La conmoción producida por la exclusión de Bolt en la final más esperada de los Mundiales de Daegu ha reavivado una polémica que parecía olvidada en torno a la regla de salidas falsas que entró en vigor en enero del 2010, según la cual un atleta es descalificado la primera vez que se adelanta al disparo, a excepción de las pruebas combinadas, en las que se penaliza la segunda.
El estadounidense Walter Dix, que llegó segundo a la meta, detrás del jamaicano Yohan Blake, compañero de entrenamientos de Bolt, ni siquiera se lo creía. "Realmente, nunca pensé que se atrevieran a descalificarlo", comentó.
Un pensamiento compartido por muchos aficionados en el mundo atlético, frustrados por no haber podido asistir al insuperable espectáculo que ofrece Usain Bolt en plena acción.
La regla 162, apartado 7, del reglamento de competición de la IAAF fue aprobada en agosto del 2009 por iniciativa del presidente de la Federación Española, José María Odriozola, con el propósito de evitar fraudes de ley. La experiencia demostraba que algunos atletas, cuando sólo se castigaba la segunda salida falsa, provocaban deliberadamente la primera para causar nerviosismo en sus adversarios.
La reforma del reglamento levantó una polvareda de críticas entre los atletas, pero la IAAF se mantuvo firme y el debate fue quedando relegado al olvido, pero Bolt ha vuelto a atizar la polémica.
La nueva regla perseguía, por un lado, privar de un arma a los tramposos y, por otro, evitar las demoras que causaban en el programa la sucesión de salidas falsas. En unos Mundiales, con más de diez series de 100 metros en la primera ronda, el retraso superaba, a veces, la media hora.
La fatídica regla tiene dos víctimas principales: en primer lugar, el atleta que, sin mala fe, comete un error y se ve privado de participar en una carrera que ha preparado durante todo el año en sesiones durísimas de entrenamiento; en segundo lugar, el aficionado que ha comprado una entrada para ver, por ejemplo, a Bolt y los dueños del negocio le birlan el espectáculo.
Muchos aficionados juzgan ridículo que la figura máxima del atletismo mundial pueda ser privado de competir por un simple error en la salida, un momento en el que se masca la tensión y el ambiente, con el estadio en profundo silencio, se puede cortar con un cuchillo.
A partir de ahora, el aficionado que adquiere su billete para el día de la final de 100 metros se lo pensará dos veces y tal vez concluya que no merece la pena el desembolso si al final, por una cuestión reglamentaria, le escamotean el "show".
El escándalo no se hubiera producido, probablemente, si la tarjeta roja de exclusión hubiera sido para cualquier otro finalista, pero un día u otro tenía que suceder, inevitablemente, que la regla se cobrara una pieza mayor, la más grande del universo atlético presente.