Uldarico Araya (60) tiene la piel tan curtida que al verlo recuerda a las rocas más negras de su mina en Punitaqui. Entonces muestra unos dientes muy blancos y, con la cara iluminada, comienza a explicar un oficio del cual él es tercera generación: "Yo trabajo con la puruña, que es el laboratorio de los mineros. Lo más rápido que hay".

Son las tres de la tarde en la mina El Romero Uno, a 422 kilómetros de Santiago, y el calor es difícil de aguantar, incluso para él. Uldarico muestra entonces la mano donde sostiene esta herramienta. Su puruña no es sino un cacho de vacuno cortado por la mitad, donde echa la roca molida, la mezcla con agua y empieza a batir hasta que el metal comienza a concentrarse en una esquina. Según el volumen juntado, se puede estimar si es de alta o baja ley.

En el Romero Uno y Dos (sus dos minas, que en total abarcan 92 hectáreas de un cerro, que de lejos se ve igual a los demás de la IV Región), tiene una ley promedio de cinco gramos por tonelada de roca extraída.

Una ley que hace unos años no implicaba gran bienestar, pero que con los récords que ha alcanzado el metal (llegó a los US$ 1.192,6 la onza el jueves, el más alto de la historia), le permitieron ganar en octubre tres millones de pesos extrayéndolo artesanalmente. En diciembre, con igual cantidad, no llegaba a dos millones.

En esas tierras, casos como el suyo, cada vez se repiten más. "Hace tres años eran muy pocos los pequeños productores, unos 35 ó 40. Ha habido un aumento explosivo", dice el presidente de la Asociación Minera de Andacollo, Hernán Urquieta. Hoy son más de 350 en el Norte Chico.

Es la nueva "fiebre del oro", protagonizada en su mayoría por hombres de más de 40 años, muchos de los cuales se habían dedicado a otros oficios y volvieron a la búsqueda del metal precioso atraídos por su precio.

Algunos son dueños y otros pirquineros que trabajan en terrenos de otros. Estos últimos a veces venden directamente lo extraído a joyeros, dice el seremi de Minería de la IV Región, Antonio Videka. Otros entregan el material a Enami, donde queda registro. El gerente de Estudios de Sonami, Alvaro Merino, plantea que de 104 productores registrados en 2008, se llegó a un máximo de 218 en febrero pasado.

A UIdarico no le gustan "las golondrinas". Cree que este aumento  de productores no crecerá mucho, ya que la mayoría de los sectores están tomados y afirma que los mineros experimentados tienen ciertas ventajas: "Mi abuelo siempre me decía: cuando sientas algo raro (en la mina), no te asustes. Pero pone atención para donde escuchai. Y eso lo viví".

EL ORO DEL DIABLO

"La riqueza pena", coincide Carlos Rojas (49), pirquinero de Andacollo, 115 kilómetros al norte de Punitaqui. "Es el diablo el que la cuida", dice tras salir de un incipiente pique de ocho metros, que perfora con cuña y barreno. Lo hace junto a su hijo Carlos (24), un amigo y su perro Peyo.

Arrienda por $ 100 mil al mes (que no siempre paga) lo que llaman "punto": un círculo de 20 metros de radio en torno a la perforación. Todos tienen nombres. Si son productivos les ponen nombres femeninos, como "La Shakira" y "La Pamela Díaz". O los bautizan por su forma, como "La colaless". Carlos trabaja cerro abajo de esta última, así que al suyo lo llaman "Baja colaless". El quiere cambiarlo, pero aún no halla oro.

"Tiene que salir 'el amarillo'", dice este minero de segunda generación, que llegó hasta cuarto básico y empezó a trabajar a los 14. Lleva más de un mes perforando impulsado por la "fiebre": "¡Imagínese! Ahora conviene, porque está como a $ 13 mil el gramo. Y usted con 10 gramitos (en una semana) se hace un sueldito". Ahora espera ganar unos $ 500 mil al mes.

Cuenta que estuvo "apatronado" en otro trabajo en Copiapó y que su hijo hizo de obrero en la construcción de una carretera, pero que, en el alto precio de la onza, vieron una nueva oportunidad. Avanza menos de medio metro al día, pero cree que dos metros más abajo está la veta. "Sería bonito picar un poco de tierra y sacar, pero es sacrificado. Claro que llegando el oro, se tiene todos los días plata y se va olvidando de los tres o cuatro meses que uno estuvo mal".
Entonces surge el otro mal de los mineros. "Todos aquí tomamos, todos los pirquineros. Mientras más se toma, más oro se saca", recita.

LA HISTORIA DE LA ROCA
Julio Tornero no es pirquinero, pero sí un pequeño minero que ha crecido con el alza y que conoce de estas historias. Hoy trabaja directamente con cinco personas en su mina La Plata y le gusta destacar que una es una ingeniera. Recuerda que hace unos años dos pirquineros jubilados "encontraron un pedazo de oro como del porte del puño: 870 gramos. Y me lo vendieron a mí, porque no tenían la documentación y se los pagué como corresponde", asegura. Dice que les dio lo equivalente a $ 18 millones   y que, pese a sus recomendaciones de que lo invirtieran, "se pusieron a tomar y se murieron. ¡El cargo de conciencia que tenía después!".

Más allá de este recuerdo, su caso es ejemplo de cómo el precio ha afectado la zona más allá de los pirquineros. Es cuarta generación en su familia dedicado al sector, por años comercializó el metal y tuvo una planta de procesamiento. Hasta que en 1993 "vino la debacle del precio y ahí tuve que paralizar", dice.

Entonces exportó fruta y tuvo un frigorífico, pero quería volver. Dice que "en 2000 hice un primer intento de vender mineral de baja ley a minera Dayton. Pero seguían los precios muy malos. Alrededor de US$ 270 la onza y Dayton tuvo que pararlo".

Pero el escenario varió. Tras un cambio en la gerencia y "acompañado por el precio", cuenta que en septiembre firmó un contrato para enviar 20 mil toneladas mensuales, de las que se extraen 20 kilos de oro (un gramo por tonelada).

Aunque prefiere no hablar de montos, tras descontar los gastos de operación puede obtener decenas de millones de pesos al mes. "Nunca pensé que iba a llegar (el precio) tan arriba", dice, y agrega que su meta es conseguir apoyo bancario para seguir prospectando en Andacollo. "Porque no me cambio de barrio", asegura.