"¡Voy al baño!", avisa "Pampita" con su voz de niñita y dando unos brinquitos como escapándose, con el pelo con los tubos puestos, una bata blanca que deja ver sus piernas con horas de bronceado, años de ejercicios y acondicionamiento y cremas de vitaminas, y unas pantuflas de peluche del doble del tamaño de su pie y como con orejitas. "¡Ponte la parka!", le grita una de las asistentes, con tono de profesora de matemáticas. "¡No! ¡Voy corriendo!", desobedece la símbolo sexual que así parece colegiala. Pero cuando tira la bata y se pone un vestidito de verano de gasa con estampado de flores, se transforma en una amazona con escote a lo Cindy Crawford.
"¡Quedó divino!", dice la modelo frente al espejo en un camarín del porte de un departamento de un ambiente; con espejo que abarca toda una pared; estufa Toyotomi al máximo; bandeja con kiwis, naranjas y pomelos cortados en rodajas; tés y cafés. Y sus tres asistentas personales la maquillan, la peinan y armadas de tijeras, cortan mangas, bastas y lo que sea para que las prendas que ella tiene que mostrar frente a la cámara queden perfectas. Es "Pampita" en acción.
Hay una docena de personas pendientes de estas primeras imágenes y sensual comercial que protagoniza para la multitienda Ripley, y unos $ 25 millones en flashes, cámaras, paraguas reflectores de tres metros y "accesorios" de Gabriel Schkolnick, el fotógrafo que usa zapatillas Asics y parka North Face y que no se despega de su Iphone. La mujer de Benjamín Vicuña lleva tres días en esto. Parte a las 8 de la mañana y llega a Pullpo, un "laboratorio creativo" ubicado en un galpón de calle Cueto. "Es súper amorosa y profesional. Sabe de moda", asegura una ejecutiva de la empresa comercial. "No es diva y no tiene exigencias especiales, sólo trabajar con las tres asistentes que están con ella desde hace tiempo. Y para nosotros es mejor, porque todo se hace más expedito", agrega.
Mientras le tiran el pelo, se lo escarmenan, ondulan, estiran, vaporizan o planchan, "Pampita" mira un show de la marca de ropa interior Victoria's Secret en uno de la media docena de notebooks que circulan. La llaman al estudio. Encienden un ventilador en dirección a su cara y suben el volumen de un disco del grupo rock The Killers. Y allí la hacen aletear, inclinarse, sentarse, ponerse de pie, con una pierna para acá, los brazos para allá. Repite 50 veces una toma. Otra más. Y ella siempre con la sonrisa. Termina y todos corren en masa a ver el resultado en el computador. "¿No crees que sería mejor un poco más de sombra a este lado de la cara?", sugiera la maniquí. Le responden que se ve perfecta. "Entonces bien", concluye ella, con sumisión. Como una geisha de modelaje.
Ahora pasa de la pollera de gasa a los shorts de jeans recortados y tacones de 20 centímetros. Es su cuarta tenida del día y parece fresca como una lechuga. Vuelve a la carga y asegura que "con la moda soy muy exigente". Con un tono a lo Marilyn Monroe que parece entre susurro y advertencia.