Mirando hacia el Centenario de Chile, el mayor sueño de Alberto Mackenna Subercaseaux era crear un museo de copias. El periodista, político y sobrino de Benjamín Vicuña Mackenna estaba convencido de que lo que le faltaba a la nación era un lugar donde reunir un acervo que nos acercara a los estándares europeos: piezas de arte griego y romano, que inspiraran a los artistas locales. En 1905, cinco años antes de que se inaugurara el museo en unos terrenos baldíos del Parque Forestal, el gobierno aceptó la idea de Mackenna y lo envió a comprar obras de arte a Europa, para conformar una pinacoteca nacional.
El resultado del viaje, sin embargo, reflejó la mirada conservadora del curador: Mackenna se limitó a traer cuadros y esculturas academicistas que eran exhibidas en los salones oficiales, ignorando a los movimientos de vanguardia que en esos años irrumpían en París con nuevos pintores como Picasso, Cézanne, Manet y Renoir.
Más de 100 años después, el museo aún carga con la errática decisión de Mackenna, quien, a pesar de todo, fue el gran impulsor del museo y de otras obras tan importantes, como la urbanización del cerro San Cristóbal. "Estamos lejos de ser como el Bellas Artes de Argentina, por ejemplo, quienes fueron mucho más vanguardistas y que en la misma época sí compraron obras de los impresionistas. Lamentablemente, pensar en adquirir ese tipo de obras hoy es imposible. El momento pasó y hay que aprender a hacerse cargo de esa realidad. Finalmente, eso también habla de nuestra historia e idiosincrasia", dice la conservadora del museo, Marianne Wacquez.
Con los años, la colección ha seguido creciendo y hoy cuenta con más de cinco mil obras, la mayoría guardadas en los depósitos del edificio, de 540 metros cuadrados, que ya no dan abasto. Tampoco las salas del segundo piso dedicadas a la exposición permanente, pero que con suerte alcanzan a mostrar el 1% de la colección.
Así y todo, con el temor de quedar atrás, el museo sigue adquiriendo obras. A fines de 2013, el director Roberto Farriol hizo una jugada arriesgada, al comprar trabajos de 17 artistas contemporáneos, rompiendo con el esquema más tradicional del museo. Entre ellas, hay series de grabados de Eduardo Vilches y Jaime Cruz, fotografías de Jorge Brantmayer y Paz Errázuriz, instalaciones de Mónica Bengoa y Alicia Villarreal, videos de Klaudia Kemper, además de libros de artistas como Guillermo Frommer, Teresa Gacitúa y Carlos Montes de Oca, que serán exhibidas desde el 21 de marzo, dentro de la renovación de la muestra permanente que por primera vez está a cargo de tres curadores: Alberto Madrid, Patricio M. Zárate y Juan Manuel Martínez.
"Desde que llegué me pareció que era importante que el museo se hiciese cargo de los últimos 30 años del arte en Chile y en esa perspectiva, también de los nuevos medios y soportes, como video, grabado y fotografía. Esa es la deuda que quiero saldar, como también la de completar vacíos en la colección. Antes teníamos sólo una foto de Brantmayer, ahora compramos una buena parte de su serie Cautivas, lo mismo con Paz Errázuriz", dice Farriol.
Para adquisiciones, la Dibam dota al museo de un presupuesto anual, que en los últimos años se ha ido incrementando. De $ 79 millones en 2010 pasó a $ 114 millones en 2013. Además, el año pasado, Farriol logró conseguir un fondo para remodelar las oficinas administrativas y los baños del museo, que ya están listos: fueron cerca de $ 280 millones. "He logrado más recursos gracias a que he concebido proyectos a largo plazo, que miran al museo de aquí al 2020. No se puede tener más una visión cortoplacista", explica.
VACIOS Y LLENOS
Los maestros locales y extranjeros, que pasaron por Chile, de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, son, sin duda, el fuerte de la colección del Bellas Artes. Cuadros de Pedro Lira, Alfredo Valenzuela Puelma, Raymond Monvoison, Rugendas, Juan Francisco González, Cosme San Martín y Camilo Mori son sólo algunos. Entre los internacionales destacan Francisco de Zurbarán, Joaquín Soro-lla, Giovanni Boldini, Rodin, Eliseo Visconti y Bruegel, el Viejo. También hay obras particulares de Yves Tanguy, Wifredo Lam y Magritte. Sin embargo, pasados los años 40, la colección tiende a los vacíos.
"En la parte internacional creo que podríamos ahondar mucho más en el arte latinoamericano. De Brasil, por ejemplo, no tenemos nada. Pero también hay problemas de espacio, en los depósitos necesitaríamos al menos 50% más, para que las obras puedan estar en los contenedores adecuados", dice la conservadora, quien desde 2007 se ha preocupado de catalogar y ordenar la colección. "Mi meta es lograr un expediente de cada obra, con toda la información de procedencia, historia, estado de conservación, tener un buen registro de imagen que ayude a la investigación. Es un proceso lento", explica.
Dentro del arte contemporáneo local, el Bellas Artes tiene también obras de todos sus premios nacionales y en 2008, el ex director Milan Ivelic adquirió obras de los 70 y 80, de artistas como Lotty Rosenfeld, Carlos Leppe, Juan Domingo Dávila y Francisco Smythe. Ahora, Farriol quiere ir más allá y dar espacio en el acervo a los aún más jóvenes.
"Estoy siendo consecuente con mi visión del arte contemporáneo, pero tampoco se trata de descuidar la pintura. Tuvimos la oportunidad, el año pasado, de adquirir una pintura de Mario Carreño de los 60, y lo hicimos. Pero esas posibilidades no se dan siempre", señala el director.
Desde que asumió, en 2011, su visión lejos de los cánones se ha visto reflejada en exposiciones como Los 40 años de Los Jaivas, la Bienal de Artes Mediales, La ruta trasnochada, sobre arte en los 80, y la instalación de Antonio Becerro. "En Chile, el maltrato a los artistas es constante, y la omisión es una de ellas. Invité especialmente a Becerro, y se sorprendió cuando le señalé que yo lo consideraba un referente, porque siempre se ha sentido excluido", dice Farriol.
Entonces, ¿usted no está de acuerdo con la idea de que al Museo de Bellas Artes sólo deben llegar los artistas consagrados?
El museo debe ser un espacio que reconozca a quienes tienen una obra consistente y permanente en el tiempo y creo que exhibir obras es muy diferente a adquirirlas. En eso hay filtros mucho más duros, porque se trata de colocar al artista en un nivel más alto. Pero si nos quedáramos en exhibir sólo eso, sería un museo para la Academia. Es cierto que el museo tiene vacíos, pero también hay llenos. Es una pena no tener aquí a los impresionistas, pero tampoco podemos llorar sobre la leche derramada. Hay que pensar en lo que se está haciendo ahora. Podemos estar cometiendo el mismo error no rescatando a artistas de 30 y 40 años que están haciendo obra importante.
¿Qué solución les ve a los problemas de espacio que tiene el museo?
Lo más lógico sería crecer hacia el Maca, y esperamos tener la oportunidad de comprar esa parte del edificio. Así se podría destinar ese a la colección permanente, por ejemplo, y éste a las exhibiciones temporales. Es muy poco serio querer mostrar 20 años de arte en Chile cruzando todo tipo de líneas, movimientos y artistas. Por eso, me parece mejor una exposición curatorial que aborde temas. No se hace historia con los hitos, sino con los propios desencuentros de la historia.