Si la vida es vista como un continuo flujo de energía, calor y movimiento, bien se podría decir que Shay Frisch da vida a cosas que antes eran frías e inertes. El artista israelí de 53 años vive hace más de una década en Italia, trabajando en una original idea de arte electrónico que obtiene al crear grandes instalaciones, usando como base adaptadores industriales que conectados entre sí, de manera repetitiva, generan un campo de energía y luz.
En 2013 tuvo una gran retrospectiva de su obra en la Galería Nacional Italiana de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma, bajo la curatoría de Bonito Oliva, y en 2015 fue uno de los artistas que representó a Israel en la Bienal de Venecia.
Ahora, Frisch inicia una pequeña gira por Latinoamérica, en la que su primera parada es Chile. Hasta el 22 de enero, su instalación Campo 47283_b/n se exhibirá en el Museo de Arte Contemporáneo de Parque Forestal; se trata de una obra creada especialmente para el zócalo del edificio y en la que usó 47.283 adaptadores, con los que formó rectángulos, una larga línea en el piso de la sala que culmina en un círculo negro pegado a la pared. Todas esas formas contienen energía imperceptible para el ojo humano, que se revela con líneas de luz que cortan las figuras.
Luego de Chile, el israelí tendrá una muestra en el MAC de Lima, en el centro Cultural Kirschner de Buenos Aires y en el Centro Cultural Oscar Niemeyer de Curitiba, Brasil.
¿Por qué se interesó en trabajar con este tipo de arte y piezas industriales?
Yo estaba buscando la mejor manera de poder trabajar y manipular la electricidad. Estos adaptadores son conductores de electricidad, la energía pasa a través de ellos en un recorrido infinito generando al mismo tiempo un campo electromagnético que es posible de sentir por el público. Entonces mi obra trata más de la energía que de la luz. La luz la utilizo para expresar lo que está sucediendo dentro de este entramado, hay vida adentro, todo es velocidad y movimiento, pero no se ve, es como si algo se quemara en el interior y se dejara ver por un momento.
¿Su intención va más allá de lo visual?
Sí, lo que busco es generar sensaciones energéticas, experiencias en el espectador. Este trabajo suele funcionar mejor en espacios más reducidos donde se puede crear un atmósfera más íntima. Hay algo espiritual o sensorial que tiene que ver con el silencio, algo que no puedes ver, pero sí sentir, por otro lado es algo muy físico porque se trata de reacciones electromagnéticas innegables. Siempre trabajo con formas muy primarias, muy simples, geométricas, incluso arcaicas. Trabajo con las proporciones matemáticas, la sección aurea y sólo en blanco y negro, porque no quiero que la atención del espectador se desvíe hacia otros aspectos como la forma, el color o el mensaje.
¿Qué importancia tiene la tecnología en su obra?
Tiene una importancia indirecta. Esto tampoco es alta tecnología, son componentes muy simples que se usan todos los días en cualquier hogar. Por otro lado tampoco los considero ready mades, como se le llama a aquellos objetos cotidianos que se descontextualizan para transformarlos en arte; aquí uso los componentes de la misma forma para la que fueron hechos, para conducir electricidad, pero la lectura va más allá.
¿Siendo de origen israelí, nunca pensó dedicarse a una obra más política?
Nací en Israel, luego fue a la Universidad en Jerusalén y mi especialidad la hice en una Universidad de Arquitectura y Diseño en Milán, donde encontré el tipo de arte que quería hacer. Creo que hay que determinar qué se entiende por política. Todos estos movimientos de vanguardia del siglo XX son muy políticos, porque establecieron un nuevo orden, cambiaron las formas de hacer arte. Lo otro es hacer crónica, arte de la contingencia, y eso no es lo que me interesa.
¿En Israel hay otros artistas haciendo un tipo de obra similar a la suya?
No, la verdad es que no conozco a nadie. En Israel hay artistas más políticos en el sentido de que está apegados al contexto, a la noticia y es porque eso es lo que se espera de ellos, por el contexto en el que viven.
Frisch tiene sus referentes sobre todo en Europa. Bebe del arte cinético italiano de los años 50 y 60, sobre todo de aquel que se denomina "arte programado", con artistas como Bruno Munari, Alberto Biasi y Gianni Colombo. También ve influencias del minimalismo del Grupo Zero, una corriente alemana que plantea que el arte debe estar desprovisto de color, emoción y expresión individual, y de pintores como el italiano Lucio Fontana y el estadounidense Barnett Newman, padre de la Escuela de Nueva York de arte abstracto.
¿De qué forma su obra se relaciona con la pintura?
Hay un vínculo en torno a la abstracción de estas figuras, con colores y formas muy simples. Para mí estos módulos que tengo que encajar y que no es fácil, trabajan en la idea de infinidad, pueden crecer para siempre. Estas piezas tienen mucho potencial.
¿Qué opina de la obra del chileno Iván Navarro, quien también utiliza objetos cotidianos como el neón para hacer arte?
Iván trabaja con la luz y yo con la energía, en ese sentido somos diferentes. Su obra tiene algo similar a otro pionero italiano, Paolo Scirpa, quien también hace instalaciones con efectos ópticos en túneles de luz infinitos.
Justamente en la Bienal de Venecia de 2009, Scirpa acusó de plagio a Navarro, quien participaba como representante de Chile ¿Qué opina Ud.?
Creo que estéticamente son similares, pero Navarro le da un giro distinto. Su obra no sólo se trata de luz y arte abstracto sino que contiene un mensaje político y social. También trabaja con palabras, no sólo con formas. Cuando me preguntan por artistas que trabajan también con dispositivos como los míos, a mí me gusta. Se trata de usar un mismo lenguaje pero de forma distinta. Scirpa y Navarro usan un mismo lenguaje, pero cada uno cuenta una historia distinta.