Débese a la conjunción de una entrevista, un dedo amputado y unas elecciones la resurrección de ciertas cosas olvidadas del pasado reciente.
La entrevista la dio Jorge Burgos y sembró la discordia en (lo que queda de) la Nueva Mayoría. "Más que tender un puente, cava un dique", dijo Gonzalo Navarrete, presidente del PPD. Cava una zanja, debió decir. Pero se entiende: Burgos atiza las malas relaciones entre la DC y el resto de la centroizquierda cuando ya falta poco para las elecciones donde el PPD quiere que no concurra la candidata de la DC. ¿Y qué dijo Burgos? Entre otras cosas, que le parecía inaceptable que la diputada comunista Karol Cariola afirmara, tan campanuda, que los gobiernos de la Concertación se limitaron a "administrar el modelo de la dictadura".
Burgos hizo lo que no ha hecho Ricardo Lagos. El principal símbolo vivo de la transición no ha querido confrontar el esfuerzo de demolición de ese proceso, que se ha desarrollado durante todo el actual gobierno con el silencio connivente, aunque acaso inevitable, de La Moneda.
En el primer cuatrienio de Michelle Bachelet hubo una denostación continua de los proyectos del gobierno de Lagos, que llegó a su momento culminante con el Transantiago, cuando se culpó al "diseño", en contraste con la ejecución. Lo cierto es que la catástrofe fue de responsabilidad exclusiva del gobierno del momento, de la Presidenta y de sus ministros, puesto que la única disyuntiva importante era la gradualidad versus la simultaneidad en la aplicación del nuevo sistema. Al optar por lo último, el gobierno de Bachelet lo sepultó para siempre. Pero la culpa fue mágicamente atribuida al gobierno de Lagos. Y Lagos no dijo nada. Como nada dijo más tarde, cuando se lo culpó por el CAE, el lucro en las universidades y hasta la Constitución del 80.
Hay que suponer que Lagos confía en que el juicio de la historia superará la algarada del corto plazo, aunque ese bullicio ya le costó la puñalada del PS. El hecho más relevante es que el segundo cuatrienio de Bachelet se construyó sobre una dirigencia adversaria de la transición, integrada por gentes mayores que estuvieron en sus márgenes o entre los "autoflagelantes", y por gentes menores que ni la vivieron ni han sentido jamás ni un susurro de sus amenazas, precisamente gracias a que triunfó.
Entre los primeros hay ángeles flamígeros -incluyendo periodistas- a los que no se les oyó la voz bajo Pinochet. Y entre los segundos, bueno: en el inicio de la transición, Karol Cariola no cumplía tres años. Aunque lo que la pone en conflicto con ese proceso no es su juventud, sino el Partido Comunista, que fue parte de la oposición a cuanto ocurrió entre 1988 y 2014.
En 20 años de gobiernos continuos, el PS, el PPD y el PRSD cometieron trapacerías igual que todos los partidos -porque eso tiene la democracia: nunca es perfec-ta-, pero en modo alguno se dedicaron a "administrar el modelo de la dictadura". Más allá de que este pueda ser un insulto para personas como Lagos, Ominami, Soledad Alvear, Foxley, Isabel Allende, Silva Cimma, Insulza, es por sobre todo una grosería histórica, que no se sostiene bajo ninguna otra premisa que no sea la de una frustración particular.
Es del todo cierto que, para algún sector, la transición fue una traición. ¿Por qué? Porque fue pacífica, gradual e inclusiva. No mandó al exilio a nadie, no llenó las cárceles y no proscribió ideas ni partidos. Y especialmente, porque no fue una revolución, como soñaron muchos jóvenes que en los 80 fueron amamantados por la épica comunista, lautarista o mirista, y sobre todo por unos mayores que los usaron como carne de cañón. Nadie lo dice mejor que ese exmuchacho que en el documental Actores secundarios recuerda el día del triunfo del No, cuando salió a la calle listo para luchar y vio, con espanto, que la gente se abrazaba. Ese gesto, abrazarse, era el comienzo de la traición.
La traición tuvo más de siete millones de votantes y el gobernante elegido para dirigirla recogió casi 400 mil votos más que la actual. Los jóvenes revolucionarios descubrieron de pronto que, además de traicionados, eran una minoría, otra generación más que venía a repetir la rutina de las refundaciones que a los jóvenes desde la Revolución Francesa en adelante. Porque en todo proceso político hay alguien que pierde, este es el lado trágico de la transición.
El siguiente párrafo no pertenece a este artículo, sino a uno publicado por el profesor Jordi Gracia en el diario El País: "Lo que no remedia es el trágico error que anidaba en los planes líricos e ideológicos para una transición que, sin duda, los traicionó, pero no se equivocó. Si el éxito de la transición se mide sobre el romanticismo de la revolución democrática, fue un gran fracaso, y es justo y hasta conmovedor evocar a las víctimas de sus propias utopías". Por estos días, España recuerda los 40 años de su transición, lo más parecido que ha existido a la chilena, aunque sin los componentes de penalización real que ha tenido esta última.
En Chile, ya envejecido, parte del grupo "traicionado" ha tratado de reinterpretar la historia bajo la luz negra de los ideales traicionados. Y ha contado con el silencio de un oficialismo culposo, copado por dirigentes que olvidan, ignoran o desprecian el pasado y un partido que fue enemigo de los gobiernos anteriores y que considera que Cuba y Venezuela son líricas democracias. ¿Cómo podía ser de otra manera? Diosdado Cabello, el más dedicado amanuense venezolano de los poetas que gobiernan Cuba, le ha tirado esta semana la Constitución en la cara a la Presidenta Bachelet, sólo por haber tenido la contrarrevolucionaria idea de decir que estaría bueno que no hubiese presos políticos en Venezuela.
El dedo amputado es el de una ciudadana francesa secuestrada en México, que condujo a la policía a capturar a otro hombre de los 90, el "comandante Emilio", Raúl Escobar, un pistolero consumado que aparece ahora para recordar que la transición no fue sólo controlar a Pinochet, sino también a los que creían que la solución era el crimen. ¿La solución de qué? De todo y nada, la antigua bobada de la "agudización de las contradicciones". El "comandante Emilio" ejecutó a mansalva al senador Jaime Guzmán, con el objetivo de derrumbar la transición. Lo que consiguió fue que el gobierno, en vez de perder la calma, dedicara tres años a desarmar a los grupos dedicados a la guerra. ¿Cómo no se iban a sentir traicionados?
Pero esto ocurría en los 90. Pinochet, el FPMR, los presos políticos, los cuatro millones de pobres, el Lautaro, los detenidos desaparecidos, las "leyes de amarre", el fiscal Torres, el "boinazo", los millares de campamentos, los 1.119 CNI, los "poderes fácticos", la Corte Suprema infiltrada, el Comité Asesor, las fosas de Pisagua, el cuerpo de generales y mil cosas más. A esto se enfrentó la transición, y si se debe calificar su éxito es por la ausencia de todos esos temas en el debate actual.
¿El debate actual?