La nueva vida de la casa de El Melocotón

Desde 2009, la familia Pinochet arrienda esta propiedad a la Universidad San Sebastián. Ahí se emplaza el Campus Alto Maipo, donde 132 alumnos estudian Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo. Sus vestimentas y el pelo largo de algunos de ellos hacen difícil recordar el uso que por años le dio el general a este lugar.




La tarde del 7 de septiembre de 1986, los santiaguinos se alarmaron con la noticia: de vuelta de su casa de El Melocotón, en el Cajón del Maipo, el general Augusto Pinochet fue víctima de un atentado. Con una mano vendada, contaba en el noticiero oficialista 60 minutos cómo había sido el ataque y cómo logró salvar con vida junto a su nieto Rodrigo García, y lamentaba la muerte de cinco de sus escoltas.

Veintiséis años después, el 7 de septiembre de 2012, en cambio, fue un día más para los habitantes de la capital, incluidos los nuevos ocupantes de esa casona de 280 metros cuadrados, 132 estudiantes de Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo de la Universidad San Sebastián (USS), que circulan por el lugar con libertad.

"Siempre he sabido la historia de este sitio y a veces conversamos con mis compañeros. No le damos tanta importancia, pero en cierto modo le da atractivo extra y cierto aire de misterio al campus", dice Gabriel Astorga, alumno de segundo año.

Después del atentado, nada volvió a ser igual en El Melocotón. La familia Pinochet no pasó más sus fines de semana en esta casa, comprada a principios de los 80 y emplazada en un terreno de 13 hectáreas, con piscina, árboles frutales y helipuerto. Iban lo estricto y necesario, a regar y a mantener.

A partir de 2003, ni eso. Retiraron hasta los guardias y en 2004, a raíz del caso Riggs -en que se investigaron las cuentas bancarias secretas de Pinochet-, se dictó una orden de embargo, "la que, sin embargo, nunca se ejecutó. Eso permitió que, en 2009, la familia nos arrendara la propiedad por 10 años, renovables", cuenta Joe Vidal, director de la carrera de Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo de la USS, que actualmente ocupa ese lugar con el nombre de Campus Alto Maipo.

Cuando se hicieron cargo de la residencia, tenía evidentes signos de abandono. La maleza apenas dejaba ver la construcción y un 40% de los frutales habían muerto por falta de agua. Se logró salvar un millar de almendros, más algunos robles, maitenes y peumos.

Hacia la ribera del Maipo, entre la reja (levantada en los 80 a 150 metros del cauce) y el agua, toneladas de escombros y basura impedían avanzar. La universidad botó ese cierre, limpió el terreno, y hoy los alumnos tienen acceso directo al río para practicar rafting o kayakismo.

En el hall de entrada a la casa ya no aparcan autos blindados. Sí hay bicicletas y kayaks, y jóvenes que preparan ahí sus mochilas antes de salir de excursión.

Adentro, en el living y el comedor, aún brilla el piso de parquet y del techo sobresalen las vigas de madera a la vista, mientras la chimenea es testigo de las conversaciones universitarias, la mayoría distante de la política y el poder. Es la sala de estar para el alumnado, que permanece en el campus un promedio de dos noches a la semana para aprender técnicas de camping.

El resto de los días viajan desde la sede Bellavista de la USS, en buses que dispone la propia casa de estudios. Pero un 10% de ellos es de la zona. "Quieren su Cajón, y se dan cuenta de que pueden vivir en él y de él", acota Joe Vidal.

En el segundo piso de la residencia, la otrora habitación de Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart, es ahora el laboratorio de computación, botánica y entomología, en que los futuros ingenieros en Expediciones y Ecoturismo aprenden a interpretar y proteger el medioambiente. Al lado, en el que fuera escritorio del ex gobernante, está la sala de profesores.

El resto de las cuatro habitaciones esta destinado a servicios higiénicos, oficinas administrativas, enfermería y bodegas.

A 50 metros de la casa, hacia el poniente, se mantiene intacta la piscina, con un quincho techado a un costado. Los alumnos ocupan la pileta para clases de natación y de buceo, que luego profundizan en terreno.

Hacia el oriente, florece un huerto orgánico, un vivero y una granja con caballos, mulas, ovejas, ciervos, aves y una llama recién llegada. "En enero arriban los ñandúes que encargamos desde Magallanes", cuenta Vidal.

También existe una explanada de dos hectáreas donde crece la alfalfa para alimentar a los animales. Algunos lugareños ayudan a cosecharla, a cambio de fardos y frutas para hacer mermeladas. Los alumnos, en tanto, sacan frutos secos de los árboles de la parcela para sus raciones de excursión.

En la propiedad ya hay tres kilómetros de senderos para que hagan senderismo y un circuito para que aprendan a conducir vehículos todo terreno. Está cerca del helipuerto de 25 por 15 metros que la universidad recuperó y reencarpetará el próximo año.

Pero no sólo los alumnos de esta carrera de turismo outdoor disfrutan de esta casona. Ahí se organizan actividades para funcionarios, académicos y alumnos de otras escuelas de la universidad. De hecho, a la orilla del río se está habilitando una docena de quinchos, para que más personas aprovechen el sector.

Además, el lugar es un centro de educación ambiental, especialmente para los habitantes del Cajón del Maipo. De hecho, 20 colegios de la zona han pasado por sus talleres de huerto orgánico y turismo aventura, entre otros.

Hay más proyectos. La extensión del terreno y la naturaleza del lugar lo permiten: "Plantaremos dos hectáreas de viñas y recuperaremos el trazado del tren, que pasa por el extremo norte de la parcela, para que en seis años más tengamos un recorrido turístico hasta San Alfonso", anticipa Joe Vidal.

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