ministros de RR.EE. de la Unión Europea expresaron ayer su inquietud: "La fractura sectaria entre sunitas y chiitas está en su máximo apogeo", indicó el canciller español José Manuel García-Margallo.