Segundo día consecutivo en el US Open en el que se abren los paraguas. La lluvia que cae en Nueva York no es torrencial, pero sí impide que la jornada se desarrolle con normalidad. El sábado suspendió todos los partidos, y ayer los atrasó hasta que aparecieron algunos pocos rayos de sol que permitieron continuar con los octavos de final en el singles, y los múltiples partidos de dobles y juniors.
Así es el tiempo meteorológico en la capital del mundo. Si está nublado, en esta época las precipitaciones estarán siempre amenazando. Pero los estadounidenses aprendieron e imitaron lo hecho por sus pares de Australia y Wimbledon (Roland Garros sigue quedándose atrás) y techaron el Court Central. Se aburrieron de tener que aplazar el desenlace del torneo, como se vio en repetidas ocasiones los pasados años, en que la gran final masculina se desarrolló un lunes. Respecto al techo retráctil de la Arthur Ashe, las reglas son claras: el cuarto major de la temporada es un torneo que se disputa al aire libre y se juega indoor sólo cuando el árbitro general lo indica, ante la caída del agua o cuando su llegada es inminente.
Y en momentos de lluvia, cuando ni las prácticas se pueden desarrollar, aquellos que no tienen el privilegio de portar un ticket para la cancha principal, se las arreglan para entretenerse y olvidar la amargura que supone haber pagado para entrar el recinto y no ver partidos. Mientras los afortunados gozan viendo al carismático joven canadiense Denis Shapovalov, uno que ya se ganó la categoría de ídolo en la Gran Manzana, los sin-ticket pasan las penas comprando. Remedio infalible, como creen algunos. Las tiendas de recuerdos, llenas de artículos con la pelotita amarilla en llamas, tan propia del campeonato norteamericano, atraen a los visitantes que buscan capear el agua. Incluso hay que hacer fila para entrar. Los inflados precios (un simple llavero de plástico cuesta 6.500 pesos, por ejemplo) parecen no importarle a la gente, que compra con ganas. El comercio de las marcas auspiciadoras también se luce. Harto de los productos que hay en Flushing Meadows, no se encuentran aún en otro lado. Los tenistas amateurs quieren lucir como los profesionales.
También pasan el tiempo en el Fan Experience Centre, un lugar con juegos electrónicos sobre tenis, una cancha de cemento donde los entusiastas se apiñan para pegarle a la pelota una vez cada cinco minutos y espacios para descansar un poco de tanta parafernalia.
Los jugadores, por su parte, repletan el comedor y la sala de estar, exclusiva para ellos, sus entrenadores e invitados. Algunos juegan taca taca, otros aprovechan de relajarse en familia, mientras que la mayoría se pasea cotizando la buena gastronomía que ofrece la organización. "Cuando hay lluvia no hay mucho que hacer. Si es día de partido, hay que mantenerse concentrados, si no, aprovecho de ir al gimnasio", dice el argentino Horacio Zeballos, quien junto a Julio Peralta ayer cayó por 6-2, 3-6 y 6-3 ante el transandino Leonardo Mayer y el colombiano Juan Sebastián Cabal.
El chileno, cuando termina de almorzar, confiesa que todos los grand slams ofrecen buena comida, pero que "el US Open es el más pobre". Claramente hila fino Big Julius.
"Leo y veo películas cuando llueve, porque hay sólo tres canchas de practica bajo techo, y mucha demanda por usarlas", cuenta el italiano Paolo Lorenzi. Todas las figuras usan tales instalaciones, salvo las máximas estrellas de cada género: Roger Federer y Maria Sharapova prefieren la mayor privacidad posible. Incluso a Rafael Nadal se le ve seguido. Al español lo acompaña todo su familión y se concentra jugando juegos de mesa.
Lo bueno es que el sol sale y el alma le vuelve al torneo. El gran drenaje de las pistas permite que el juego se vuelva a desarrollar. Tiene que ser así para un evento de tamaña categoría.
Los peloteros (o mejor dicho, ball boys) salen del aburrimiento. Ellos quieren acción. Los encargados los despliegan por las distintas canchas. Son 275 los que forman parte de esta edición. Sólo cerca de 30 son mujeres. Promedian 17 años. Todos compiten por ser los más rápidos, los más precisos y los más atentos. Sus jefes los evalúan para seleccionar a los mejores, quienes son los que pueden desempeñarse en los partidos más importantes. "Tienen estrictamente prohibido hablarles a los jugadores, pedir autógrafos o quedarse con las pelotas", señala Wendy Baum la supervisora de los pasadores. A diferencia de otros torneos en que los peloteros son voluntarios, en el US Open ganan 11 dólares la hora (cerca de $ 7.000). Nada despreciable.
De la lluvia al sol. Del gris al colorido en el último grand slam de 2017.