La primera vida de Yasmani Acosta comenzó hace 27 años en la pequeña localidad de Agramonte, un pueblo situado en el corazón de la provincia cubana de Matanzas. Desde un lugar como aquel, surcado por decenas de puentes, al atleta, todavía joven, le resultó casi fácil desembarcar en la capital, La Habana, para continuar con su crecimiento . Fue allí donde pulió su técnica, a la sombra -o tal vez al abrigo- de Mijaín López Núñez, probablemente el mejor luchador del planeta en su categoría. Su siguiente desembarco, convertido ya en campeón panamericano de lucha grecorromana, título que ganó en 2011, no sería en absoluto tan sencillo.
Y es que la segunda vida de Yasmani Acosta comenzó hace sólo cuatro meses, en el Campeonato Panamericano específico de Lucha Olímpica celebrado en el mes de abril, en Santiago. La delegación cubana, compuesta por 30 integrantes, concurrió a la cita, clasificatoria para los Juegos Panamericanos de Toronto.
Yasmani cumplió con su cometido. Saltó al colchó, se colgó la presea de bronce y logró un cupo para su país. “Mi objetivo era competir y darle la clasificación a Mijaín (López), porque Mijaín tenía que ir a Toronto. Es mi amigo y todo lo que sé lo aprendí de él”, confiesa el gigante cubano -de 130 kilogramos de peso y 195 centímetros de estatura-, con una triste sonrisa en su semblante.
La evasión
La selección nacional cubana tomó un vuelo de regreso a la isla una vez finalizada la competencia. La medalla y el cupo panamericano de Yasmani se subieron a aquel avión, pero no el luchador.
“Ya en Cuba había decidido venir para quedarme. Yo ya estaba viendo que el esfuerzo físico y la preparación de uno, quizás no valían de nada por el espejo que tenía enfrente: Mijaín, dos veces campeón olímpico y cinco veces campeón del mundo. Con un solo cupo por categoría, obviamente era muy difícil encontrar mi lugar. Andaba buscando una oportunidad de demostrar que estoy preparado, que tengo nivel”, explica, con confianza, pero también con humildad, el luchador, quien hurdió en solitario su plan de deserción y quien, desde entonces, se ejercita diariamente en las instalaciones del CAR de Santiago a la espera de que su situación termine de regularizarse para poder volver a competir: “Llevo entre 13 y 15 años luchando. Hasta ahora he sido campeón panamericano y campeón nacional en Cuba, y me siento bien parado. Mi único objetivo es poder ser parte cuanto antes del equipo de Chile. Tanto yo como la Federación chilena estamos esperando que eso pueda suceder”, sentencia.
Pero no sólo desde el seno de la Federación aguardan poder contar cuanto antes con Acosta. Alberto Burgos, Tico, seleccionador chileno de Lucha Olímpica, se refiere así al potencial del atleta matancero: “Si Yasmani empezase a competir por Chile, yo creo que estaría con toda seguridad entre los diez mejores luchadores del mundo en su categoría (130 kg). Si pudiera competir y tener, a nivel de viajes y de apoyo, todos los beneficios de formar parte de una selección como la chilena, su rendimiento sería altísimo. Yo llevo muchos años en esto y de verdad creo que sería el mejor deportista de Chile, no sólo de la lucha, sino de todos los deportes, que sería la estrella del Team Chile”, vaticina.
Cierto o no, lo único que parece por el momento del todo claro es que el feliz augurio del seleccionador todavía deberá esperar para materializarse. “Estoy en trámites. Estoy esperando una firma de Cuba para que me autorice a competir por Chile, que se puede demorar un año, quizás dos. Por suerte, la lucha no tiene fecha límite, pero en los pesos grandes es un poco más complicado y tengo miedo por mi rendimiento”, reconoce Acosta. “Sólo le hace falta nacionalizarse, pero ese es un proceso que nunca sabes cuánto puede demorarse. Quizás dos o tres años, quizás menos, quizás más. El problema es que en este país no existen leyes para apoyar a deportistas como Yasmani”, lamenta Burgos.
Y es que el vuelo Santiago-La Habana al que el atleta decidió no subirse, marcó un antes y un después en la vida del deportista, quien no titubea a la hora de asumir las consecuencias de sus actos y de su meditada decisión. “De la forma que yo me fui de Cuba, no podría volver. Así es la ley. Yo decidí irme y sacrificar algunas cosas. Decidí hacer este sacrificio para salir adelante”, acata con resignación Acosta, considerado desertor político por las autoridades de un país en donde viven todavía su madre y su hermano, y en donde Yasmani se habría licenciado en Cultura Física si la competencia panamericana de Santiago hubiese comenzado dos semanas más tarde de la fecha en que lo hizo.
Sea como fuere, el gigante cubano que sueña con llevar a la lucha grecorromana chilena a la primera plana de la escena mundial, prefiere apostar por la paciencia, consciente, tal vez, de que todo luchador que se precie debe aprender a esperar. “La realidad de la lucha en Chile es complicada, porque mientras el atleta cubano se dedica sólo a entrenar, el chileno tiene que entrenar y trabajar para salir adelante”, reflexiona.
A cuatro meses de su llegada a territorio chileno, la segunda vida de Yasmani Acosta puede que no haya comenzado todavía. Y que no lo haga, en realidad, hasta que el gigante pueda volver a subirse al colchón de lucha, su patria sin bandera, su hábitat natural.