Entonces, ella se levanta, camina dos pasos descalza hasta la mampara de doble hoja que separa la cocina-comedor del living,  se calza unos tacones celestes de casi 10 centímetros, se voltea y pregunta: "¿Dónde quieres tomar las fotos?" Un sofá listado y un sillón de terciopelo púrpura que están en el living, y un chaise longue rojo de la sala de televisión serán parte de la escenografía. Ese es el momento. Cuando ella se sienta en el primer sofá, acomoda su cabellera negra, yergue la espalda y levanta la barbilla, cruza las piernas y las inclina levemente hacia un costado y, finalmente, fija su vista en el lente de la cámara... es ahí cuando su dignidad real toma cuerpo. Pues, pese a que ella insiste en que no tiene grandes responsabilidades en Malasia o que por ley no están obligados a saludarla con una venia en ese país; pese a todo eso, cuando ella camina y posa ante las cámaras, en el living de su casa se respira que estamos ante una princesa.

Tunku Soraya Dakhlah Binti Tunku Abdullah. Ese es el nombre completo de quien en el área poniente del valle de Colchagua es llamada, simplemente, Pai. Y en Malasia, de donde ella proviene, Tunku significa príncipe o princesa; y binti, hijo de. Cuando lo escribe sobre mi cuaderno, el nombre sobrepasa una línea y ella se ríe cuando se lo hago ver y responde que tiene una prima que, con todos sus títulos, ocupa tres.

Tunku Soraya es princesa del Estado de Negeri Sembilan, una de las nueve regiones de Malasia regidas por sultanes o reyes, y entre las cuales se elige cada cinco años al rey que mandará al país. Un sistema autoimpuesto desde 1957, cuando los nueve reinos más otros tres estados se independizaron, para luego formar la Federación de Malasia.

"El primer rey de Malasia -o Yang di Pertuan Agong, como lo llaman allá- fue mi abuelo", cuenta ella en su inglés de entonación neutra y pedagógica, y con esa voz pastosa y suave que da el cigarrillo a las mujeres de voz grave. Sin jactancia, continúa: "La segunda vez que a mi estado le tocó gobernar el país, mi tío fue el rey". Hoy, uno de sus primos es el sultán de Negeri Sembilan, o sea, gobierna la provincia originaria de Tunku Soraya.

La conversación con la princesa tiene lugar en su casa de tejas y revestimiento de adobe, construida en un sector de Colchagua. No más especificaciones del emplazamiento, pues la condición que ella puso para hablar fue que no se indicara el lugar exacto donde hace poco más de un año levantó su hogar aquí en Chile junto a su esposo, Sharif Mahdi Abdal Majid. La princesa sabe que su título real puede atraer curiosos que quiebren lo que ella disfruta del lugar: vivir relajadamente bajo un anonimato que en Malasia le es más esquivo.

Este es un lugar donde, además de desarrollar un proyecto de pareja, ella ha logrado ahondar su sentido de pertenencia. Sin querer, un terremoto y la posterior reconstrucción le han ayudado a eso.

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En esta zona de Colchagua, esa provincia de la Sexta Región donde se distribuyen poblados de pocas cuadras cortados por la carretera, como Peralillo, Población o Marchigüe, varios saben que ella no es otro extranjero más de los que en los últimos años han sido seducidos por el clima secano costero, sus viñedos o la vida de campo. Un lugareño dice saber que una princesa se construyó una casa por aquí. Ante la pregunta de por qué cree que eligió este lugar, responde, con una mezcla de sabiduría campesina y comidillo de pueblo, que a ella le gusta, pues "se siente libre acá". 

Sentadas en su comedor de 10 sillas, Tunku Soraya cuenta que "vine por primera vez a Chile en 2005" para asistir al matrimonio del hijo del embajador de Chile en Malasia, Patricio Torres. Más tarde nos dirá que fue su padre quien comenzó la amistad con los representantes diplomáticos chilenos, y que el príncipe-padre visitó el país una década antes que ella y le comentó que, para él, "no había dos pueblos más parecidos que los chilenos y los malayos".

En ese primer viaje, en diciembre de 2005, Soraya conoció Santiago y fue invitada por otro ex embajador, Roberto Ibarra, al valle de Colchagua. "El embajador Ibarra tenía sus amigos acá, ellos me invitaron… Me enamoré del lugar y volví a los tres meses", recuerda. Volvió a retornar a fines del 2006 y luego en 2007 y en 2008. En cada viaje, aprovechaba de conocer otros países: Ecuador, Argentina, Bolivia; pero siempre el objetivo era llegar hasta el Valle de Colchagua. En el último viaje trajo a Sharif, con quien se había casado el año anterior. "Yo quería  que conociera  a mis amigos, que experimentara el Valle de Colchagua. Vinimos y él se enamoró del lugar y de las personas en la primera noche".

-¿Qué fue lo que tanto les gustó?


- Las personas en Chile son increíbles, son tan cálidas, tan acogedores… cuando ellos te invitan a su casa, te invitan a sus vidas.

Tunku Soraya lo dice con el conocimiento que le da el haber sido criada "overseas", como dice ella.

A los tres años sus padres se separaron y su madre, neozelandesa, se la llevó a ese país. Allí estudió parte del colegio y, luego, se trasladaron a Inglaterra. En la universidad de Brunel estudió sociología de medios y después realizó un máster en periodismo en City University. Siempre yendo y volviendo a Malasia. Al terminar, vivió por dos años en su país, pero en 1993 se trasladó a Hong Kong a trabajar en televisión. "Ibamos a instalar un canal en Malasia -ella y su familia- y ellos querían que ganara experiencia trabajando en una estación grande". El canal lo armó con su hermano, les fue bien y en 1997 lo vendieron. Hoy Tunku Soraya y su esposo manejan una firma editorial, que están cerrando para dedicar más tiempo a su proyecto en Colchagua.

-¿Tienes que trabajar para vivir?


- Sí. Depende del Estado. El mío, Negeri Sembilan, no es un estado muy rico, tiene una tradición muy larga en nuestro país, por eso el primer rey fue mi abuelo, pero no tenemos petróleo o esas riquezas.

Cuenta que sus nueve hermanos trabajan: uno tiene una compañía de seguros, otro vive en Australia y es escritor y una hermana es investigadora en un hospital. Su padre les forjó un espíritu libre. "Mi padre fue un hombre muy inusual, se casó varias veces. Nada era un obstáculo para él. A él le importaba que nosotros viviéramos nuestras vidas de la forma que quisiéramos y se aseguró de que todos fuéramos a la universidad". 

Ninguno de sus hermanos vive en palacios. Otra historia es la de su abuelo. "El vive en el antiguo palacio, que tiene un par de cientos de años. Mi primo (el sultán) ocupa el nuevo palacio". Pero no hay sólo uno, pues ella explica que el jefe de la realeza vive en una villa real. Ahí está la mezquita y el cementerio familiar. En la capital del estado, tienen otro palacio. Y en la capital del país, Kuala Lumpur, hay otro más de su familia. 

La casa que se construyó en Colchagua es cómoda, amplia y con una distribución para recibir a los amigos: la puerta de entrada más utilizada es la de la cocina, que conforma una sola unidad con el comedor. Especial para las largas veladas que, ella cuenta, se dan con frecuencia en esta zona.

"Tenemos un grupo increíble de amigos. Luis Allegretti, que es italiano, una pareja de bolivianos, un portugués, colombianos y chilenos. Nos vemos todas las semanas. Cenamos en las distintas casas. La vida social en el Valle de Colchagua es bastante fuerte, creo que porque somos una pequeña comunidad con ganas de estar siempre juntos".

Lo más excéntrico en su hogar es la casa de los perros. Tienen dos: Lipi, bautizado así por los maestros constructores por el parecido que el quiltro tiene con el perro de Lipigas; y Boby, un gran danés, con tantas manchas que parece una vaca flaca. Sobre un patio de ingreso, se ven las tejas de la casa de los perros, que también es revestida por adobe. Lo más singular: la chimenea, pues las mascotas tienen una en su perrera.

La madrugada del 27 de febrero de 2010, de su casa sólo estaban los cimientos, así que no sufrió daño. Esa noche, Pai y Sharif cenaron en el hogar de Allegretti, donde también se alojaban. En dos días volverían a Malasia.

Su vida en Nueva Zelandia la había preparado para temblores, pero este "fue el primer 8.8 para todos. Nunca voy a olvidar el ruido, era como si la tierra nos viniera a comer".

Parte de la casa del amigo italiano se vino abajo, pero como contaban con generador y agua, en el jardín del lugar acomodaron camas y en una residencia anexa se armó la cocina para todo el grupo. "Sus hermanos estaban muy preocupados, por lo que veían de Chile y ofrecieron enviar un avión a buscarlos", cuenta una amiga de la pareja. Pero ellos, prefirieron quedarse y ayudar a Allegretti a remover escombros y rescatar las  obras de arte y muebles aplastados. "No era el momento de abandonar a nuestros amigos", dice Pai. Tras esa experiencia, se involucraron con la reconstrucción.

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-¿Quieren que cambie de vestido?- pregunta ella antes de salir para seguir con las fotos.

- Sí- responde el fotógrafo.

- ¿De qué color prefieren?

- ¿Tiene algo blanco?

Cinco minutos y ella baja desde el tercer piso con una solera blanca, un sombrero alado de fibra enlazado con un pañuelo de seda. Los zapatos, nuevamente, con taco de 10 centímetros.

Tunku Soraya sabe vestirse y aparecer ante las cámaras. No sólo porque en su trabajo editorial la imagen es clave (como se ve  en los libros de formato grande que edita y que destacan aspectos culturales de su país) Al googlear su nombre, ella aparece en Malasia en varias ceremonias protocolares o en actividades sociales, como la inauguración de un club de yates que su padre promovió. También están las fotos de su boda. Su marido ya me había contado que los malayos tienen como deporte nacional asistir a matrimonios, pues no se trata de una ceremonia por casorio. En el caso de ellos, hubo tres.

Parte de esas actividades son las responsabilidades que la princesa debe cumplir en su país, aunque ella dice que no son nada comparadas a las que tienen sus primos, que viven regularmente en Malasia. Por eso, con Sharif han decidido vivir tres meses acá, tres allá y así. 

Cuando ella está en Malasia, en las calles la reconocen como la princesa Soraya. "Sucede más en las ciudades, aunque depende", dice.

-¿Y te deben hacer una venia?

-No, ellos pueden, pero no tienen que hacerlo. Por la constitución no están obligados, excepto ante el rey o el sultán. En nuestra familia es una señal de respeto hacia los mayores. Mis sobrinos menores me hacen la venia.

Cuando se encuentra con su primo-sultán, es ella quien debe juntar sus manos, ponerlas a la altura de la frente e inclinar la cabeza. 

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La solera blanca que Pai usa servirá, además, para retratarla en otro capítulo de su vida en Colchagua. Con ese atuendo ella nos guía hasta la Casa Morales, en Población. Se trata de una casona de unos 1.200 m2, construida a principios del siglo XX y que con el terremoto quedó bastante dañada, pero reparable. Esa será la sede de la Corporación Campo Antiguo Colchagua Poniente, una entidad que nació de manera espontánea cuando un grupo de amigos y conocidos se encontraron en las calles llevando ayuda tras el terremoto.

Pai y Sharif, o el embajador Ibarra son parte de los "socios activos", o sea, de la veintena de personas más involucradas. En la dirección está Martín Rodríguez (de la consultora Feedback) y Fernando Silva, ex directivo del grupo Quiñenco.

En su inicio, el grupo se abocó a ayudar a los damnificados, entregándoles materiales de construcción y asistiéndolos en proyectos para reconstruir con arquitectura tradicional las casas derruidas. Ahora Campo Antiguo busca que esta zona aumente su atractivo turístico fomentando sus tradiciones artesanales, como el tejido, o agrícolas, como el cultivo de viñedos u olivos.  

El proyecto de Campo Antiguo es algo que entusiasma a la pareja. Es la razón por la que ella decidió posar para nuestras cámaras. "¿Sirve la publicación a la corporación?", le preguntó a quien hizo de contacto para conseguir la entrevista. Cada vez que la pareja está en Chile participa de las reuniones -formales o informales- donde se toman decisiones sobre la corporación; el "18" lo celebraron en la plaza del pueblo con las autoridades locales y la comunidad y en otro fin de semana de ese mes -cuenta Pai entusiasmada-, los socios estuvieron chuzo en mano arreglando Casa Morales. Ella se concentró en desmalezar el jardín.

Un trabajo similar al que hace a diario en su propia casa pues, según explica, con Sharif pasan los días dando cuerpo a su proyecto: cultivar sus propias verduras, dar forma al jardín y explorar si a futuro desarrollan producción de trufas y levantan una plantación de olivos en las 15 hectáreas que tienen en la zona. "Necesitamos ver qué se da bien en esta tierra". Más tarde, Sharif me dirá que para ellos todo es nuevo, pues ambos eran citadinos. El, por ejemplo, creció en Washington, donde su padre era embajador y luego estudió cine y trabajó como productor de TV en EE.UU. 

Mientras recorremos los salones de Casa Morales, uno olvida que ella se sostiene sobre 10 centímetros de tacones cuando sube con su andar cadencioso la escalera que da al segundo piso del lugar que costará unos $ 150 millones restaurar y convertir en centro cultural.

Cerca de las 18.00 la pareja dice que debe volver a casa, pues esperan la llegada de un camión con compost. Les quedan tres semanas antes de retornar a Malasia y deben apurar el trabajo. Sharif ya ha mirado de soslayo la hora un par de veces. Justo cuando nos despedimos y ella se sube a la parte trasera del auto, dos niños aparecen corriendo. "¡Pai, Pai!", le grita un chico de pelo rubio y ojos claros, que habla en francés; el otro, con el pelo hirsuto y moreno, le sonríe. Ella pide que detengan el auto para abrazarlos. Sharif olvida el reloj y conversa con la madre de uno de ellos. Es parte de lo que disfrutan de la zona.