Es un día frío en Santiago. El cielo presenta una clara amenaza de lluvia, pero eso no detiene a François. Se despierta temprano, se lava los dientes, se cambia ropa y sale de su casa para emprender otro día de búsqueda. Sabe que necesita encontrar un trabajo pronto, pues su visa de turista en Chile vence en 30 días más. Sin embargo, la suerte no lo ha acompañado.
Ya cansado de golpear puertas, decide hacer algo más radical y comienza a hablarles azarosamente a las personas que circulan por la calle Santa Elena, en la comuna de Ñuñoa. Con un escueto español pregunta: "¿Tienes trabajo? Necesito trabajar". La gente lo mira raro y con indiferencia, pues no imaginan la historia de esfuerzo y perseverancia que trajo a este joven de 19 años a Chile.
Es originario de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Tiene cuatro hermanos allá y a sus padres, un mecánico y una dueña de casa, a quienes tuvo que dejar con la promesa de buscar mejores oportunidades y ayudarlos. Su madre, de 43 años, no quería que dejara la escuela, pero él sentía que hacerlo era su responsabilidad.
Fue así como, luego de juntar casi un millón y medio de pesos, emprendió su vuelo acompañado solo por sus ganas de encontrar una mejor calidad de vida.
Eligió Chile como destino porque acá tiene a su primo y la esposa de este, quienes llegaron al país hace más de un año y lo acogieron tras su arribo en su casa en Lo Prado.
"En el colegio me gustaba aprender francés e inglés, no español, pero ahora estoy aquí y lo necesito", se lamenta, pues la brecha idiomática ha sido uno de sus grandes problemas para encontrar un trabajo.
Además de eso, su corta edad, la falta de residencia definitiva y no haber terminado el colegio también le pasan la cuenta. "No terminé de estudiar porque mi familia no tiene dinero, y estudiar allá es muy caro", explica. Sin embargo, no quiere que sus hermanos pequeños corran la misma suerte. "Mis hermanos menores son escolares y van a un colegio muy grande. Me gusta que ellos estudien, que se eduquen", afirma.
Desafortunadamente, la única experiencia laboral de François en Chile fue con otro extranjero, que lo contactó para realizar un trabajo casual soldando y pintando, pero finalmente no le pagó por los servicios prestados.
No obstante, pese a que su búsqueda independiente no ha dado resultados, el joven se niega a la idea de solicitar ayuda en una de las iglesias haitianas en nuestro país. "No tengo ropa para ir a la iglesia. Esta ropa es para andar en la calle", dice tocando sus prendas. En Haití, el 80% de la población es católica y asistir a la iglesia con una tenida informal es impensado.
El español se le hace difícil, pues "los chilenos hablan muy rápido", dice. Pero un traductor que descargó en su celular lo ayuda bastante cuando no entiende el idioma. De hecho, poco a poco ha ido adoptando modismos, como decir "si poh" para responder afirmativamente.
Al parecer se adapta rápido. Ya reconoce a los máximos ídolos del fútbol chileno: Arturo Vidal y Alexis Sánchez, y también a su compatriota, Jean Beausejour, a quien nombra orgulloso: "el es haitiano", dice sonriendo.
Porque, pese a las dificultades, François se resiste al fracaso y no pierde el optimismo. A su teléfono llegan algunas direcciones de posibles trabajos que le envían conocidos, pero no conoce Santiago y esa situación lo complica.
De repente, recibe un llamado de un compatriota que le cuenta de una chilena que busca a alguien para trabajar. Se entusiasma, pero la oferta es lejos, en Chiloé, una isla mucho más fría que su natal Haití, pero que hasta ahora es su única alternativa de un futuro mejor. Lo piensa, duda, no quiere estar lejos de la única familia que tiene en Chile y decide quedarse en Santiago, a la espera de una nueva oportunidad. Se sumerge en el Metro e inicia el regreso a Lo Prado, sin antes repetir la promesa que lo trajo a Chile: "Cuando tenga un trabajo enviaré dinero a mi familia. Esa es la razón por la que vine a aquí", sentencia.