Érika Olivera (40) se ríe al recordar lo anecdótico de sus inicios, cuando corría detrás de las micros amarillas, en Puente Alto. "La gente ya me conocía, los choferes sabían que yo era 'la niña que corre'. Incluso bajaban la velocidad para que yo pudiera alcanzarlos", rememora. Para ella todo comenzó como una distracción, una forma de escapar a la rutina cotidiana, del estrés que muchas veces se sufre por culpa de las carencias y por el esfuerzo de salir de esa condición.
Sometida bajo el estricto régimen impuesto por su padre, el pastor evangélico Ricardo Olivera, la niña Érika no pensó en medallas, récords nacionales o sudamericanos, ni menos en ser partícipe de cinco juegos olímpicos. "Para mí, correr era libertad, era la posibilidad de pasarlo bien", confiesa.
Comenzó invitada por el formador Rodolfo Fernández, quien la incluyó dentro de su equipo, que en ese entonces entrenaba en el Parque O'Higgins. Pero quien la llevó al alto rendimiento fue Ricardo Opazo, quien vio en ella un futuro para el fondismo chileno. "Él fue la persona fundamental en todo mi desarrollo como deportista. Después de Rodolfo, que fue la persona que me formó en la escuela, llegó el técnico. Con Ricardo obtuve los logros más importantes como deportista y haber tenido esa buena base es lo que me permite hoy estar, a los 36 años, en un nivel aceptable", comentaba la maratonista para La Tercera hace cuatro años, cuando iba a vivir en Londres los que se suponían serían sus últimos Juegos Olímpicos.
Así estaba presupuestado, pero aún quedaba un sueño que cumplir. En aquella ocasión, su nombre no apareció entre el de las candidatas a portar la bandera nacional, por lo que su decisión debió ser replanteada. "Había pensado retirarme después de Londres, no seguir, pensaba que era suficiente, pero después de que me castigaron por reclamar lo que merezco, tomé la decisión de ir por otro ciclo olímpico, que se den cuenta de que no doy mi brazo a torcer. No sé si voy a lograr clasificar a Río, pero haré el ciclo. Después podré decir 'hasta aquí llego' dignamente", aseguró en ese momento. Ahora, está a semanas de batir el que será su último récord deportivo: ser la chilena (o chileno) con más participaciones en los Juegos Olímpicos.
40 años y aún vigente
El ascenso de la carrera de Érika Olivera fue explosivo. Su primer récord llegó en Argentina, el 24 de marzo de 1995, donde logró completar los 5.000 metros en 16'13,76". Aquel récord, junto al de los 10.000 planos (34'13,57", el 13 de mayo del mismo año), aún se mantienen vigentes como plusmarcas sudamericanas juveniles. La historia se repite en la categoría Sub 23; y ni hablar de sus marcas nacionales, donde es dueña de todo, desde los 5.000 metros hasta el maratón.
"Las cosas se fueron dando y creo que Dios me entregó una gran bendición, una luz en mi camino, y lo supe aprovechar", dice ella. Ya han pasado 29 años de carrera -24 en el alto rendimiento- y aún se mantiene vigente. Varios oros Panamericanos y Sudamericanos, y decenas de platas y bronces reflejan el éxito de la irrepetible fondista.
Al todo o nada. Esa es la filosofía de vida que mejor explica a Olivera. Porque no es extraño que a la hora de buscar el ejemplo que mejor ilustre a la mujer chilena, muchos recurran a ella. Fuera de la pista atlética, Érika también es un fenómeno: Dueña de casa; , madre de cinco hijos, de dos matrimonios distintos; estudiante universitaria, profesora de atletismo y futura candidata a diputada... Talento y trabajo en su máxima expresión.
Chile aún no repite una fondista como ella. Su icónica figura, coronada desde hace dos décadas por llamativos cortes de cabello, encierra parte de la identidad deportiva y cultural del país. E l masivo apoyo que ha recibido en la votación para ser la abanderada de Chile en Río, así lo dicen. Y aunque sabe que en Brasil está lejos de sus mejores marcas, asume que con su ejemplo muchos otros entenderán que para ganarle a la vida no es necesario ser siempre el primero.