La otra era de Javiera Mena
Con un nuevo disco bailable y mezclado en Miami, la artista aspira a la masividad y enfrenta los prejuicios en torno a su figura: "Siento que se me ha maltratado".
En días distintos de la última semana, Javiera Mena (31) cita dos veces a Julio Iglesias para ilustrar algunas premisas de su álbum. Primero, cuenta que el flamante registro posee un tema titulado La carretera, tal como ese inexpresivo hit en que el español revelaba que llovía y que la carretera estaba, vaya sorpresa, mojada. Luego, en un paralelo menos obvio y más elocuente, dice que en su próximo disco intentó hablar desde la ficción de un personaje que transita etapas, rumbos y sensaciones, casi un Quijote, recordando que alguna vez Iglesias tuvo una canción bautizada de esa manera, una declaración autobiográfica donde clamaba que "ser bohemio, poeta y ser golfo me va".
Quién sabe si la chilena siente un vínculo con alguno de esos calificativos. Pero, al minuto de describir su más reciente trabajo, Otra era -con estreno para mañana- recalca que el concepto apunta a presentarse como un personaje de una dimensión ajena y pretérita: según ella, una estatua griega, petrificada, con fondo blanco, lentes futuristas y desnudo frontal, tal como aparece en la portada de la producción.
"Quise presentarme como una persona de otra era, como un soldado que va uniendo mundos, va conquistando situaciones, conociendo gente. Como alguien que va siguiendo el camino del héroe, como el Quijote o Luke Skywalker, cuyas aventuras al final representan la vida misma", detalla en torno a la imagen que devolvió el desnudo a la foto central de los discos chilenos, evocación de muchos ejemplos foráneos, como The remix, de Lady Gaga, donde se mostraba sin ropa y tapizada de stickers ("no soy fan de ella, no me gusta musicalmente", aclara la cantautora) y de casos nacionales, como ese emblemático debut de Aguaturbia en 1970.
Han pasado 44 años y esta vez no hubo editoriales implorando decencia, pero sí una reacción mucho más 2.0: la portada fue censurada por iTunes y Facebook, quizás las mayores vías de difusión de su música, donde su cuerpo aparece oculto por un parche. Mena responde: "Para mí el desnudo nunca ha sido provocativo, porque siempre ha estado en el arte, entonces no sé en qué momento se consideró inmoral. Y hay cosas mucho más violentas que Facebook debería prohibir".
Y, en el caso de Otra era, hay cosas incluso más llamativas que su arte. Sus 10 tracks amplifican el talante bailable de su antecesor, Mena (2010), y están armados sobre potentes descargas de sintetizadores y bases gruesas, monocordes, que parecen machacar los rincones de la discoteca, extendidas de manera deliberada en temas que se acercan a los cinco minutos y que parecen invitar a ese trance que despega y nunca vuelve, como en Sincronía, donde su voz repite "dime que sí/que sí" hasta el infinito. El registro no da tregua, no hay espacio para levantar bandera y solicitar pausas, como si la vida fuera caminar entre confeti y máquinas de humo. No habrá en la temporada 2014 otro disco chileno más idóneo para la juerga.
"Es un álbum muy colorido", define su productor, Cristián Heyne, en el patio del estudio donde se fraguó el trabajo, aunque su protegida ensaya una acepción aún menos técnica: "Es súper punchi punchi. Hace tiempo que quería hacer algo así. No descarto hacer un disco sólo de electrónica, sin voces. Y jamás volvería al formato de guitarra, piano y batería".
Aunque para escribir las composiciones Mena optó por estar absolutamente sola durante días en refugios de Villarrica y Madrid, Otra era tiene su tercer epicentro en una latitud aún más lejana: Miami. Ahí, el ingeniero de sonido Javier Garza, multiganador de premios Grammy y clave en el pop tropical de Gloria Estefan, Carlos Vives o Thalía, mezcló casi la totalidad del trabajo, lo que explica sus texturas de inspiración latina. "El le dio el toque que me faltaba, que mi música pueda pegarse en una discoteca junto a Madonna y no suene extraña", imagina la artista.
Y si la voz de Sol de invierno alude a Julio Iglesias para desglosar su nuevo disco, en pleno estudio se sirve de una figura de la TV de los 90 para retratar su progresiva masividad: hace unos días, un fan le contó que uno de sus últimos singles fue usado para musicalizar una nota en De caso en caso, el programa de Eli de Caso en La Red. Eso sumado a que aparece en la categoría Mejor Cantante Rock del Copihue de Oro.
"Me encanta, yo aspiro a la masividad total, que la mayor cantidad de gente me escuche" , se lanza ante el vía crucis que en los últimos años ha tenido a su más férreo aliado generacional, Gepe, saltando desde el circuito independiente hasta vitrinas como Viña. ¿Podrá Mena ser la siguiente? "Me encantaría, pero no sé si me inviten. Hay todo un proceso de la municipalidad que no sé muy bien cómo es. Mi mamá sería muy feliz sí yo estuviera ahí. En la comparación con Gepe, él ocupa un espacio más transversal, en cambio la electrónica sigue siendo de nicho".
En ese proceso de arribo hacia audiencias más amplias, la cantante sabe que su figura comúnmente es asociada a dos sospechas: su discutible capacidad vocal y cierto esnobismo que circunda su propuesta. Mena se hace cargo: "Cuando me critican, lo veo como algo muy machista: hay muchos cantantes masculinos desafinados y nadie dice nada, o al menos no es el punto central. A mí se me ha maltratado y se me vuelve a decir lo mismo, siendo que ya canto bien, según yo y mucha gente que me rodea. En el rock o en el indie, a un tipo desafinado nadie le dice nada, porque, injustamente, de la mujer siempre se espera una voz diáfana. Las malas críticas y el troleo siempre van a existir. Si te mencionan porque no les gusto, con eso basta, al menos ya llamaste su atención".
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