Desde que comenzó este siglo hasta hoy, Chile se ha convertido en un país medianamente cosmopolita. Cada año hordas de extranjeros, provenientes principalmente de Latinoamérica, cruzan la frontera y abogan por una visa de residencia definitiva. Se trata de un fenómeno migratorio cuyas explicaciones abundan y que ha aumentado de manera sostenida en la última década.
De hecho, según Extranjería, desde 2002 hasta la fecha la cantidad de extranjeros que vive en Chile ha crecido en un 123%. Las estadísticas, además, aportan otros antecedentes: sólo en 2015, 48 mil inmigrantes recibieron el permiso de residencia, mientras que a 158 mil les fue otorgada la visa temporal. La cifra representa un alza del 25% en comparación al año anterior y tiene como consecuencia que hoy sean más de 410.000 los extranjeros con residencia definitiva en el país.
Además de aumentar en los últimos años, la masa de migrantes se ha diversificado. Si a fines de los 90' la fuerza migratoria la componían principalmente peruanos, hoy el origen de los foráneos se divide en una quincena de países. Siguen siendo, eso sí, los peruanos los primeros en el ranking, pero aparecen de cerca otras nacionalidades, como la colombiana, la argentina y la boliviana. Los haitianos, que hace una década casi no se registraban en Chile, también se han multiplicado y hoy ocupan el quinto lugar en el listado de inmigrantes. Españoles, dominicanos, ecuatorianos y venezolanos también cruzan en masa cada año la frontera.
El fenómeno se traduce en la presencia de extranjeros, y también sus hijos -hombres y mujeres de sangre mestiza-, en casi todas las áreas que mueven al país. Y no escapa de eso el deporte. De hecho fue precisamente la masiva aparición de deportistas jóvenes extranjeros lo que motivó a modificar la ley de nacionalización.
Se le llamó ley Matsubara, por el tenismesista japonés Yutaka Matsubara, que, pese a vivir toda su vida en Chile, no podía competir por la selección al no tener la edad mínima para nacionalizarse: 21 años. Finalmente se le dio la nacionalidad por gracia, pero su caso generó que se modificara la normativa y se bajara el requisito a 18 años y a 14 con la autorización de los padres. Desde que se aprobó, en enero de este año, son más de 300 los extranjeros menores de edad que han solicitado acogerse a la ley. De ellos, aparecen siete deportistas.
Stephanía Guessi nació en Paraguay en 2002 y hoy, 14 años después, es una especie de eminencia en el tenis de mesa. Lo aprendió a jugar en Chile, cuando llegó a los cuatro años, y fue la herencia de su nueva familia. Su madre Lourdes se casó con Bernardo Romeo, un tenismesista chileno que estaba divorciado y tenía un hijo. Los cuatro -dos chilenos y dos paraguayas- fusionaron sus núcleos y formaron un hogar en Santiago. Con el tiempo, Stephanía perdió el acento paraguayo y también los pocos recuerdos de Asunción. Su madre, en el camino, se nacionalizó chilena y ella pasó a ser la única extranjera en su familia. En paralelo empezó a escalar en el ranking infantil de tenis de mesa y a entrenar con la selección pero, al no tener pasaporte, no pudo nunca competir oficialmente.
Agustina Solano (21) es chilena hace 10 meses pero hace tres semanas, cuando Chile jugaba con Uruguay por las Eliminatorias, ella siguió levemente eufórica el partido entre Argentina y Colombia. Habla con acento argentino, su padre, madre y hermano mellizo son argentinos, y viaja regularmente a Buenos Aires. Ella, como su familia, también era argentina pero se nacionalizó a comienzos de este año exclusivamente para poder competir por la selección chilena de hockey sobre césped.
Britany Quiñones tiene 14 años y es la judoka más respetada de su categoría. Su hermana Zoe tiene un año menos y es la segunda en el ranking de su serie. Ambas nacieron en Venezuela e integran, hace años, la selección chilena de judo. Llegaron a Santiago en 2008, cuando sus padres dejaron Caracas huyendo de la inestabilidad económica del país. Como Stephanía y Agustina, tampoco podían participar en competencias internacionales al no tener pasaporte. Y como ellas, también iniciaron este año los trámites para nacionalizarse.
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Entrevista en el Centro de Entrenamiento Olímpico (CEO) a las judocas venezolanas Britany Quiñones (Azul) y Zoe Quiñones (Blanco), de 13 y 12 años, beneficiadas con acceder a la nacionalidad chilena. Foto: Reinaldo Ubilla / La Tercera[/caption]
En el listado de solicitantes se lee, también, el nombre de Laura De la Torre (Colombia, 1999). Llegó a Chile a los cinco años, junto a su familia, y hoy juega fútbol en Universidad de Chile y en la selección Sub 17.
Stephanía, Agustina, Britany y Laura se acogieron a la ley Matsubara. Zoe, en tanto, debe esperar a cumplir 14 para hacerlo. El objetivo de las cinco es competir por Chile y, hasta ahora, las únicas que ya obtuvieron la nacionalidad son la hockista y la futbolista. Laura De la Torre dice que siempre se sintió chilena pero que recién en agosto pudo decirlo con un papel en la mano. Agustina Solano, en cambio, y aunque fue una de las primeras beneficiadas por la ley y acaba de jugar por Chile el Mundial Junior de Hockey Césped en Santiago que terminó ayer, confiesa su disyuntiva: "Me siento de las dos nacionalidades. Deportivamente, en el hockey, me siento chilena, pero cuando llego a mi casa es todo argentino".
Stephanía y Britany, mientras, están en la parte final del proceso y deberían recibir el pasaporte antes de fin de año.
Fronteras del fútbol
A diferencia de lo que ocurre con el resto de los deportes, en el balompié, una disciplina caracterizada en los últimos años por sus autopistas libres de peajes en la libre circulación de sus profesionales, la normativa se ha vuelto, en cambio, más estricta. O, si se prefiere, menos permisiva. En otras palabras; ya no vale todo. Al menos si el lugar de nacimiento que figura en tu cédula de identidad no coincide con el del país en que pretendes iniciar tu carrera futbolística.
Pero el cambio en la legislación, por otra parte reciente, no ha nacido en absoluto de una reformulación de las condiciones laborales de los futbolistas menores de edad, ni tampoco -en honor a la verdad- del interés por protegerlos, sino más bien de la necesidad de poner fin a los abusos. Algo así como tratar de desmercantilizar desde su base un deporte convertido en negocio desde hace mucho tiempo.
Y a las restricciones interpuestas por la FIFA, prohibiendo por ejemplo la transferencia de jugadores menores de edad de una asociación a otra (previa sanción a algunos de los grandes clubes europeos responsables, a su juicio, de "traficar" con ellos), hay que sumar las aprobadas por las propias asociaciones de cada país, bajo el pretexto de resguardar el producto local nacionalizando el fútbol doméstico. El resultado, una limitación en la inscripción de los clubes profesionales de un máximo de dos futbolistas extranjeros por serie, hasta completar un cupo de siete por institución. Una medida controvertida, en pleno auge de las campañas de la ANFP antidiscriminación, con la que no todos comulgan.
"Nosotros creemos que hay que mantener en la Sub 19 dos extranjeros, pero abrir más en los chicos, porque son niños que llegaron a Chile por razones distintas. Entonces, por qué cerrarles las puertas. Nos van a mejorar el nivel de las series menores y pueden potenciar eventualmente una selección, como ya ocurre en la Sub 17 y en la Sub 20", reflexiona al respecto Jorge Guerrero, director de desarrollo deportivo de Audax Italiano, equipo en cuya filial figuran actualmente un futbolista colombiano, un brasileño, un estadounidense y un argentino.
Modificaciones a la norma, pero no en las categorías de menor edad sino en las más avanzadas, propone realizar también Carlos Pedemonte, jefe del área formativa de Colo Colo, que cuenta en sus fuerzas básicas con "varios chicos colombianos y uno ecuatoriano".
"Las categorías del fútbol formativo están determinadas por año de nacimiento, salvo la juvenil, en la que conviven tres años. Por eso hemos presentado un proyecto para expandir el cupo en esa categoría", explica, antes de defender la buena voluntad de la FIFA en su reciente reforma: "La normativa de la FIFA yo creo que está bien porque busca una especie de equilibrio entre el desarrollo y la formación de aquellos jugadores que llegan con fines comerciales a los clubes y la de aquellos que son resultado de un fenómeno de inmigración".
"El aumento en los últimos años ha sido sustancial, pero hay una serie de cortapisas en relación a la FIFA que nos deja con pocos cupos. A mí, personalmente, la nacionalidad no me importa. La única traba es el talento", sostiene, por su parte, Alfonso Garcés, jefe de captación de la UC, un conjunto que, con la nueva normativa, no ha podido registrar a todos sus jugadores extranjeros, pero que tiene representación en su fútbol base de Cuba, Argentina, Bolivia y Estados Unidos.
Dos de ellos, los cubano-chilenos Pedro Campos y César Munder son ya seleccionados nacionales. El primero, de madre chilena y padre cubano, pero nacido en Santiago, ya ha sido citado a la Sub 17. El segundo, en cambio, de padres caribeños, aún deberá aguardar para enfundarse la Roja.
Ambos, como los seis foráneos con los que hoy día cuenta en sus series menores la U (tres argentinos, un paraguayo, un boliviano y un peruano), forman parte de una nueva generación de jóvenes promesas surgidas del éxodo migratorio y la globalización, que han cambiado -y prometen seguir cambiando- la genética del deporte chileno para siempre. Y, tal vez, también sus resultados.