"Hasta cuándo mierda siguen haciendo cagadas", les espetó molesto el presidente del Partido Radical, Ernesto Velasco, a Enrique Soler y al periodista Luis Conejeros, miembros del círculo de hierro del abanderado de la Nueva Mayoría, Alejandro Guillier. Eran las 19.45 horas del domingo 17, el candidato oficialista recién había reconocido su derrota ante las cámaras de televisión en el Hotel San Francisco y se aprestaba a visitar al mandatario electo, Sebastián Piñera. En el primer subterráneo, en tanto, los jefes de partidos encaraban a gritos al equipo de confianza de Guillier para lograr una reunión con el senador.

La escena grafica la tensión que se vivió durante la campaña presidencial, luego de que ésta quedara bajo el control de un pequeño equipo, de extrema confianza del candidato y sin mayor experiencia a la cabeza de campañas políticas, integrado por Harold Correa, Enrique Soler y Juan Forch.

Desde los partidos de la Nueva Mayoría se afirma que las dramáticas cinco horas finales de la candidatura del senador reflejan mucho más que el impacto de la derrota.

Guillier había llegado ese domingo al hotel a las 17 horas, procedente de Antofagasta, donde sufragó y aprovechó de visitar a parte de su familia. De inmediato subió al tercer piso, a una suite que su equipo le había alquilado para que esperara los resultados junto a su esposa, Cristina Farga, y sus tres hijos. Los únicos autorizados para acceder a esa zona eran Forch, Soler, Correa y los periodistas Luis Conejeros y Maritza Canobra, quienes desde un salón en el segundo piso seguían por TV el conteo de votos.

Todos los demás dirigentes políticos, cuya invitación fue visada por el equipo chico de Guillier, debían permanecer en los lugares que les habían asignado en el bar del lobby o en la "pérgola", un encarpado que se instaló en la calle, a un costado del hotel. Pasar de un lugar a otro era imposible. Todos debían portar una pulsera de un color específico, que indicaba el nivel de acceso a los pisos y que debía ser exhibida a los guardias apostados frente a las escaleras y ascensores. Incluso, el jefe de campaña, Álvaro Elizalde, y el encargado territorial del comando, Andrés Santander, presidente y secretario general del PS, respectivamente, recibieron una pulsera de color celeste, que los vetaba a subir a la suite de Guillier y al salón del segundo piso donde estaba el círculo de hierro.

Los demás presidentes y secretarios generales de los partidos de la Nueva Mayoría -desde la DC al PC- se instalaron en la sede del Partido Radical, casi a una cuadra de distancia. En la casona de tres pisos estaba el centro de análisis electoral, a cargo del ex jefe de campaña de primera vuelta, Osvaldo Correa, desde donde se monitoreaba el nivel de participación. Los cálculos del oficialismo apuntaban a que si votaban más de 6.100.000 electores las posibilidades de triunfo se incrementaban.

A las 17 horas, las cifras eran alentadoras. Correa llamó a Elizalde para notificarle que se acercaban al 90% de participación de la primera vuelta cuando faltaba una hora para el cierre de las mesas. A su vez, desde la sede nacional del PS, donde estaba el centro de control de los apoderados de mesa, mantenían informados a Elizalde y a Santander de lo que ocurría en los locales de votación. Pero el círculo de hierro de Guillier, que estaba en el San Francisco, no le entregaba ningún dato al jefe de la campaña.

Fue entonces cuando Velasco contactó a Soler para coordinar un encuentro público de las directivas de los partidos con el abanderado. "No ha llegado aún, su vuelo se atrasó", fue la respuesta que recibió.

En las dos horas siguientes, el líder del PR debió insistir en tres ocasiones ante el equipo chico de Guillier para reiterar la solicitud. La ansiedad iba en aumento entre los jefes de partidos a medida que el conteo de votos daba una clara victoria para Piñera. La molestia con el entorno de Guillier también.

Salvo un breve período en septiembre, los partidos habían sido marginados del control de la campaña. Esta nunca estuvo en manos del comando formal, las decisiones de peso se tomaban en Nataniel 31 por el entorno de confianza de Guillier, que también integraba al hijo del senador, Andrés Almeida, y a Sergio Bitar.

"Es irremontable"

A las 18.30 horas, tras conocerse la primera proyección electoral que daba una clara ventaja a Piñera, Soler y Forch subieron al tercer piso, a la suite de Guillier. "No hay nada que hacer. La diferencia es irremontable", le advirtieron. El candidato, que hasta entonces había mantenido la televisión de su pieza apagada, se muestra sorprendido, pero tranquilo: "Ok. Hagan las coordinaciones correspondientes".

En el lobby del hotel, mientras tanto, pese a que había sido marginado de la jefatura territorial del comando tras la primera vuelta, el socialista Arturo Barrios era de los pocos que enfrentaban a los medios admitiendo que la diferencia a favor del candidato de la derecha era mucho mayor de lo esperada. Aun así, pedía esperar hasta al recuento del 50% de las mesas. Entremedio de sus intervenciones exigía a viva voz que "alguien baje a dar la cara".

Minutos antes de las 19 horas, la desesperación se desató en la sede del PR. Los nueve puntos de diferencia con Piñera no sólo eran irremontables, además, Guillier había sacado la peor votación de un candidato de la centroizquierda en segunda vuelta. Pero los llamados seguían siendo infructuosos: para entonces, uno de los dirigentes de la Nueva Mayoría que estaba en el lobby del hotel le avisó a Velasco que Guillier estaba por bajar a dar su discurso.

Los presidentes y secretarios generales de la Nueva Mayoría decidieron emprender rumbo al hotel. Llegaron prácticamente cuando Guillier se disponía a reconocer su derrota. Dudaron de entrar al lobby o bajar al salón de reuniones en el primer subterráneo, sin tener la certeza de que podrían hablar con Guillier y de aparecer, como querían, respaldando al candidato en ese difícil momento. Tras vacilar algunos segundos, optaron por bajar.

Mientras presionaban por juntarse con Guillier, Soler y Conejeros argumentaban que el candidato iba a salir a saludar a Piñera. Fue entonces que los presidentes de partidos descargaron su rabia contra los integrantes del círculo de hierro. Molestos, los timoneles dijeron que era impensable que el candidato del sector no hubiera coordinado con ellos el discurso de la derrota y el encuentro con Piñera.

"Los partidos son parte fundamental del diseño y de los contenidos de los eventos electorales, ese es un aprendizaje que tenemos que hacer todos después de la despolitización de los gobiernos de Bachelet 1 y 2 y su culminación con la candidatura de Alejandro Guillier, que termina sacando a los partidos", sostuvo el timonel del PPD, Gonzalo Navarrete.

Los dirigentes le enrostran al entorno de Guillier que no se reunió con ellos tras la primera vuelta, pese a que habían acordado hacer, a lo menos, un encuentro a la semana para analizar la marcha de la campaña. También que desmantelaron el comité estratégico integrado por los senadores Carlos Montes y Guido Girardi y los alcaldes Sergio Echeverría y Sady Melo, entre otros. El grupo se desarmó luego de que el equipo chico de Guillier no tomara en consideración ninguna de las minutas que habían confeccionado para el diseño de la campaña y el hecho de que Forch hiciera la franja electoral prácticamente solo.

Nada de esto le dijeron, sin embargo, a Guillier, cuando casi a las 20 horas, lograron hablar con el senador por apenas 15 minutos en una de las salas de reuniones del primer subterráneo del hotel. "No es el momento de críticas ni análisis", le dijeron los presidentes de partidos en el único cara a cara que tuvieron con su abanderado. Fue una conversación protocolar, dicen, en la que le agradecieron el esfuerzo hecho. Palabras gentiles, que no borraron el profundo quiebre que se había generado.