"Allahu Akbar Allahu Akbar

Ash-Hadu anla ilaha il-lal-lah".


Todos los viernes, a eso de las dos de la tarde, las personas que caminan por la Avenida Chile-España, pasado Simón Bolívar, detienen su paso para escuchar estos versos. Los emite el megáfono que corona el minarete de piedra de la mezquita As-Salam, centro del "barrio musulmán", que se ha instalado en esta zona de Ñuñoa.

Casi nadie de los que pasa por aquí en este momento entiende lo que dice el rezo: "Dios es grande, Dios es grande. Atestiguo que no hay Dios sino Alá". Sin embargo, no pueden despejar los ojos de lo que está pasando. No pueden evitar mirar a esas mujeres que apuran el tranco, suben los ocho peldaños de la mezquita y se arreglan en la cabeza sus hijab, pañuelos de colores rojo, púrpura y negro. Deben asegurarse de que les cubra todo el cabello.

Desde el minarete, la voz sigue llamando a los fieles: "Ash Hadu anna Muhammad Rasulul-lah…". ("Atestiguo que Mahoma es el mensajero de Alá"). Frente a la mezquita se detienen camionetas con patentes celestes. Se bajan diplomáticos. Vienen desde distintos puntos de la ciudad. Entienden perfectamente esa voz que los llama por medio del Adhan: "Vengan a la oración, vengan al éxito".

Pese a que no comparten idioma ni religión, los vecinos de esta zona, comprendida entre las calles Holanda, Irarrázaval, Suecia y Simón Bolívar, se han ido acostumbrando a escenas como esa. No hay reclamos, sino todo lo contrario. "Pablo, el portero de la mezquita, me manifestó un día dos quejas de los vecinos. Me dijo: 'Se quejan de por qué a veces hacen el llamado a la oración y otros días no. Ellos quieren que lo hagan siempre. Y lo otro es por qué no lo hacen con la traducción al castellano, para entender lo que dice'", comenta Ismail Torres (47), administrador de As-Salam.

Hace 15 años, Ismail se llamaba Claudio. No vestía como musulmán. Ni usaba esa barba rojiza y tupida que hoy le llega hasta el final del cuello.

LAS FAMILIAS

En lo que muchos han empezado a llamar la "Ñuñoa musulmana" viven hoy, al menos, ocho familias que se han convertido a esta religión. Se han instalado en departamentos en los alrededores de As-Salam. Para estar cerca de su templo y para armar una pequeña comunidad islámica.

Ismail Torres es uno de ellos. El vivía en Maipú junto a su señora, quien en ese entonces, allá por 1996, estaba embarazada de una niña. A través de un amigo de su esposa conoció el Islam y en abril de ese mismo año terminó convirtiéndose junto a su pareja.

"Alá nos llamó. Una noche nuestra hija se enfermó y nosotros, como padres primerizos, nos asustamos mucho. En ese momento, recurrimos a los pasajes del Corán para tranquilizar nuestra alma. Fue la primera vez que lo buscamos y desde allí nuestra fe ha ido sólo en aumento", recuerda.

Iba y venía todos los días a la mezquita de Ñuñoa, de la cual en el 2000 fue nombrado administrador. "Era un trayecto bastante largo el que hacía. Una hora de ida, una hora de vuelta. Un día, mis hermanos musulmanes de acá me dijeron: '¿Por qué no te vienes a vivir cerca de la mezquita?'", cuenta. Así, el 2004 puso en arriendo su vivienda de Maipú y, con ese dinero, desde ese año paga el alquiler de un departamento a una cuadra de su lugar de trabajo. Allí empieza su jornada, puntualmente, a las 9 de la mañana.

De esta Ñuñoa musulmana también forma parte Husseyn Latuf (35), quien nació en Mendoza. En una casa donde, a pesar de ser una familia árabe, reinaba lo argentino, se hablaba de fútbol y se comían asados. Además, se profesaba el catolicismo. "Yo era de ir a misa los domingos y en la semana. Pero llegó un momento en que salía de los sermones y no me sentía satisfecho", recuerda, sentado en su living muy sencillo, tal como dicta el Islam. Hay dos sofás y una bandeja con té y dulces árabes para las visitas. En el suelo, los juguetes de su hija Maimuna.

Al vacío que le dejaban las misas, Husseyn unió su amistad con un chico musulmán. Se convirtió en 2002. Poco después se casó dentro del Islam y cruzó la cordillera en 2008. "Aquí se puede vivir la espiritualidad del Islam de mejor manera. En Argentina, los inmigrantes que llegaron se dejaron estar en el plano espiritual. En Chile se conservó más la tradición y eso lo hace más cómodo para nosotros".

Con el sueldo que gana en una pastelería árabe en el barrio Patronato, Husseyn y su familia pagan un departamento austero, en calle Holanda. Dice estar contento con lo que llama "el aura musulmana" del barrio: "Cuando vas a un asado y estás toda la tarde cerca de la parrilla, te quedas con olor a humo. En este barrio pasa lo mismo. Estar en un ambiente de comunión con el Islam te impregna de él. Que mi hija escuche el Adhan en los altoparlantes y que vea el templo es lo que queremos como familia".

LA MEZQUITA Y LA ESCUELA

Son cerca de las tres de la tarde. Ismail vuelve a As-Salam para continuar con su trabajo. Debe seguir contestando correos electrónicos, haciendo llamadas y recibiendo a todo musulmán chileno o extranjero que va al templo. Después de todo, ese fue el deseo de Taufiq Rumie, fundador de esa mezquita, la primera que se construyó en Chile.

Proveniente de Siria, Rumie se instaló en Chile a principios del siglo XX. Formó parte de la Sociedad de Unión Musulmana, un grupo convocado por inmigrantes árabes e islámicos en Santiago durante los años 30, para discutir el destino de esta comunidad ante la ola de movimientos independentistas en el mundo árabe. Durante 25 años se reunieron en una casona arrendada que usaban como mezquita.

Pero Taufiq sabía que debían tener un templo. Durante los 80 y con el apoyo económico del pueblo islámico nacional, más aportes extranjeros, logró el dinero para construir As-Salam. Ñuñoa surgió como el emplazamiento ideal.

"El templo se levantó aquí, en 1988, porque es una comuna cercana al centro, tranquila, muy familiar y tradicional", señala Mohamed Rumie (72), hijo del ya fallecido Taufiq y vocero del Centro Islámico que funciona en la mezquita. El vivió hasta hace poco en el barrio y lo conoce bien. "Muchos musulmanes vienen a vivir cerca de la mezquita porque es su punto de encuentro. Además, aquí al lado tenemos un pequeño colegio que forma a sus niños en el Islam. Entonces, sus hijos tienen cerca la escuela y ellos su templo".

La escuela, ubicada justo detrás de la mezquita, en calle Alonso de Ercilla, la crearon ellos mismos y se llama Fundación Educacional del Islam en Chile. Tiene cerca de 25 alumnos, divididos en distintos cursos. Se les enseñan las materias que estipula el Ministerio de Educación, más ramos sobre religión musulmana, como, por ejemplo, recitación del Corán. Como el colegio aún no está 100% reconocido por el Mineduc, cuando los estudiantes terminan los cursos, deben dar exámenes libres en un colegio de Ñuñoa para ser promovidos.

Respecto del número exacto de musulmanes que vive en el barrio, Rumie asegura que no poseen censos de ningún tipo. Para él, "esos son datos de inteligencia que no vienen al caso, dada la identidad de la mezquita. Este es un lugar religioso. A nosotros no nos interesa calibrar a nuestra gente. Aquí puede entrar cualquier musulmán y rezar".

PAN ESPECIAL

Instalar una amasandería en el barrio. Eso pensó, en enero de 2010, Rodrigo Jerez cuando decidió dejar su trabajo como ingeniero civil en una empresa eléctrica. Era un proyecto personal que tenía desde su juventud y se animó a cumplirlo. Así nació Beambouchelle, en Simón Bolívar con Chile-España. La misma panadería que, en julio pasado y tras una remodelación, pasó a llamarse El Tamiz. La favorita de los musulmanes ñuñoínos.

En marzo, un grupo de vecinos musulmanes, entre los que se encontraba el mendocino Husseyn, se acercó a hablar con Jerez. "Me explicaron que ellos no tenían un lugar donde comprar pan o repostería, porque en los supermercados utilizaban manteca animal en algunos productos y ellos nunca podían estar seguros de qué alimentos podían consumir o no", explica.

La aversión de los islámicos por la manteca de cerdo proviene del Halal, un aspecto indicado en el Corán que entrega reglas para el consumo de alimentos. Entre ellas, no consumir chancho, no beber alcohol ni comer carne de animales que no hayan sido sacrificados según el ejemplo del profeta Mahoma.

Jerez recogió el guante. "Cambiamos todos los ingredientes y desechamos por completo la manteca animal", dice. Además, permitió a los vecinos entrar a su cocina y comprobar que no se usaba ningún producto animal. "Saben que todo lo que se vende en la panadería puede ser consumido por ellos, a excepción de los pasteles, que tienen licor".

CORTE RASO, SIN FLEQUILLO
En la esquina de Chile-España con Irarrázaval, medio escondida entre una zapatería y una fuente de soda, se encuentra la peluquería Don Antonio. Su dueño, Antonio Pino, lleva 43 años en el barrio. Los mismos que ha ejercido el oficio de barbero, heredado de su padre.

Entre las 10 de la mañana y la una de la tarde del sábado suelen venir sus clientes más fieles. Por eso, un poco antes, Pino alista sus implementos para la jornada. Afila sus rasuradoras, llena de agua sus botellas de spray y sintoniza la radio. Entre quienes vienen hay varios varones musulmanes.

"Para ellos, corte raso con máquina arriba, sin flequillo ni nada raro. Y abajo, un recorte con tijeras a la barba, para darle forma", explica. Por todo les cobra $ 2.500.

Pino define lo suyo como una barbería tradicional. Para él, la sobriedad de su local es su mayor atractivo, y la razón por la cual los musulmanes lo prefieren. "Les gustan los cortes simples, sin mucho producto, y les incomoda atenderse con mujeres. No frecuentan los salones unisex", señala.

Antonio Pino dice que le gusta conversar con su clientela musulmana. Que hablan de política, del barrio, de fútbol. En lo único que el barbero no se mete es en religión. "Hay que ser prudente, así es que yo no les hablo de mi religión y les pido que no me hablen de la suya, porque no es correcto andar imponiéndole la fe y sus dioses a  nadie", cuenta. La mezquita As-Salam la conoce sólo por fuera.

LOS VECINOS

A las siete de la tarde, el ruido de la Avenida Chile-España contrasta con la quietud que se respira al interior de As-Salam. El salón de oración ya está casi vacío.

La habitación posee un eco especial, donde el sonido retumba en los ventanales circulares y sube hacia los vitrales que rodean, en lo alto de la cúpula, una gigantesca lámpara dorada.

En los muros hay cuadrados de mármol gris, cada uno con un símbolo árabe. Representan el Al Asma al-Husna o las 99 virtudes de Dios. Una de ellas es "la fuente de paz" o As-Salam, que le da nombre al templo. El salón cuenta también con una escalera que lleva hacia una especie de balcón, donde sólo pueden rezar las mujeres. No hay muchas y casi nunca van en las tardes. No tendrían por qué hacerlo: sólo los hombres están obligados a orar en la mezquita; ellas tienen permitido hacerlo desde sus casas.

A esa hora, los pocos islámicos que quedan en el templo se retiran a sus hogares. Ismail, el administrador, termina su jornada de 10 horas. Y cierra toda esta historia con una anécdota que grafica cómo funcionan las cosas en esta Ñuñoa musulmana.

"En la casa al lado de mi edificio vivían dos ancianos solos. Un día, la señora estaba gritando. Había ido a comprar y cuando volvió encontró a su marido muerto. Le había dado un paro cardíaco. Entonces, yo le avisé a mi hija y a mi señora y fuimos a visitar a la vecina", recuerda. Cuando llegaron, los empleados de la funeraria estaban maquillando el cadáver y vistiéndolo para su velatorio. Desconsolada, la viuda apeló sorpresivamente a la religiosidad de Ismail.

"Nosotros en el Islam no hacemos responsos ni nada de eso. Pero cómo le iba a romper yo el corazón a una viejita que acababa de quedar viuda", explica. Así es que le dedicó una oración al fallecido e incluso le leyó un pasaje del Corán a su vecina. "Ella es católica y tenía cruces y vírgenes en toda la casa. Pero se emocionó mucho y me agradeció".