Cuando uno llega a la isla Rey Jorge en la Antártica, tras 58 horas de navegación desde Punta Arenas, hay cosas que llaman enseguida la atención:

Que hay muchas focas echadas en la orilla. Que a primera vista parecen muertas, pero no: sólo descansan.

Que los pingüinos son lentos caminantes, pero veloces nadadores.

Que la base Fildes, de la Armada chilena, es una casona blanca y azul.

Que la base Frei y la Villa Las Estrellas, de la Fuerza Aérea, tienen techos pintados de furioso naranja.

Que la base rusa es la suma de varios containers color crema.

Que en la cima de un monte los rusos levantaron una iglesia ortodoxa. Que desde todos lados se ve su silueta parecida a la de un pequeño castillo.

Todo eso veo este domingo de fines de noviembre.

Es media tarde y se nota que Rey Jorge, una de las islas de las Shetland del Sur, está despertando después de varios meses. Me lo habían advertido: en noviembre empieza la temporada turística y de visitas en este pedazo de tierra al fin del mundo. Como el clima mejora, y el mar ya no está congelado, llegan buques militares para reabastecer de materiales, combustible y alimentos frescos. Llegan también cruceros. Y se hace el cambio de las dotaciones que han permanecido un año en las bases antárticas.

Todo este ajetreo, sin embargo, tiene fecha de expiración. En abril se acaban las visitas y en esta isla sólo quedan los que la habitarán hasta que llegue otra vez noviembre.

Pero en esos largos meses de invierno, donde el día es casi pura noche, donde el frío es extremo, aquí no se termina la fiesta. La isla más cosmopolita de la Antártica sabe pasarlo bien.

¡Ganbei!

En la mañana del domingo, antes de desembarcar en la isla Rey Jorge, sube al Aquiles el comandante que este noviembre lleva un año a cargo de los 10 marinos de la base Fildes y que ya están en los descuentos para partir. Se llama Rodrigo Lepe. Muestra imágenes impresionantes que ha tomado con un dron que encargó a Alí Express y que le llegó a la Antártica por DHL. Habla de él con la dulzura que lo hace un padre de un hijo.

Rodrigo Lepe da las primeras pistas de cómo es la vida en esta isla a 1.160 kilómetros de Punta Arenas. Dice que desde la base de la FACH, que es su vecina, les proveen de electricidad y de agua potable -la sacan de una laguna cercana al aeródromo de la isla- y los ayudan con el tratamiento de la basura. Dice que la base rusa, que se llama Bellingshausen, está a menos de cinco minutos y que la de China queda a menos de una hora caminando. Con ambas, como quedan en el barrio, se visitan con frecuencia. Lepe dice también que a la base uruguaya Artigas, si bien está un poco más lejos, también se puede caminar. Y que a la coreana y a la argentina van por mar, en botes de goma.

Está claro: estos habitantes antárticos lo pasan bien.

-Un año aquí se pasa volando- dice Lepe.

Después, en los seis días que pasaré en tierra con los marinos de Fildes, varios del equipo del comandante Lepe dirán lo mismo. Que el tiempo se les ha pasado rápido en medio de esta remota camaradería internacional.

El teniente Emilio Salazar, por ejemplo, contará que una vez le arregló los botes a los rusos y que éstos, como agradecimiento, le regalaron un sofisticado vodka. O que los chinos, a modo de bienvenida, les dan a beber un licor de 70 grados, que se toma de un solo trago, en vaso chico, al grito de "¡Ganbei!". O que los coreanos de la base King Sejong les dejan usar un sillón que es una joya: hace masaje a los cuerpos cansados de moverse por la nieve.

City tour

En la isla Rey Jorge sólo se debe caminar por senderos marcados previamente. Si uno no conoce el terreno, y se aparta de la ruta, fácilmente puede pisar nieve blanda y hundirse. Aconsejan también salir acompañado. Y siempre avisar a la guardia de la base.

Cumplido esos trámites, uno puede entregarse a la diversión de conocer la isla. Además de orientarse. Inmediatamente a mano izquierda de la base Fildes está una estación científica del Instituto Chileno Antártico, llamada Profesor Julio Escudero. Poco más allá, la base Frei. A su lado, la Villa Las Estrellas, donde viven las familias de los oficiales de la Fuerza Aérea destinados a esta isla, además de quienes hacen funcionar esto como pequeña ciudad: los encargados de la escuela, de la posta, del banco.

Caminando por la orilla de la playa, a escasos minutos de las instalaciones chilenas, está la base rusa. Y a sus espaldas, en la punta del cerro, su iglesia. Hay que subir con cuidado, pues el ascenso por un sendero de nieve y piedra es resbaloso. Pero vale la pena. La iglesia Santa Trinidad, entera de madera, con paneles fabricados en Rusia y ensamblados en la Antártica, es hermosa. Su interior, con la calefacción precisa, con música sacra por los parlantes, es la explosión de color: dorado, rojo, calipso. Y desde sus escalinatas exteriores, la mejor panorámica de la isla. Una mezcla exquisita de nieve, mar, rocas y las bases que desde aquí se ven diminutas enterradas en el blanco.

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La iglesia ortodoxa rusa Santa Trinidad.

La iglesia ortodoxa rusa Santa Trinidad.[/caption]

También a distancia caminable está el aeródromo Teniente Marsh. Allí aterrizan los aviones de la Fuerza Aérea; con mayor frecuencia durante el verano, mucho más espaciado en invierno, cuando el clima torna todo difícil.

Si uno camina en sentido contrario, a espaldas de la base Fildes, en 45 minutos está en la base china, la Gran Muralla. Es la más grande y moderna. Con un invernadero que es la envidia de todos: cuando en invierno todos deben conformarse con verduras congeladas, los chinos comen tomates y frutas frescas.

Una tarde en Fildes, después de que se han ido turistas que llegaron en un crucero holandés, llega el mandamás de la base china. Un tipo alto, delgado, risueño. Mientras él se reúne con Rodrigo Lepe, sus dos ayudantes se juntan con los marinos de la base. Bromean, se nota que son amigos. Los chilenos les han enseñado garabatos, que los chinos repiten de manera graciosa.

Thriller

Una noche, en la base Fildes se acuerdan del video. Ese que los hizo ganadores de la competencia.

Todo comenzó meses antes, cuando las bases en la isla Rey Jorge se preparaban para celebrar el solsticio de invierno. Esa noche, que es la más larga del año, alrededor del 21 de junio, y que desde siempre es la gran fiesta polar.

Se decidió que la competencia sería de videos. Triunfaría el más creativo. En Fildes no perdieron tiempo. La historia que actuaron y grabaron es la siguiente: en la base se acaba el agua para beber y alguien decide usar, sin que nadie lo sepa, aguas servidas. A medida que empiezan a tomarla, todos comienzan a mutar. Hasta que terminan convertidos en zombis que bailan al ritmo de Thriller en medio de la nieve.

Fue un mes de preparación de ese baile. Una hora diaria de ensayo.

Esta noche en Fildes se acuerdan del video y lo ponen en la pantalla del gran televisor del living. Es divertido y tiene subtítulos en inglés. Los marinos miran la tele y se ríen a carcajadas, como si lo vieran por primera vez.

El video fue editado por el comandante Lepe, quien se entusiasma y muestra otros más en su computador. Varios hechos con su dron. Las imágenes son con mucho mar, mucho iceberg y la hegemonía del blanco. Con buena música de fondo. El gusto de Lepe es amplio: desde Céline Dion hasta el tema principal de Game of Thrones.

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Parte del grupo de marinos que estuvieron un año en esta isla antártica.

Parte del grupo de marinos que estuvieron un año en esta isla antártica.[/caption]

Sopas

En esta isla es común ver hombres con barba. Seguro porque es un protector natural contra el frío. Pero es también señal de relajo. De que aquí la gente se permite cosas que en otros lugares no puede. La Armada, por ejemplo, sólo permite la barba en destinaciones aisladas. En la Antártica lo saben. Y hay casos como el del cabo Armando Arriagada que en noviembre luce los pelos de la cara desbordados. Podría pasar por musulmán.

En Fildes no sólo se impone la barba. También la vida social todo el año. Invitan a sus vecinos extranjeros a probar comidas típicas. Dicen que los chinos enloquecieron con las empanadas. Que los rusos y los coreanos han disfrutado con los asados.

Dicen también que muchas veces los invitan. Que los anfitriones más producidos son los de la base Gran Muralla. Les han cocinado rico y abundante. Desde langostas hasta camarones. Y una sopa de tortuga.

Muchos recuerdan esa sopa. Dicen que no han podido olvidar cuando llegó el caldo a la mesa y el animal estaba en medio. Todos sólo tomaron la sopa, excepto uno. Porque el sargento Rodrigo Fuentealba se atrevió. Sacó la cabeza se la tortuga y se la comió.

-Tenía sabor a pollo- dice ahora el sargento, sin complicarse.

La fe

La mañana del sábado que dejo la isla Rey Jorge es la ceremonia de cambio de dotaciones en la base de los marinos. Sale el grupo de Rodrigo Lepe. Entra el equipo del comandante Felipe Hernández, que se quedará hasta fines del 2017.

Llegan delegaciones de todas las bases vecinas, ordenados por nacionalidades. Hay rusos, argentinos, uruguayos, coreanos, chinos. Hay invitados de la base Frei, científicos del Inach. Todos los discursos son en castellano y en inglés.

Estamos en una pequeña base antártica, pero en este momento se respira un aire como el de la ONU.

Más tarde, regreso a la iglesia ortodoxa rusa para la última foto. En la entrada está Paladi, el cura a cargo. Es miembro estable de la dotación de Bellingshausen; y como su religión manda orar y trabajar, él es además el carpintero de la base. Dice que viene de un monasterio a 70 kilómetros de Moscú y que está hace cuatro años en la Antártica. Dice que es feliz aquí.

Entonces abre los brazos, gira sobre sí mismo y se emociona:

-La tranquilidad, la claridad del cielo, la belleza de la nieve… no se necesita nada más. Dios está aquí.

Cruzar el Drake

Entre noviembre y abril, distintos buques viajan a la Antártica. Yo me embarco en el Aquiles. Zarpamos desde Punta Arenas un jueves de noviembre a las seis de la tarde. Somos cerca de 120 pasajeros.

Casi 12 horas después empezamos a cruzar el temido Drake, ese mar donde se junta el Pacífico con el Atlántico. El buque se mueve. Los pasajeros nos empezamos a marear. Los marinos dicen que esto no es nada, que el mar está tranquilo, que cuando el Drake está bravo las olas de 12 metros zamarrean duro al buque. Ahora no hay nada de eso, cierto; pero a la mayoría de los pasajeros igual se nos da vuelta el mundo.

Tenemos que tener paciencia y estómago firme. Porque cruzar el Drake es una travesía de un día y medio. Y aunque los marinos del Aquiles nos seguirán repitiendo que esto está calmado como una taza de leche, varios pasarán esas 36 horas sin levantarse de sus camarotes. Con varios Mareamin encima.

Ficha técnica:

- La isla Rey Jorge es la mayor de las Shetland del Sur. Tiene una superficie de 1.150 kilómetros cuadrados. Su longitud es de 95 kilómetros. Y su máximo ancho es de 25 kilómetros.

- Tienes tres grandes bahías: Fildes, Almirantazgo y Rey Jorge.

- Es la isla que concentra la mayor cantidad de bases en la Antártica. En la zona de la península Fildes están las tres bases chilenas, la rusa, la china y la uruguaya. Poco más lejos están la coreana y la argentina, llamada Carlini. Y aún más alejadas, la brasileña Comandante Ferraz, la peruana Machu Pichu -que funciona sólo los veranos- y la polaca Arctowsky, donde dicen que se hace un delicioso vodka casero.