La leyenda del Sapo
Este lunes se cumplen cinco años de la muerte de Sergio Livingstone, la primera gran estrella del balompié criollo. Con la ayuda de familiares, amigos, historiadores y ex compañeros, El Deportivo reconstruye un viaje largo, de 92 años de duración, por las venas abiertas del fútbol chileno. Partiendo por su curioso debut en Primera División.
El día que Sergio Livingstone realizó su debut profesional en Primera, dos caballos, Grimsby y Kobi, arrasaron en el Hipódromo por la mañana; estrenaron por la noche Ángeles con caras sucias, de Michael Curtiz, en el Teatro Nacional; y Hitler y Mussolini acordaron desde Europa hacer caso omiso a la carta que Roosevelt les había enviado dos días antes demandándoles garantías de paz.
Fue aquella tarde gris del 16 de abril de 1939, mientras en el Viejo Continente comenzaba a mascarse la Guerra y en Santiago Edward Matthews, el gran barítono negro, preparaba su segundo recital, cuando el fútbol chileno asistió a la presentación en sociedad de unos de sus mayores ídolos. Un arquero de 19 años recién cumplidos que aquel día, el de su debut en la élite y el del estreno de su Universidad Católica en la máxima categoría del balompié criollo, tuvo que recoger el balón del fondo de su portería hasta en ocho ocasiones. Y es que muy pocas veces las grandes historias arrancan con un gran comienzo.
"Recibió una goleada al principio del partido, me acuerdo. Yo estaba en la Chile en ese tiempo, porque eso fue en el 39, y el Gordo, claro, recibió una goleada. Pero resulta que no fue culpa de él. Llegaban los delanteros muy cerca, muy fácil", rememora hoy, 78 años después de aquel encuentro, Manuel Arriagada (92), uno de los tres ex compañeros de Livingstone en la UC que todavía permanecen con vida.
Aquel domingo, Santa Laura se había convertido en la capital del deporte chileno. El centro del mundo, casi, en un país que vivía entonces ajeno a las vicisitudes que sólo seis meses más tarde habrían de desencadenar el estallido de la Segunda Guerra Mundial. No en vano el recinto había acogido por la mañana el desfile inaugural del torneo de apertura de ciclismo, y se disponía ahora, en la jornada vespertina, a albergar dos encuentros correspondientes a la primera fecha del campeonato nacional de fútbol de 1939. Partidos en doble sesión. Santiago Morning-Católica, como duelo preliminar, y Magallanes (defensor del título) ante Audax Italiano (subcampeón del último torneo), como choque de fondo. Con arbitraje del juez Francisco Ríos y una asistencia cercana a los 1.000 espectadores, la pelota echó a rodar a las 14.00 horas en la comuna de Independencia. El Chago -cuentan- venía de capa caída, pero la UC estaba librando su primer partido en Primera. Y las cosas se torcieron muy pronto para el cuadro de la franja. Raúl Toro, nueve años mayor que Livingstone y rutilante estrella ya del conjunto bohemio, no tardó demasiado en arruinar el estreno bajo los palos del Sapo, a esas alturas de la historia poco más que un renacuajo imberbe.
Cuatro tantos del ariete en menos de media hora (en los minutos 4, 7, 16 y 25), y un quinto de Holzer, al filo del entretiempo, dejaron el pleito visto para sentencia. Caffati, por partida doble, y Dante Giudice, de penal, también vieron portería tras el descanso, haciendo inútiles los descuentos de Pinto. El marcador final de 8-2 favorable a Santiago Morning fue un correctivo demasiado severo. "Fueron goles típicos de Toro. Yo vacilaba un momento entre salir y no salir, y él peinaba la pelota, la levantaba suavemente y me sobraba. Cuatro veces y las cuatro iguales. Una goleada de proporciones", terminaría reconociendo, años más tarde, el cancerbero, en un ejercicio de autocrítica que, en opinión del periodista Caco Villalta, amigo íntimo del ex jugador, no era demasiado frecuente: "Sergio tenía muchas cualidades, pero precisamente la autocrítica no era una de ellas. No le gustaba nada que le recordaran los goles que le habían hecho, así que yo creo que esos ocho le tienen que haber dolido mucho. Más que el dolor, el recuerdo".
Pero al día siguiente, y pese a la goleada recibida en Santa Laura, los principales diarios del país señalaron a Sergio Livingstone como el futbolista más destacado de su equipo. "Con sus atajadas, el arquero Livingstone evitó un descalabro todavía mayor", reseñaba el diario La Nación en su edición del lunes 17.
Dos meses más tarde, el 2 de julio de 1939, el guardameta custodió el arco de la UC durante la disputa del primer clásico universitario celebrado en Primera, que se saldó con triunfo de la U por dos goles a cero. Y así se fueron sucediendo los partidos durante aquel lejano torneo de 1939. Y cuando el 1 de septiembre las tropas alemanas invadieron Polonia y la amenaza inminente de la guerra se convirtió finalmente en una certeza, ya nada era tampoco lo mismo en el aislado fútbol chileno. La era Livingstone estaba a punto de dar comienzo.
De Sapo a Príncipe
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El legendario arquero venciéndose a su derecha durante un encuentro del torneo nacional, en la década de los 40.[/caption]
Los números que Sergio Roberto Livingstone Polhammer (nacido en Santiago el 26 de marzo de 1920 y fallecido en la misma ciudad el 11 de septiembre de 2012) llegó a atesorar durante su carrera futbolística hablan por sí solos. Sus 19 temporadas y 350 partidos en Primera con la UC; sus 52 duelos oficiales con la Roja entre 1941 y 1954; su récord absoluto de clásicos universitarios disputados (32); o sus 34 encuentros de Copa América repartidos en seis ediciones diferentes (una cifra que nadie ha llegado jamás a emular); son sólo algunos de ellos. Pero sería imposible tratar de entender la dimensión real de Livingstone, o su legado, deteniéndose sólo en la aritmética. Sería injusto con él, para quien el fútbol fue siempre mucho más un canto lírico que una cuestión matemática. Una forma de vida. Un sencillo poema.
Nacido en el seno de una familia de ascendencia escocesa (futbolizada y escocesa), Sergio Livingstone cursó sus estudios en el Colegio San Ignacio, realizó sus primeras armas en las series menores de Unión Española y terminó por abrazar la camiseta de la franja al ingresar a estudiar la carrera de Leyes en la Universidad Católica. Una casaquilla de la que sólo se desprendió después en dos breves períodos, para jugar en Racing de Avellaneda, y para defender fugazmente la elástica de Colo Colo. "Él nunca decía que era hincha de Católica, porque era muy democrático, pero creo que ése fue siempre su gran orgullo, tener un equipo como Católica. Porque él formó un poco ese club", confiesa ahora, en conversación con El Deportivo, su hijo Cristián Livingstone.
Apenas cuatro años después de su consignado y aciago debut en Primera con la UC, la popularidad del Sapo Livingstone ya se había disparado. El arquero tenía apenas 22 años, pero era ya, para muchos, la primera superestrella del balompié nacional. Y lo era por muchos motivos. "Lo que pasa es que Sergio pertenecía a una elite social importante. Era de colegio particular, era de Católica y eso evidentemente marcaba diferencias. Era más mediático, más atractivo que otros jugadores. También era, por lo que yo recuerdo, un arquero extraordinario, pero ese factor societario era muy fuerte", apunta Villalta. "Yo creo que más que la primera gran estrella, que puede que también lo fuera, él fue el primer farandulero", refuerza su hijo Cristián. Y el periodista e historiador deportivo Luis Urrutia O'Nell, Chomsky, grafica el extraordinario poder de atracción del arquero por medio de un vívido recuerdo: "Como futbolista él fue fuera de serie y del nivel de idolatría hacia el Sapo la gente joven no tiene ni idea. La primera vez que regresó a Chile cuando estaba jugando por Racing, llegó en tren a la Estación Mapocho. Y había una multitud esperándolo que lo sacó en andas. Y ahí le propusieron ser candidato político. Así era la popularidad del Sapo".
Una popularidad, dentro y fuera de la cancha, que terminó valiéndole su salto al fútbol argentino, en 1943. Al poderoso Racing y a cambio de 280.000 pesos, una transacción millonaria para la época. Pero Sergio Livingstone, que además de Sapo hacía tiempo ya que era también Príncipe en Santiago, no duró demasiado en la pensión de la calle Suipacha de Buenos Aires en la que vivía, muy cerca de Corrientes. Y es que aunque del otro lado de la cordillera también lo veneraban y habían llegado a entregarle incluso la jineta de capitán de la Academia, había algo que el cancerbero todavía extrañaba. Y tenía nombre de mujer. "Él se fue a Argentina, en buena medida, por penas de amor. Y volvió un poco por lo mismo. Yo siempre recuerdo que la familia de mi señora vivía en aquella época cerca del Campos de Sports. Y las tías de mi señora me contaban que siendo jóvenes se ponían en la puerta del jardín todos los días para ver pasar a Sergio Livingstone", explica, sonriendo, el Caco Villalta. "Se regresó por amor, se encaprichó", refuerza Chomsky. "Mi papá era enamoradizo, pero como él siempre decía, un enamoradizo con muy mala suerte", culmina al respecto, a modo de moraleja, su hijo Cristián. Y 30 partidos y dos portadas de la prestigiosa revista El Gráfico después, Livingstone regresó a casa. Y Universidad Católica debió indemnizar a Racing por tal desplante.
Tras entregar a la UC las dos primeras estrellas de su historia (en el 49 y el 54); defender el pórtico de la selección chilena en el Mundial de 1950; y recibir en otras tardes aciagas como aquella primera de Santa Laura seis, siete y hasta nueve goles en contra; Livingstone colgó los botines con la franja grabada en el pecho en 1959, 20 años después de aquel día en que Grimsby y Kobi habían arrasado en el hipódromo y Roosevelt aguardaba en su despacho una respuesta de Hitler y Mussolini. Pero su carrera en el fútbol no concluyó ahí. Y llegó una oferta de Carlos Dittborn. La posibilidad de iniciar como seleccionador el proceso de la Roja rumbo al Mundial de 1962. Pero el Sapito tomó aire y respondió con firmeza: "Por ningún motivo. Conozco a los jugadores. Los conozco demasiado". "Él se negó porque decía que en ese tiempo los jugadores eran muy curados", desclasifica Chomsky. Mucho más de lo que Livingstone, definido por su hijo Cristián como una persona "ordenada, disciplinada y metódica", al que "no le gustaba ni siquiera las camisetas por fuera del pantalón ni las medias bajas", podía tolerar. "Era un arquero excelente, pero sobre todo una persona muy responsable, que se entrenaba firme, fuerte. Era el primero en llegar y uno de los últimos en irse. Le gustaba ese puesto y le gustaba jugar. Y se cuidaba. El Sapo era un jugador muy sano", ahonda, en referencia a sus valores deportivos, el Pichanga Arriagada, quien no titubea a la hora de tildar al cancerbero como el mejor arquero de la historia de Chile: "Era muy espectacular, porque se encogía como una rana, como un sapo, cuando la pelota iba alta. Y era muy ágil. Hubo otros arqueros, pero el Gordo lo superó a todos. Yo creo que él es el mejor arquero que ha tenido Chile en todas las épocas".
Tras desarrollar durante medio siglo su faceta de comunicador en radio y televisión, el 11 de septiembre de 2012, hace hoy exactamente un lustro, la muerte vino a buscarlo a su casa de Santiago. Tenía 92 años de fútbol.
"Él fue guardando todas las fotografías y todo lo que tenía de tantos años en el fútbol y nos pidió que una vez que muriera, fuéramos a la biblioteca nacional y lleváramos todo para que las futuras generaciones pudieran conocerlo. Y no dejó nada de su etapa como comunicador, dejó todo de fútbol. Él quería que después de su muerte la gente lo recordara como futbolista", confiesa, visiblemente emocionado, su hijo Cristián, a quien -reconoce- su padre (la primera superestrella del balompié patrio) poco o nada habló de fútbol y a quien prefiere recordar "entrando a un restaurant, elegantemente vestido y sin calcetines". "Dejó una huella profunda en las generaciones nuevas y antiguas, que nunca se va a olvidar. Y fue un privilegiado, porque trabajó en lo que amaba y pudo mantenerse. Me hubiera gustado pasar más tiempo con él, pero para él el fútbol lo era todo", añade.
Algunos meses antes de morir, Caco Villalta lo acompañó al notario para hacer su testamento. "Y él solamente agregó una cláusula, que fue una cláusula muy humana, en la cual hacía como una invocación a que la gente fuera más buena", explica el periodista. Y después concluye: "Sergio fue un profesional a carta cabal. Un hombre disciplinado que amaba a los jugadores y los defendía gremialmente. Alguien que enalteció la profesión de jugador". Cinco años después de su muerte, el testamento vital y futbolístico del Sapo Livingstone continúa engendrando legítimos herederos.
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