Esculpir el mármol, tallar la madera, modelar la arcilla, fundir el acero. Hubo una época en que la relación que establecía el escultor con su material de estudio era fundamental para el desarrollo de su carrera y su prestigio como artista. En esa tradición de escultores consagrados a su objeto de estudio hay ejemplos notables en Chile, desde los mármoles de Virginio Arias y Lily Garafulic, las figuras en piedra de Tótila Albert y Marta Colvin, pasando por los aceros del fallecido Sergio Castillo,  quien por estos días recibe un homenaje en el Museo de Bellas Artes con la exposición Domador de metales, o las piezas de hormigón de Federico Assler, quien tiene su propio parque de esculturas en el Cajón del Maipo.

Sin embargo, desde hace más de tres décadas, la disciplina ha ido mutando en todo el mundo y los límites entre escultura, arquitectura, performance e instalación se han vuelto cada vez más difusos. En Chile el fenómeno se replica. “La escultura  entendida en el contexto contemporáneo ya no existe como tal. Hoy no se puede hablar de escultores sino de artistas visuales que trabajan  con conceptos y lenguajes más que con técnicas definidas. Tampoco interesa tanto la obra como objeto estético, lo importante es el diálogo de la escultura con su contexto, el paisaje, la política y la cultura”, dice el escultor y docente de la UC,Gaspar Galaz.

El fenómeno en el mundo se viene estudiando a partir de los años 60, por críticos como Rosalind Krauss, académica de la Universidad de Columbia, quien fue una de las primeras en preguntarse sobre los límites de la escultura. Para Krauss, el origen de la escultura está en la monumentalidad, obras creadas para conmemorar algún hecho o personaje. Sin embargo esa fórmula empieza a fallar, debido a la expansión de los lenguajes y la condición nómade que comienza a tener la escultura. La crítica de arte redefinió la escultura como el no-paisaje y la no-arquitectura, pero que al mismo tiempo incluyen estas otras disciplinas anexas en la obra. En este nuevo tipo de escultura se inscriben artistas como los estadounidenses Richard Serra, Robert Morris y Michael Heizer y más tarde el alemán Tony Cragg, el inglés Richard Long o el indio Anish Kapoor.

En Chile el quiebre se podría marcar con la obra Cuerpos blandos de Juan Pablo Langlois. En 1969,  el artista invadió el Museo de Bellas Artes con una larga manga de polietileno negro, rellena de papel de diario, que recorría el hall, pasillos, salones del edificio y que salía por las ventanas. La obra funcionaba como escultura, pero también inauguraba un nuevo concepto en la práctica nacional: la instalación. A diferencia de la escultura, la instalación es efímera, no tiene una forma definidia, sino que pone el acento en el concepto y el espacio físico que ocupa . No en el objeto mismo. “Este cambio implica que la praxis escultórica se descentra y se abre a un diálogo activo con el espectador. Como diría Javier Maderuelo (teórico español), la escultura desciende del pedestal y se encuentra con la cotidianidad. La escultura contemporánea chilena ha ido transformándose en un ejercicio crítico que cuestiona y pone en tensión nuestra realidad contextual”, explica el artista Mauricio Bravo, quien junto a los académicos de la U. de Chile Luis Montes y Sergio Rojas trabajan en una investigación, financiada con Fondart, sobre escultura contemporánea que publicará a inicios de 2016.

Más allá del objeto

En las últimas dos décadas, en la escena local, han aparecido una serie de artistas visuales  que han estrechado aún más los conceptos de escultura e instalación. Es el caso de Pablo Rivera (1961), quien cita los procedimientos tradicionales de la escultura como modelar y ensamblar, pero usando materiales pedestres, desde coronas funerarias, pasando por cachureos y objetos de mimbre. También está Marcela Correa (1963), formada como escultora en la U. Católica. La artista comenzó con un trabajo más tradicional ligado a la piedra y la madera, pero ha mutado en usos y materiales poco tradicionales. Con su esposo, el arquitecto Smiljan Radic diseñaron el restaurante Mestizo, incorporando elementos escultóricos, como piedras gigantes a la vista que sirven de soporte a la construcción. Y dentro de los últimos trabajos de Correa está una serie de colchones rellenos de lana que la artista amarró hasta formar volúmenes amorfos que suspendió en el espacio. “Nunca he hecho una instalación. Lo que sucede es que la escultura se expande en el espacio, pero manteniendo su condición objetual. Mis esculturas siempre tratan de molestar, de ocupar espacio, nunca son concebidas como decoración”, dice Correa.

Otros que pasaron el mismo trayecto desde una escultura tradicional hacia una más cercana a la instalación son Cristián Salineros (1969) y Patrick Steeger (1970). El primero partió con madera y fierro creando objetos inspirados en semillas, y derivo luego en gigantes esculturas  tridimensionales que asemejaban jaulas, con aves en su interior. Mientras, el segundo reutiliza materiales industriales, como desechos de madera que vuelve a ensamblar u objetos como pantallas de lámparas o trompos que también transforma. Steeger es el autor de, por ejemplo, la escultura de maletas dispuestas como una gran torre, instalada en el Aeropuerto de Santiago. “No me considero un escultor tradicional, la escultura es un campo de trabajo, como lo es  el diseño y la arquitectura en mi obra. Si me interesa el tema del oficio, y profundizar en la investigación de los materiales”, dice Steeger. En la nueva camada de artistas  están Pilar Quinteros (1988), y sus cruces con la arquitectura y el rescate patrimonial, o Adolfo Martínez (1982), quien trabaja con objetos del campo a los que da un nuevo significado.

Para el teórico de la U. de Chile y autor de Fuera del cubo blanco: lecturas sobre arte público contemporáneo, Ignacio Szmulewicz, otra reflexión pendiente es la relación entre escultura y espacio urbano. “En ese contexto la escultura sigue viéndose como un objeto decorativo en Chile. Hay una deuda de la escultura por trabajar con tensiones políticas, sociales y culturales en la ciudad, que es un soporte mucho más complejo que un museo. Allí está el próximo desafío de la escultura”.