Está la elegancia y la plasticidad de los cuerpos que captura a través de su cámara Richard Avedon; el erotismo y el desacato de Robert Mapplethorpe; o el toque de glamour que imprime Helmut Newton. Como sea, el desnudo humano en la fotografía no es un género para tomar a la ligera y para muchos el sentido del estilo en estas lides se mide según la sensibilidad de cada fotógrafo. Así piensa también Marcelo Montecino (1943), conocido por su trabajo documental en los 70 y 80 -que lo llevó a registrar desde el Golpe de Estado en Chile, hasta los conflictos sociales en Centroamérica-, pero que en paralelo desarrollaba su afición por retratar cuerpos desnudos. "Para mí era lo más normal. Qué más natural para un fotógrafo que agarrar su cámara cuando está con una mujer bella", dice.

Por más de 50 años, eso sí, esta afición la mantuvo en el terreno de lo íntimo: "Nunca pensé que iban a terminar siendo exhibidas porque es un trabajo totalmente distinto al que hago para el público", subraya. Hasta que el Centro Nacional del Patrimonio Fotográfico (Cenfoto) lo invitó a desempolvar sus trabajos y exhibir una selección de ellos en el Centro Cultural Estación Mapocho.

En ese lugar estará abierta hasta el 19 de marzo Farewell, la muestra que reúne el coqueteo con el desnudo fotográfico que mantuvo Marcelo Montecino entre 1964 y mediados de los años 80. Se trata de una decena de fotografías en blanco y negro, algunas borrosas, encuadradas usando dos negativos, y otras mostrando el proceso de selección de la tira de contacto, que develan una mirada más múltiple del fotógrafo, pero también más sugestiva y sensual.

"Hacer estas fotos también me servía como una forma de experimentación", dice. "El desnudo tiene una larga tradición y el desafío era poder medirse con los grandes maestros. Para mí lo complejo era tener una cierta conexión con la persona a la que estaba fotografiando, la mayoría eran pololas, amigas o amantes, y lo otro tiene que ver con superar y manejar esa pequeña distancia que hay entre lo erótico, lo bello, lo formal y lo que podría resultar vulgar", afirma.

La muestra abre con una escena espectral. Una mujer desnuda a la que no se le distingue el rostro y su silueta está apenas iluminada por la luz que entra desde una ventana trasera. Está de pie en el marco de una puerta abierta y más allá otros cuatro cuartos a medio abrir despiertan el misterio (Santiago, 1970). Al lado de esta escena, contrasta la imagen de una mujer desnuda en un living, parece de mañana, y ella bosteza (Washington, 1983). También está la foto de una chica en la cama con las piernas dobladas, mirando de frente a la cámara en actitud desafiante (San Miguel de Allende, México, 1976); y otra escena cinematográfica de un par de mujeres corriendo de espaldas por un prado. "Eso fue en New Jersey, estábamos con unos amigos, caía el sol y a las tres amigas que nos acompañaban les pedí que se desnudaran y corrieran por la pradera, sólo eso. Eramos hippies entonces, jóvenes y no era difícil sacarse la ropa", cuenta Montecino. "Como a mediados de los 80 dejé los desnudos, me convertí en padre de familia".

Andrea Aguad, una de las curadoras de la muestra junto al director de Cenfoto, Samuel Salgado, explica que el archivo de Montecino contiene unas 400 fotos. "Nos sorprendió lo curiosa y a la vez intimista que es la mirada de Marcelo, se siente que esa persona a la que esta retratando es cercana. Sus fotos son desnudos, pero me provocan mucha ternura, allí hay amor, hay admiración hacia el cuerpo femenino", resalta. Ambos curadores ya habían trabajado con el fotógrafo: en 2013 montaron Prueba de Vida, en el MAC de Parque Forestal, con imágenes de la dictadura en Chile, incluido el funeral de Neruda, y en 2014, Las calles de las penas, en el Museo de la Memoria, con sus viajes por Latinoamérica.

Además, hace 10 días se cerró la exposición Caballero solo en el CA660, con curatoría de Andrea Josch, que reunió 50 años de trabajo marcado por la nostalgia de los barrios de antaño, la soledad de las personas en la urbe y la figura del padre de Montecino. Era también una apuesta íntima, pero desde lo colectivo. "Fue un bonito regalo de bienvenida a Chile, creo que es la exposición más profesional que he tenido en la vida; fue un trabajo excelente, me sentí muy contento", dice el fotógrafo.

Paseos por Santiago

Mayor que él por cerca de ocho años, su hermano Christian Montecino, también fotógrafo, trabajaba en EEUU, pero figuraba en Santiago hasta que estalló el Golpe de Estado en septiembre de 1973. Aunque no militaba, fue asesinado en un confuso incidente en Lo Prado. Marcelo dejó de lado la literatura y siguió sus pasos tras la cámara. Quizás lo vio como un deber moral o una necesidad; lo cierto es que desde entonces se comprometió con el fotoperiodismo, primero en Chile y luego registrando los conflictos en Centroamérica. Durante más de 35 años vivió entre Chile y Maryland, EEUU, trabajando para medios como Newsweek, Washington Post, Financial Times y agencias de fotografía independientes. En 1989, Montecino abandonó el fotoperiodismo y se comenzó a conocer su trabajo más personal, el que -ahora se sabe- siempre cultivó en paralelo. A fines de 2015 volvió definitivamente al país.

Por estos días, cuenta, le gusta pasearse por el centro de Santiago, recorrer las ferias y el barrio Franklin, para reencontrarse con las calles del pasado, y afirma que por ahora está "seco", sin proyectos, pero "algo saldrá", aventura. Sobre todo le gustaría ver publicado su trabajo. Ya lo ha hecho con Irredimible: Diario 1973 (Ocho Libros, 2011), con fotos de él y de su hermano; Marcelo Montecino, 50 años (Pehuén, 2013) y Las calles de las penas Viajes por América Latina 1975-1995 (LOM Ediciones, 2014), entre otros.

Con Cenfoto han conversado de editar un libro con sus fotografías de desnudos y personalmente le gustaría hacer un volumen sobre EEUU. "Empecé a tomar sistemáticamente fotos en 1966 hasta el año antepasado, cuando regresé a Chile. Me gustaría algo en la tecla de Robert Frank, pero con una mirada extranjera de Norteamérica".