La mujer que viste a las figuras del Municipal
Desde 1978, Teresa Cereceda cose los trajes con que cantantes y bailarines salen a escena. Como jefa del Taller de Vestuario de este teatro santiaguino, vela para que luzcan perfectos en cada función.
Concentrada, le da instrucciones a su equipo de 25 personas, la mayoría veinteañeros, que se mueven apresurados en el centenario edificio de San Antonio con Agustinas, el Teatro Municipal de Santiago. La tarea es ardua y Teresa Cereceda (61) lo sabe.
Ataviada con un delantal burdeo, en que se lee, grande, "Tere", la jefa del Taller de Vestuario de ese escenario capitalino trabaja en los más de 300 trajes que a partir del 10 de octubre lucirán los bailarines del ballet Mayerling, "un estreno en Sudamérica y que, por eso, concita nuestro máximo esfuerzo y trabajo", dice Teresa.
Uno a uno, va probando con dedicación los trajes a cada uno de los bailarines, entre ellos el protagonista del montaje, Luis Ortigoza. Sus 35 años de experiencia y oficio le permiten cierto grado de relajo a Teresa. "Ya estoy acostumbrada. Siempre estamos contra el tiempo, pero lo logramos", comenta la vestuarista.
El debut de Teresa fue en 1978, cuando llegó a hacer un reemplazo en la confección del vestuario para el ballet Gaite Parisienne. Antes de eso había trabajado un par de años en otro referente santiaguino: los clásicos universitarios de fútbol, que tuvieron su apogeo durante los 60 y terminaron en los años 70.
Ahí, bajo el mando del director de estas puestas en escena deportivas, Rodolfo Soto, empezó a trabajar cuando aún estaba en el colegio. "Hice muchos de los disfraces de los personajes que animaban los entretiempos de los partidos", recuerda.
El destacado diseñador teatral Sergio Zapata vio su labor y la invitó para que fuera a probarse al Municipal. Nunca más abandonó esas dependencias, llenas de espejos, telas y máquinas de coser, donde le ha probado sus trajes a figuras como el tenor Plácido Domingo y la bailarina Sara Nieto. "Ellos son mis favoritos. El es un caballero, sencillo y amable. Y Sarita sabía pedir las cosas de manera cortés, todo por favor", cuenta Teresa.
TRUCOS Y SECRETOS
Recuerda con precisión cuándo firmó su contrato definitivo con el teatro: el 1 de diciembre de 1981. También, una de las primeras cosas que aprendió: las prendas para los bailarines deben ser ceñidas y cómodas. En el caso de los artistas de ópera, algunas veces debe acentuar figuras robustas. "Cada traje se hace a medida. Todo se prueba, hasta los vestuarios de los roles más pequeñitos", dice.
Para los bajitos, los enaltadores que van por dentro de los zapatos son la salvación. Y para los de cuello corto, el escote en V puede ayudar. "Todo tiene su secreto, todo se maneja para que luzcan bien en el escenario. Trabajamos de la mano de los diseñadores -entre estos Pablo Núñez, Hugo de Ana y Aníbal Lápiz- para buscar las mejores soluciones en cada caso. Los artistas son pretenciosos", asegura.
Esas telas pesadas que el público ve en escena por lo general son retazos sencillos que adquieren otra dimensión gracias a los procesos de tinturado y brillo que en el taller se les hace. Antes del ensayo general todo debe estar listo. "En los ensayos previos hay tiempo de hacer mejoras", dice, aunque reconoce que debe estar preparada para emergencias. "El hilo y la aguja me acompañan siempre", cuenta con picardía. "En los camarines, dejamos hilos con los colores de cada vestuario. No falta la ocasión en que debemos dar un pespunte rapidito cuando se rompe un cierre en plena función", agrega.
"El vestuario da vida a cada producción", resume Teresa, y anuncia que ya tiene heredera: su nieta de 14 años que adora costurear.
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