La Pintana es una de las 10 comunas con mayor victimización en la Región Metropolitana. Según la última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana, más del 50% de los vecinos no se siente seguros en sus barrios. Casi un tercio de su población -que supera los 200 mil habitantes- vive bajo la línea de la pobreza y el ingreso promedio familiar es de 400 mil pesos, la mitad que la media nacional.
Pero La Pintana, ubicada en el sector sur de la capital, habitualmente asociada a precariedad, donde pocas veces puede separar su nombre del concepto de "comuna periférica", tiene otras cifras que mostrar. Unas que la ubican en la vanguardia ecológica del país, obteniendo premios y sirviendo de ejemplo para otras ciudades. A saber: el 30% de los vecinos recicla sus desechos vegetales, siendo la única comuna en Santiago que lo hace; el 25% de su flota de camiones recolectores de basura se mueve con biodiésel obtenido de la reutilización del aceite de cocina desechado; inició un programa que tiene a cientos de familias con huertos en los jardines de sus casas; en 2012 se transformó en el primer municipio en obtener el Nivel Excelencia del Sistema de Certificación Ambiental Municipal. La Pintana es, por sobre las frías estadísticas, una comuna verde. "La experiencia es la más exitosa en gestión ambiental municipal que conozco", describe el ministro de Medio Ambiente, Pablo Badenier.
Pero este escenario no es nuevo. Es un proceso que comenzó hace 20 años y que ha pasado casi inadvertido. Sin embargo, hace dos semanas, el Foro Santiago 2041 premió el programa de reciclaje de aceites usados. "Existe un equipo profesional sumamente competitivo, con ingenieros, técnicos agrícolas, paisajistas (...). Ellos han transmitido su compromiso a la comunidad, la idea de estar comprometidos con el planeta. Y para la gente, el planeta es La Pintana", comenta el alcalde Jaime Pavez, en el cargo desde 1992 y principal impulsor de estos planes.
LOS INICIOS
Estas iniciativas han nacido bajo el alero de la Dirección de Gestión Ambiental (Diga), organismo que heredó las funciones del Departamento de Aseo y Ornato 1994. Según Felipe Marchant, jefe del Departamento de Operaciones Ambientales del Diga, hubo dos hitos que impulsaron todo: la construcción de plazas participativas en los 90 y el inicio del plan de reciclaje de vegetales en 2005. "La comuna fue una de las primeras en construir plazas con los vecinos: la municipalidad ponía los materiales y el diseño y ellos la mano de obra. Esto permitió aumentar el número de áreas verdes, pero, además, generar un arraigo en la comunidad", relata.
Esa participación ciudadana ayudó para que otros programas, como el del reciclaje de vegetales, se enraizara con facilidad entre los pintaninos. "El costo del relleno sanitario aumentaba y la generación de residuos domiciliarios crecía. Tras confirmar mediante estudios que el 50% de la basura generada por la comunidad era de origen vegetal, se decidió reciclarla", cuenta Marchant. ¿Cómo? Los restos vegetales domiciliarios son llevados a un predio de dos hectáreas. Ahí se unen a las ramas podadas de los árboles de las plazas públicas y, luego de que ese material es chipiado, se deja reposar por tres meses, generando un compost de que es usado en viveros o en áreas verdes comunales. También es entregado a los mismos vecinos, para que los utilicen en los huertos de sus casas. "Costó en un inicio, pero se ha creado el hábito. Cerca de un tercio de las familias recicla", dice Marchant.
Actualmente se recolectan cerca de 35 toneladas diarias de residuos vegetales. Considerando que el traslado de una tonelada de basura al relleno sanitario tiene un costo de $ 9.700, el ahorro diario es de $ 350.000. "Con lo que ahorramos por llevar menos camiones, se pagan los sueldos de los operarios del programa, que es de $ 17 millones", agrega.
IDENTIDAD
Verónica Manquecoy es de las pintaninas que reciclan. En su casa, ubicada en la Villa San Francisco, tiene un tambor de 35 litros donde deja los vegetales. "La Pintana es más que la mala fama", comenta mientras señala las calles de su villa, un conjunto habitacional de viviendas sociales de dos pisos y angostos pasajes. "Esto era un microbasural, por ejemplo, pero todo cambió y la gente ahora cuida. No tira las cosas a la calle. La gente comienza a encariñarse y mira desde otra perspectiva su comuna", añade.
Ese vínculo es un añadido que se logró con estos planes. La Pintana, que este año cumplirá 30 años desde su fundación, nació como una comuna receptora de cientos de familias de tomas erradicadas de Vitacura, Las Condes y sectores rurales de Puente Alto. "Se echó a andar con una política de mínimos: viviendas sociales pequeñas, escasos accesos, pasajes chicos, pocas áreas verdes. Eso había que revertirlo, tratando de que la comuna se sintiera propia, lejos a la imagen de tráfico y estigmatización. La gente se identificó con sus plazas, el reciclaje…", dice Marchant.
Algo similar opina el ministro Badenier. "Lo que ocurre en La Pintana no tiene que ver sólo con un proyecto de reciclaje, sino también con incorporar el tema ambiental en el quehacer diario del municipio".
Un quehacer que han intentado imitar en otros lugares del país: dos veces al mes llegan comisiones de otros municipios hasta las dependencias del Diga para conocer cómo funcionan los programas. Sin embargo, el alcalde Pavez pone paños fríos.
"Me doy cuenta de que cuesta mucho replicar nuestra experiencia: muchas veces no tienen los profesionales o quieren hacer lo mismo, en algo que nosotros nos demoramos años", dice. "Pienso que hay comunas que en el fondo hacen campañas publicitarias. Recolectan una fracción de basura y con eso queda satisfecha su autopercepción de ambientalistas. Pero esta es una actitud de vida", añade el edil.