La "revolución de los paraguas" de Hong Kong vive sus horas más bajas, en medio de la profunda división entre las facciones impulsoras del movimiento, las órdenes judiciales, las cada vez más fuertes intervenciones policiales y la creciente apatía de la población.

Más de dos meses después de aquellas primeras convocatorias en las que cientos de miles de personas clamaban por la democracia en las calles de Hong Kong su objetivo sigue siendo hoy el mismo, elecciones libres en 2017, pero la falta de éxito ha puesto en duda la maneras de conseguirlo.

La organización que llamó a la movilización en un primer momento, y que aceleró la ocupación, la Federación de Estudiantes universitarios, debate hoy si continuar la ocupación de vías públicas, mientras que los líderes de otro de los tres pilares de la revolución, Occupy Central, ya plantea opciones alejadas de las calles y cinco miembros del grupo más joven, Scholarism, mantienen una huelga de hambre.

Las quejas de empresas de autobuses y de taxistas, entre otras, han promovido órdenes judiciales que han sido respetadas por los manifestantes y que han llevado en el último mes a desmantelar uno de sus puntos de ocupación más fuertes, en el barrio obrero de Mong Kok.

A ello, se suma la cada vez más fuerte intervención policial y los enfrentamientos, además de la apatía de la sociedad hongkonesa, cuya mayoría hoy quiere el fin del bloqueo de calles, sin que ello, no obstante, signifique que estén en contra de la democracia.

"Creo que estamos presenciando la última semana de ocupación", sentencia a Efe el politólogo Willy Lam, quien compara la revolución de los paraguas con "Occupy Wall Street" y cree que, como el movimiento neoyorquino, "nada puede durar para siempre".

Con él coincide otro catedrático de Política de la Universidad de Hong Kong, Peter Cheung, quien afirma que el movimiento está perdiendo toda su fuerza: "O encuentran una salida y se retiran, o la mezcla de la división entre los manifestantes y las acciones gubernamentales acabarán con la ocupación área por área", explica.

Cheung se refiere a la orden judicial que dicta el desalojo del que ha sido el corazón de las protestas, Admiralty, y que será ejecutada en los próximos días.

"No sé si nos iremos. Hay mucha división, y cada vez menos gente nos apoya porque no hemos conseguido ningún progreso y ahora ni la Policía nos protege. Ese es el sentimiento", resume a Efe Harry, el nombre de pila de un joven ayudante de profesor que salió los primeros días con ilusión a las calles para "luchar por un Hong Kong mejor" y que ahora se encuentra desilusionado.

El manifestante, de 26 años, sigue acudiendo tras el trabajo a Admiralty, pero cada vez ve a menos gente: "Si nadie nos apoya, nos iremos. Estamos muy decepcionados con nuestros políticos", comenta.

Para los analistas, la estrategia de Pekín de no hacer ninguna concesión y esperar a que el movimiento se agote está surtiendo efecto, aunque alarman de las brechas que la respuesta gubernamental a los "paraguas" ya ha producido en el sistema.

"La estrategia de Beijing y el Gobierno de Hong Kong de desgastar el movimiento al no tratarlo como un problema político, sino como uno relacionado con el orden público, ha funcionado hasta ahora, pero el efecto a medio y largo plazo es desastroso", sentencia el profesor Cheung.

En su opinión, las protestas esporádicas serán cada vez más frecuentes en el futuro ya que los ciudadanos han perdido la confianza en el Gobierno e, incluso, en la policía.

"Al movilizar el sentimiento popular contra los manifestantes en lugar de responder a sus demandas políticas y seguir cualquier tipo de estrategia sin un mínimo de interés reconciliatorio, han erosionado seriamente el sistema de gobierno", incide Cheung, quien alerta de que el futuro del modelo 'un país, dos sistemas' quedará en entredicho.

En este contexto, los analistas auguran que Pekín aprovechará el punto bajo del movimiento para aumentar la brecha existente entre los impulsores.

"Beijing es muy bueno a la hora de dividir", comenta el experto Lam, poco antes de que varios legisladores hongkoneses y prochinos anunciaran que harán de mediadores para que estudiantes y Gobierno retomen el diálogo después de visitar a los jóvenes que se encuentran en huelga de hambre como medida de presión.

No obstante, hay algo que, según coinciden todos los expertos, Pekín ya no podrá controlar: la pasión por la democracia que los paraguas ya han contagiado en Hong Kong.