"A todos ustedes que andan con drogas, a ustedes, hijos del diablo, de verdad que los voy a matar", aseguró el Presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, durante su último mitin en Manila antes de las elecciones presidenciales del 9 de mayo de 2016 que ganó y que lo llevaron al poder, el 30 de junio. El líder de 71 años, conquistó a parte de la ciudadanía con la promesa de erradicar la criminalidad con la misma mano dura con la que actuó en la ciudad de Davao, de la que fue alcalde por 22 años y en donde surgieron algunos de sus apodos como "El Castigador" y "Harry, el sucio". El entonces alcalde logró convertir la ciudad en un lugar "seguro" a través de ejecuciones extrajudiciales y con la ayuda de patrullas paramilitares llamadas "escuadrones de la muerte".
Duterte se aproxima a su primer año de mandato presidencial con una creciente popularidad interna y con una lluvia de críticas de la comunidad internacional, que asegura que su guerra contra el narcotráfico -en un país con 1,8 millones de adictos- ha dejado a miles de muertos. Las tácticas de Duterte para cumplir su principal promesa, se asimilan a las que utilizó en su época como alcalde. El mandatario ha alentado a "grupos justicieros" o paramilitares para que tomen la justicia en sus propias manos, lo que se ha visto reflejado en algunas alarmantes cifras de homicidios. "Si están en tu barrio, no dudes en llamar a la Policía o hazlo tú mismo si tienes una pistola. Tienes mi apoyo", ha dicho el mandatario. Desde que asumió el poder, tanto policías como asesinos anónimos han terminado con la vida de más de 3.600 personas en barrios marginales, según cifras de la Policía local. Pero Amnistía Internacional sostiene que ese número supera los 7.000.
En el último año, sus políticas han instado a que más de 730.000 traficantes y consumidores de drogas se entreguen a las autoridades. "Puede que la historia me recuerde como un carnicero", dijo en enero.
Sin embargo mientras aumentan las críticas externas a sus políticas, la utilización de pandillas locales para combatir el crimen ha sembrado la simpatía en la población, que por años se ha visto afectada por los delitos violentos. Y a pesar de su línea dura, el 80% de los filipinos tienen "mucha confianza" en el mandatario, según un sondeo divulgado en mayo por la empresa SWS. La popularidad de Duterte se ha mantenido alta desde que asumió el cargo. Logró avanzar del 47% de respaldo popular que registró en sus inicios, al 84% en octubre.
Pero no todas son buenas noticias para el mandatario. Mientras su lucha contra las drogas se endurece, algunos analistas estiman que la presencia del grupo terrorista Estado Islámico en el sur del país ha aumentado en el último año y podría convertirse en una real amenaza para el país y la región.
Además, en su primer año en el poder, Duterte ha lanzado una serie de comentarios escandalosos y serias descalificaciones a otros líderes mundiales. Tanto al ex mandatario estadounidense Barack Obama, como al Papa Francisco, los calificó con un término que se traduce como "hijo de puta". En el caso del Pontífice, la calificación se debió a que su visita a Manila, en enero de 2015, provocó una gran congestión vehicular. En el caso de Obama, el insulto vino luego de que la Casa Blanca expresara su preocupación por las supuestas violaciones a los derechos humanos, en septiemre pasado. "Hay que ser respetuoso. No se puede ir repartiendo preguntas y declaraciones. Hijo de puta. Le insultaré en ese foro", aseguró Duterte.
También ha dicho en numerosas ocasiones que "Dios le habla". "Estaba mirando al cielo cuando venía hacia acá. (...) Una voz dijo 'si no paras, derribaré este avión", contó Duterte a la prensa luego de un viaje oficial de tres días a Japón. "Y yo pregunte, ¿quién habla? Por supuesto, era Dios. Así que le dije a Dios que no utilizaría más palabras malsonantes ni palabrotas. Una promesa a Dios es una promesa al pueblo filipino", dijo.