Es un hecho que la DC no tendría ni la mitad de los problemas que tiene hoy si en su momento, antes de incorporarse a la Nueva Mayoría y de apoyar a Michelle Bachelet el 2013, hubiese negociado un programa de reformas sensatas y que la representaran. Eso es cierto y es fácil decirlo. Pero hay que revisar las circunstancias en que tuvo lugar ese apoyo –cuando Bachelet era un fenómeno, cuando su regreso al poder estaba a la vuelta de la esquina y cuando el partido aún no se reponía del triunfo de la derecha tres años antes- para conceder que tenía en ese momento más hambre que poder de negociación. Hizo entonces la vista gorda, guardó silencio cuando la nueva coalición abjuraba de los 20 años de Concertación y compró su entrada a la fiesta. La pasó bien hasta cierta hora -parece- y ahora está en la resaca. Lo que iba a ser una noche alegre e interminable terminó mal. Quizás algo tóxico contenía el licor.

Si el partido se hubiera puesto duro en su momento, lo más probable es que hubiera quedado fuera de la Nueva Mayoría. No se habría desperfilado como se desperfiló, pero, sin duda, la orfandad habría mermado su fuerza parlamentaria, no obstante lo cual el gobierno triunfante igual tendría que haber negociado con la DC en el Congreso Nacional para llevar a cabo su programa. ¿Qué programa? Justamente el de las reformas que la DC no leyó en su momento y que, a pesar de no haber leído, apoyó y ha seguido apoyando con rezongos, con protestas aisladas, con caras largas a veces, con matices siempre, pero con una disciplina casi estalinista al momento de votar en el Parlamento.

Eso tuvo un costo: la colectividad ha ido perdiendo identidad tanto en la escena política como dentro del oficialismo, y la DC hoy está en problemas. Siente estar en una coalición que la maltrata. Sigue sin mover las agujas en las encuestas presidenciales. Sigue sin encontrar su destino. Dice tener reservas sobre lo que ha hecho este gobierno, aunque todavía no es capaz de explicitarlas con claridad. ¿Qué es lo que no les gustó a los democratacristianos, aparte de la compañía del PC? ¿Qué es lo que hubieran hecho distinto, teniendo en cuenta que de sus filas salieron varios de los y las guaripolas del programa de reformas? ¿Cómo perfilar ahora una candidatura propia, que dice ser distinta del mero continuismo, pero que, sin embargo, hasta el día de hoy flota en una nube de indefiniciones, partiendo por las que mantiene en su relación con el gobierno?

No vienen días fáciles para la DC. Entre otras cosas, porque eso que antes se llamaba el centro político se volvió un terreno difuso y una cornisa peligrosa. Más que un lugar, se ha convertido en una fosa que se ha tragado muchas intenciones y proyectos. Hubo una época en que se tomaba en serio la idea de levantar con cuatro palos una picante carpa en el centro y esperar a que llegaran en masa los desencantados que vendrían arrancando de las premuras infantilistas de la izquierda y de las regresiones inmovilistas de la derecha. Los que intentaron ese negocio saben bien que no llegó nadie y le echaban la culpa al sistema binominal. Ahora que se acabó el binominalismo, y tampoco llega nadie, las culpables serían las encuestas.

La DC perdió, por decirlo así, el poder de arbitraje con que emergió en los albores de la transición y hoy padece el síndrome del abandono. Los que hasta hace poco fueron sus socios, el polo progresista, representado por el PS y el PPD, dejaron de apreciarla, de valorizarla, y han decidido correrse a la izquierda. Más que retener al electorado moderado, quieren pelearle al Frente Amplio el voto más ultra y, en ese contexto, desde luego la DC tiene poco que hacer. De ahí al aislamiento hay apenas un paso. Huelga decir que la opción de trasladarse con camas y petacas a la centroderecha -que es donde la DC, por lo demás, se sitúa en todo el mundo- tampoco es viable, porque traicionaría el ADN antiderechista que está en los genes, en la historia y en la piel de la colectividad. De eso, entonces, ni hablar.

Es quizás tarde para que la DC convenza a sus aliados de la importancia que tiene y recomponga la centroizquierda. Una DC en ese sector -eso sí que conteniendo, introduciendo racionalidad, no reducida a la condición de flan- es mil veces más provechosa para el país que como partido ensimismado y solitario. Pero el riesgo de terminar en eso, que fue lo que la colectividad quiso evitar el 2013, vuelve a reaparecer. Con un par de agravantes, claro: la colectividad se ha seguido desgastando desde entonces y la DC, que es parte de este gobierno, todavía no le ha dado al país las explicaciones del caso.