La escena parece sacada de una película de guerra, de esa parte en que los soldados entrenan, superan obstáculos, se arrastran por el barro y saltan vallas. En este caso, el fondo es un parque lleno de colores, donde se escucha a un organillero y se huele el pasto húmedo. Un grupo de personas decidió salir del gimnasio a un escenario distinto: el Parque Araucano de Las Condes.
No se trata de correr. Lo que ellos hacen es convertir el espacio público en un verdadero gimnasio al aire libre. Eduardo Aránguiz, profesor de educación física y entrenador personal, les enseña a sus alumnos cómo utilizar las bancas, los desniveles del terreno y los juegos de niños para ejercitarse. "Se llama Entrenamiento Funcional y consiste en usar el cuerpo para replicar movimientos cotidianos. Por ejemplo, tomar a un niño en brazos o subir escaleras. Nada de máquinas", dice Aránguiz.
La cita es un sábado a las 11, en un día que promete ser soleado. A esa hora hay varios trotando por el lugar y niños apoderándose de toboganes del recinto. El primero en llegar a la clase es Nicolás Castillo (17), un estudiante que vive a unas cuadras de ahí. Su primera misión es trotar ocho minutos sobre la pista de maicillo, mientras el profesor prepara el único elemento que usará en la clase: una cuerda. El resto, va por cuenta del parque.
Nicolás dice que este tipo de ejercicios ha mejorado su capacidad aeróbica para practicar básquetbol.
Aránguiz partió en mayo de 2009, luego de que un grupo de esquiadores suizos le enseñara la técnica. Según él, en sólo tres meses redujo la grasa de su cuerpo en un 11% y pudo entrenar a pesar de su hernia discal. Quienes participan, se someten a una evaluación físca y reciben una pauta de alimentación a cargo de una nutricionista que acompaña a Aránguiz los sábados. "Este entrenamiento es apto para todos: niños, deportistas de alto rendimiento y adultos mayores".
Antes de que Nicolás termine el calentamiento llegan los demás: un par de amigos, Marcelo y Eduardo, y dos alumnas más. Todos parten con el trote alrededor de la jaula llena de pájaros -tan característica como los rosales de ese lugar- y luego se reúnen junto a un gran pozo de arena. Deben saltar sobre el borde de cemento que separa a esta área del pasto mientras el profesor marca los tiempos. Después de 10 repeticiones, es el turno de las sentadillas y los "piques" al máximo de la velocidad. "Acá se hace todo rápido y con pausas muy cortas", cuenta el instructor.
Las gotas de transpiración son ya chorros de agua. Después de repetir la misma secuencia tres veces, el grupo se dirige hacia los juegos infantiles. "Vamos a hacer 10 pull ups (flexiones de brazo con el cuerpo suspendido de una barra), saltos en esa banca y carreras subiendo la pendiente", les explica Aránguiz. Todos se cuelgan de los pasadores donde los niños suelen transitar. Mientras a algunos se les salen los ojos por el esfuerzo, una pequeña niña se queda observando atónita al grupo de deportistas que vino a invadir su espacio.
Marcelo Vázquez (32) es ingeniero y lleva un año entrenando aquí. El suele ir al gimnasio, pero los sábados los reserva para ir al parque. Si hay lluvia, se suspende. "Estos ejercicios son más integrales. Además, te motiva estar afuera", dice.
El grupo a cargo de Aránguiz está a punto de completar su meta. Mientras las chicas estiran sus brazos contra los pilares de colores de los juegos, los hombres saltan la cuerda y luego suben a una banca.
A pesar del cansancio, a los atletas urbanos todavía les queda ánimo."A veces tomamos un café después de la clase", dice Vázquez. Es pasado el mediodía y al parecer ya tienen hambre. Sólo basta con cruzar al Melba de Presidente Riesco.