En 1975, a los tres años, Macarena Aguiló fue secuestrada por la Dina, que buscaba la entrega de su padre, jefe militar del MIR. Años más tarde vivía en París con su mamá, quien decidió participar de la "Operación retorno" del mirismo a Chile. A partir de 1980, y durante buena parte de esa década, Aguiló vivió junto a hijos de otros miristas. Primero en Bélgica, y luego en Cuba, tuvo hermanos y padres "sociales" que completaron la crianza. En medio, recibía cartas de la madre sobre el sentido que tenía la lucha en Chile y sobre cómo anhelaba la hora del reencuentro.

Su caso fue el de varios y, no habiendo en las generaciones mayores un rescate explícito de esta experiencia, ella tomó el relevo y pasó varios años de trabajo terapéutico y compleja preproducción para empezar a dar forma a El edificio de los chilenos, diario personal que se impuso como mejor documental en Fidocs 2010 y que regresa en la parrilla 2011. Iba a ser una mirada generacional, en principio, pero, "¿cómo meterme en los silencios de los demás si no lo hacía en los míos?". Y así nació esta no ficción "en primera persona". Una historia individual que también es parte no desdeñable de la historia de un país.

Ejercicio de memoria e inmersión en episodios traumáticos, El edificio… no es caso aislado ni el primero. Ya en 2006 el Fidocs cultivaba aproximaciones de este tipo con Reinalda del Carmen, mi mamá y yo, de Lorena Giachino; La ciudad de los fotógrafos, de Sebastián Moreno, y En algún lugar del cielo, de Alejandra Carmona. Y cuatro años más tarde, dos investigadores reunieron 15 títulos, que pudieron ser más, en el libro Documentales autobiográficos chilenos, donde se interrogan acerca de una tendencia que no sólo es local.

El papel de la memoria
De los ensayos de Agnès Varda a las intrusiones de Roger Moore, de la búsqueda de La marcha de Sherman (1986) hasta el acontecimiento creado por Tarnation (2003), hace rato que la no ficción cuestiona o derechamente vadea el "registro objetivo". Porque quizá hoy más que nunca, se ha validado la idea de que si una subjetividad debe hacerse cargo de lo que no entiende ni aborda la mirada neutra o aséptica, será la del director.

Razones para este auge hay varias, afirma Constanza Vergara, profesora de literatura de la U. Alberto Hurtado y autora del señalado libro junto a Michelle Bossy, docente de cine en el Instituto Arcos. "En primer lugar, los avances tecnológicos, que han permitido 'achicar' los equipos y abaratar costos. En segundo lugar, la crítica de teóricos y creadores al documental clásico de observación y la aparición de la modalidad reflexiva, un tipo de documental que medita sobre el propio medio y se plantea como la construcción de una mirada sobre el mundo. Por último, está el paso de una política de los movimientos sociales a una de las identidades, lo que ha favorecido la reflexión acerca de éstas y la construcción de discursos y conocimientos en primera persona".

Lo anterior se acopla al rol de la memoria; la propia, la de otro o la de un colectivo. Un recurso que a través del testimonio puede llenar los espacios que otras fuentes ignoraron, mutar historia por memoria para confortar a quienes recuerdan, o bien incomodar a los recordadores selectivos. No por nada, el grupo más numeroso de los documentales autobiográficos chilenos, al decir de las autoras del libro es el de los "trabajos de memoria". Ahí se sitúan, además de las cintas de Aguiló, Giachino y Carmona, Calle Santa Fe (2007), de Carmen Castillo, y Mi vida con Carlos (2008), de Germán Berger.

La otras dos categoríasque figuran en el libro son los "relatos del presente" y los "retratos familiares": los primeros no tienen mayor genealogía ni explicaciones de trayectos vitales, como Perspecplejia, de David Albala, y Dear Nonna y Remitente, de Tiziana Panizza; los segundos están ilustrados por La quemadura (2009), de René Ballesteros, y La hija de O'Higgins, de Pamela Pequeño (2001). Más allá de la categoría, aclara sin embargo Vergara, "la memoria es central en todas".

Tanto la memoria como el uso de la primera persona, así como la compleja noción de "sinceridad", problematizan por otro lado la separación ficción-no ficción. Y la memoria, ya se sabe, supone siempre el olvido: qué se recuerda y qué se ignora en estos trabajos hace presente, cada vez, que documentar, aparte de registrar, supone seleccionar, jerarquizar y reordenar. Algo menos transparente y obvio que lo supuesto por muchos al encontrarse con la palabra "documental".