Pocas cosas molestan más al mundo del arte que el mal gusto. En 1992, los organizadores de la Bienal Documenta 9 pasaron por encima de Jeff Koons (1955), una de las mayores estrellas del arte de ese momento, simplemente por haber pasado el límite: hacía sólo unos meses había exhibido fotografías, pinturas y esculturas de escenas sexuales con la actriz porno italiana (y luego su esposa) Cicciolina. "Jeff Koons nos presenta un último coletazo, aunque no por ello menos patético, del sensacionalismo y el autobombo que caracterizaron lo peor de la década", publicó The New York Times. Koons reaccionó, instalando muy cerca de Documenta 9, en el pueblo de Arolsen, su escultura gigante de flores, Puppy. Fue un récord de visitas: ¿Quién podría resistirse a un simpático cachorro de 12 metros?

Así es Koons: un artista que confunde a críticos, repleta galerías y museos, y bate récords de ventas. Por estos días, Inglaterra vive su impacto: la Galería Serpentine exhibe su mayor muestra en una galería pública británica, con monos inflados como si fueran juguetes para la piscina y donde replica hasta el cansancio la gráfica de Popeye. En Chile, a su vez, acaba de llegar una publicación de 606 páginas que registra su controversial trayecto, desde 1979 hasta hoy.

En 2007, Jeff Koons subastó  en US$ 23,6 millones su obra Hanging heart, un corazón de cristal colgante que en ese entonces se convirtió en la obra de arte más cara vendida por un artista vivo.
 
Pero el éxito no llegó de inmediato. Koons se acercó al arte trabajando en el Moma como vendedor de suscripciones. Quería ser pintor surrealista, pero cuando se codeó con las obras de Duchamp y Dalí, creyó en los objetos. O más específicamente, en los ready-made, artefactos ya hechos, que se convierten en arte sólo con sacarlos de su uso funcional. Su primera serie artística fue de elementos inflables comprados en la calle: flores de plástico sobre espejos.
En 1979, instaló aspiradoras sobre lámparas de halógeno. "Me recuerdan a nosotros", explicó. Humanos, monos y aspiradoras estaban llenas de aire.
Por esos años, el arte aún no le daba dinero, así que trabajó como corredor de bolsa. Entremedio, experimentaba con imágenes y objetos cotidianos, casi vulgares, elevados a belleza con sólo tener la etiqueta "obra de arte". Los críticos lo llamaron neo-pop o post-pop, opuesto al arte conceptual y minimalista. Eso se hizo evidente cuando en 1986 Koons expuso chucherías bañadas en acero inoxidable. Las llamó "el lujo del proletariado". No era ironía. Koons valora el gusto pop y teme que el arte sea un discriminador social. Esa es su lucha: "Mi trabajo es un sistema de apoyo para que la gente se sienta bien consigo misma".

En la serie Banality (1988) siguió su exploración en la cultura masiva, con esculturas de   la Pantera Rosa y  Michael Jackson con su chimpancé Bubbles, creados con colores dorados o pasteles. Por esos años su ego creció hasta convertirse en una superestrella que protagonizaba sus propios afiches y sostenía que él era "para la escultura lo que los Beatles para la música".

Poco después golpeó con las explícitas imágenes de Made in heaven. La resistencia de la crítica creció tanto como su fama mundial. No volvió a montar una serie hasta 1999, en que volvió a objetos, colores y referentes más edulcorados. Esa es la línea de sus series actuales Popeye y Hulk, donde combina pintura y monos inflados. Y los resultados son los de siempre: una galería llena y críticos confundidos. Así lo demuestra la ambivalente reseña del británico Adrian Searle: "Koons me deja sintiéndome vacío. ¿O simplemente reafirma el vacío que ya estaba?".