El joven tunecino Mohamed Buazizi, convertido en símbolo de la revuelta árabe y de cuya muerte se cumplen mañana dos meses, no solo quemó su propia humillación al inmolarse, sino que también prendió fuego al "ancien regimen" árabe.

Sin pretenderlo, Buazizi, un humilde vendedor ambulante de 26 años, puso en evidencia la desconexión entre los dirigentes que se perpetuaban en el poder y las jóvenes poblaciones con ansias de cambio y transparencia, que se mueven sin censura en internet.

Cuando la policía confiscó a Buazizi y el joven se roció de gasolina, la cerilla que le prendió también quemó la línea roja entre poblaciones sin expectativas económicas y sus dirigentes y clanes familiares, con millones de dólares en cuentas corrientes fuera de sus países.

Esas secretas fortunas, cifradas en miles de millones de dólares se han dado a conocer poco a poco, a medida, que los países occidentales, que las custodian, reaccionaban a las peticiones de opositores y ciudadanos en estos países.

La revuelta árabe que desató el joven Buazizi, sin adscripción política, comenzó a incendiar "castillos" presidenciales de fachada democrática pero cimientos electorales diseñados para la perpetuación en el poder.

El Presidente tunecino Zine al Abidine Ben Alí, fue el primero que, tras permanecer 23 años en el poder, se marchó el pasado 14 de enero después de 28 días de protestas populares.

Durante esas protestas, unos 66 ciudadanos tunecinos perdieron la vida, según las asociaciones de derechos humanos.

El presidente de Egipto, Hosni Mubarak dimitió el 11 de febrero, después de tres décadas en el poder y de soportar una sublevación en las calles egipcias que duró diecisiete días, desde el 25 de enero hasta el 11 de febrero.

Durante ese tiempo más de 300 personas murieron, 3.000 resultaron heridas y cientos detenidas, según datos de la ONU.

Mientras tanto, el coronel libio Muammar Gaddafi se aferra a lo que le queda de poder desde que comenzó la revuelta el pasado 17 de febrero y en un estado calificado de "enajenado" por la embajadora de EEUU ante la ONU. La atención internacional se centra estos días en el coronel, aislado en su propia locuacidad y luchando contra sus opositores con cientos de muertos y heridos.

La mecha prendió también en Barhein, donde los manifestantes han logrado, por ahora, que el rey, el jeque Hamad bin Isa al Jalifa, remodelara el Gobierno, la misma medida que tomó el monarca Jordano, Abdalá, tras las primeras protestas en su país.

El presidente yemení, Ali Abdalá Saleh,
que lleva en el poder desde 1990, renunció a presentarse a la reelección, ante la presión popular, mientras Abdelaziz Buteflika reprimió en Argelia las mayores manifestaciones en una década contra el régimen.

La inestable Irak se sumó a este clima de incertidumbre con varias manifestaciones en las que ha habido centenares de víctimas entre muertos y heridos, y en la vecina Irán, el régimen que preside Mahmud Admadineyad optó por reprimir a los opositores y arrestar a sus líderes.