"Ser atleta se resume en una sola cosa: hacer hoy lo mismo que hiciste ayer. Tienes que ser como un monje". La frase es de Brendan Foster, el inolvidable fondista británico de los años setenta. Me vino a la cabeza al ver a Mo Farah subido en el podio, escuchando God save the Queen, en el mismo escenario en el que hizo llorar a Londres hace cinco años.

Farah es un monje, un atleta que abandona periódicamente a su familia para retirarse en Oregon, para buscar la gloria con sus largas zancadas. Acaba de firmar una nueva obra de arte en Londres, una histórica victoria tras una vibrante carrera de 10.000 metros.

La primera final de los Mundiales de Londres, la clásica guerra de los diez kilómetros, la prueba más larga de las que se disputan en los estadios, ha sido una de las mejores de la historia. Veinticinco vueltas en menos de 27 minutos, una impresionante batalla de cambios de ritmo. Toda África enfrentada a un fondista irrepetible, aquel niño somalí que voló para instalarse en Londres cuando sólo tenía ocho años.

El guión ha sido el de siempre. Todos los rivales de Farah conjurados para marcar un ritmo insufrible, una intensidad que secara las piernas del británico, el único atleta de la historia capaz de brillar en 1.500 metros y en maratón. Todo el mundo sabe que Mo es imbatible en carreras lentas, su velocidad terminal es endiablada, de mediofondista. Sólo hay una forma de ganarle: marcar un ritmo brutal y esperar que su 'sprint' final quede desgastado.

El gran héroe de la final, el atleta más bravo de todos los finalistas del 10.000 fue Cheptegei. El ugandés arrancó desde el disparo de salida con una misión clara: desgastar a Mo Farah. Siempre dio la cara e incluso animó al trío keniata a que le dieran relevos.

La carrera fue endiablada. A un ritmo tremendo. La mejor final de la historia, con siete atletas en menos de 27 minutos. Pero no pudieron con Farah. Dominó la última vuelta y resistió el último empuje de Cheptegei. A sus 34 años, Mo logró su décimo título consecutivo en una pista de atletismo. En estos Mundiales correrá también los 5.000 metros, su último campeonato en pista. Después saltará al maratón. Y puede hacerlo bien tranquilo, lleno de orgullo. Porque ayer corrió la carrera de su vida.

(*) Analista experto en atletismo y médico